A veces son los mismos científicos los que nos alejan de la ciencia. Pero también son muchos de ellos los que nos acercan a las maravillas del mundo, del universo, de la vida. Solo pensar en Carl Sagan se le llena a uno la vida de optimismo; sus programas y sus libros se convirtieron para muchos de nosotros en el pan de cada día, pues esperábamos con paciente impaciencia, el momento en que él aparecía, con paso lento, frente a las pantallas del televisor y nos empezaba a mostrar todo lo que era el universo.
O pensar en Stephen Hawking que nos llevó casi de la mano por esos extraordinarios laberintos de la vida, mostrándonos aquí y allá la magia de la creación. Y otro tanto hizo el maravilloso Jacques Costeau, siempre vestido de alegría y consumiéndose en todos los mares del mundo para enseñarnos los secretos que estuvieron ocultos durante tantos años.
Ahora lo hace Sergio de Régules, casi con inusitada inocencia con su libro La mamá de Kepler ( B ) en donde con maravillosa facilidad nos va narrando la vida de todos aquellos que a lo largo de la historia fueron descubriendo mundo fuera de nuestro mundo; nos cuenta la vida de los que se atrevieron a decir que nuestro planeta giraba alrededor del sol y no éste alrededor del mundo; y nos narra, con fascinantes anécdotas, lo que ha sido la vida a lo largo de la misma vida…
– ¿Qué ha significado la ciencia para usted?
– Creo que lo primero que recuerdo de la ciencia es el deslumbramiento: la maravilla de saber que se puede entender las estrellas, las formas de las plantas y los animales, los contornos de los continentes, el pasado de la Tierra, el pasado de nuestra especie. Más adelante me empezó a maravillar no sólo el qué sabemos, sino el cómo lo sabemos, que es lo que casi nunca nos enseñan en la escuela. Aún me asombra que hayamos sido capaces de contar la historia del universo con sólo hacer observaciones desde nuestro pequeño planetita y pensar. Pero, para contestar la pregunta, la ciencia, para mí, es una forma de ver el mundo que sirve para producir conocimiento confiable, pero también para deslumbrarnos con la belleza del universo.
– ¿Por qué a veces los científicos vuelven a la ciencia casi imposible para la gente del común?
– Creo que son más bien los profesores de ciencia los que la hacen imposible, porque, por lo general, la enseñan tan mal que todo el mundo termina odiándola. Los científicos, como todo el mundo, tienen su propio lenguaje profesional que sirve para comunicarse más eficazmente entre colegas. Ese lenguaje es necesariamente muy técnico porque las ciencias tratan conceptos muy complejos y precisos para los que no hay equivalente en el lenguaje cotidiano. Por eso no se entiende el lenguaje profesional de la ciencia, no por un afán de complicar las cosas inútilmente. Por suerte, para eso estamos los escritores de ciencia, o divulgadores de la ciencia: para traducir la ciencia y para ponerla en lenguaje poético.
– ¿Qué es lo que fascina de la ciencia?
– Hay temas específicos -los planetas, la salud, los hoyos negros- que siempre son taquilleros; pero más allá de los resultados de la ciencia, lo asombroso es que, con el paso de los siglos y la colaboración de muchas generaciones, las personas hayamos desarrollado una forma de pensar y de hacer preguntas a la naturaleza -y una forma de socializar las respuestas que obtenemos- que reduce al mínimo las probabilidades de dejarnos extraviar por nuestros gustos, nuestros deseos y nuestros prejuicios y así ver el mundo con mucha claridad.
– Exagerando un poco, ¿debería venderse conocimiento de la ciencia en los supermercados?
– Tal vez sería más interesante que, en lugar de vender conocimiento, en los supermercados se vendieran instrumentos e ideas para construir uno mismo su propio conocimiento científico. Y de hecho, sí se venden: son los juguetes científicos que hay en los supermercados y en las tiendas de los museos de ciencia, como Maloka y Explora. Los mejores kits para aprender a hacer tu propio conocimiento son los que te ponen a hacer experimentos y buscar tus propias explicaciones sin imponerte ninguna. Para los adultos hay telescopios, por ejemplo.
– ¿Por qué fascinan las historias de Stephen Hawking?
– Creo que se debe en parte a que nos encantan las historias de personas que superan las mayores adversidades y se vuelven excepcionales, como Hawking, que pese a padecer una enfermedad degenerativa que lo tiene en silla de ruedas sin poderse mover desde hace más de 25 años, se ha convertido en un científico muy reconocido (aunque aún no obtiene el máximo reconocimiento en la física: el premio Nobel); pero además los temas de los que se ocupa este científico británico son de los más taquilleros en la ciencia: los hoyos negros y el origen del universo. Personalmente pienso que su estilo es un poquito árido, pero siempre es interesante saber cómo ve las cosas un personaje como Hawking.
– ¿Cómo surge la idea de hacer un libro con el nombre de Kepler?
– El libro es sobre muchas cosas más, porque es una colección de ensayos divertidos acerca de muy diversos aspectos de la ciencia, sus protagonistas y su historia, pero el personaje de Johannes Kepler siempre ha sido muy entrañable para mí: lleno de defectos y de creencias contradictorias, Kepler se las arregló para encontrar una pieza muy importante del rompecabezas universal, ¡y fue casi por accidente! El título del libro proviene de uno de sus capítulos; pude haber escogido cualquier otro, pero ése tenía el título más interesante y juguetón, y por eso lo escogí.
– ¿Por qué “la mamá” de este científico?
– ¡Ah! Para contestarse esa pregunta lo mejor es leer el libro, pero aquí puedo decir que la mamá de Kepler es un personaje igual de interesante (aunque mucho menos importante e influyente) que el propio Kepler: era pésima madre, se ganaba la vida haciendo pócimas mágicas que vendía y en su vejez tuvo un desagradable roce con la justicia, del que su hijo Johannes apenas la pudo salvar. Todo eso está en el libro.
– ¿Su libro tiene lectores específicos? ¿Niños, adolescentes, jóvenes, científicos?
– Mis libros siempre son para el ciudadano que disfruta leer literatura o que se interesa en la ciencia, sin importar la edad. De hecho, creo que los niños no lo entenderían, o sea que más bien es para ciudadanos lectores de más de 13 o 14 años, digamos. Mi objetivo no ha sido instruir a nadie, sino deleitar, como cualquier novela. Creo que, además de deleitarse, el lector incauto corre el riesgo de aprender algo, pero ése no fue mi objetivo principal.
– ¿Cuál de los científicos, a lo largo de la historia, lo han cautivado?
– Ah, pues Kepler, claro, pero también guardo un tibio y acogedor lugarcito en mi corazón para Galileo Galilei, Charles Darwin, Albert Einstein y Niels Bohr, principalmente.
– ¿Cuál es el mayor encanto de su libro?
– Son dos, pero no debería ser yo quien lo diga: la maravilla y el humor. O quizá sólo es uno: que todo está dicho en forma de historias, nada en forma de datos escuetos y aburridos. Éste es un libro para leerse por placer.
– Con un poco humor ¿Después de la mamá de Kepler no viene el papá de Platón?
– No es mala idea, pero hay otras mamás interesantes: está la mamá de Einstein, doña Pauline Koch, que detestaba a la novia de su hijo por ser extranjera y coja (la novia, no la mamá). También está la mamá de Galileo, que era un poco chantajista y manipuladora. Para honrar a los papás, está el de Darwin, que quería que su hijo fuera médico y pastor protestante. Su propio padre, abuelo de Charles, se había dedicado a estudiar las especies mucho antes que el nieto y había concluido que éstas cambiaban al paso de los siglos, o sea, que evolucionaban (pero el mecanismo de esta evolución le fallaba).
– ¿Qué otro libro lo tiene listo para publicar?
– Listo ninguno, pero hay planes. Mi amigo y colega Juan Nepote y yo estamos planeando una colaboración: habíamos pensado en un libro sobre la risa, pero ya hay uno tan bueno y completo (de Robert Provine), que sería difícil aportar nada nuevo. Si no sale ése, pensaremos otro, sobre el cerebro, por ejemplo. Y siempre puede uno construir libros con lo que va escribiendo en distintos medios. De hecho, así nació La mamá de Kepler. Espero que lo disfruten tanto como yo disfruté escribirlo.
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)