Entre la pintura y la fotografía, entre el pasado heroico y la ruina presente, la exposición Leipzig Caracas de José Vivenes traza un mapa emocional del colapso. La muestra recoge fragmentos de memoria, imágenes que duelen y preguntas que persisten. En un país donde la historia parece repetirse como sombra, Vivenes no ofrece consuelo: ofrece visión. Desde la devastación, construye una poética incómoda, lúcida y profundamente humana.
Hay ciudades que viven en las grietas de la historia. Leipzig, que ha sido testigo del derrumbe de imperios, de levantamientos, de músicas y silencios profundos, se convierte ahora en espejo y advertencia. Caracas, por su parte, no necesita traducción: basta nombrarla para que se active el vértigo. En Leipzig Caracas, José Vivenes cruza ambas geografías —una real, otra simbólica— para construir una cartografía del colapso. Sus obras no ilustran; más bien acusan, recogen, documentan desde lo sensible. Porque el arte, cuando nace del dolor y la lucidez, no es consuelo ni refugio, sino trinchera, archivo, señal de alarma.
Esa señal se despliega en cada imagen, y se hace visible desde la primera obra, en “Ellos dicen que no hiere” (2024), Vivenes despliega una procesión absurda, un éxodo de criaturas híbridas, como salidas de un sueño o de una pesadilla histórica. Avanzan por un terreno baldío, bajo un cielo dividido, entre ruinas clásicas que evocan un pasado glorioso —¿Grecia? ¿Roma? ¿la civilización como promesa incumplida? —. Pero lo que se mueve no es el futuro, sino una distorsión del presente, una marcha ciega hacia ningún lugar. La obra no señala culpables: muestra un estado del alma colectiva, una herida que no deja de supurar, aunque ya nadie grite.
En “Ninguna palabra sirve para echar a andar la realidad” (2025), esa misma sensación de derrota se torna contemplación. Dos figuras custodian desde las sombras una escena distópica, enmarcada —quizás— por el reverso de un bastidor. Lo que alguna vez fue paisaje, ahora es una tierra de molinos vacíos, esqueletos de estructuras, torres huecas. La ironía del título resuena como sentencia: hay momentos en los que el lenguaje se vuelve inútil, incapaz de redimir, de explicar o siquiera de consolar. Vivenes lo sabe, y por eso pinta: porque a veces solo la imagen puede decir lo indecible.
Esta tensión entre ruina, memoria e imagen se profundiza en las piezas fotográficas, donde Vivenes construye una escenografía de la devastación. No se trata de una documentación directa, sino de una ficción visual hecha de maquetas, escenitas en miniatura, cielos artificiales. En “Estamos escondidos detrás de las catástrofes” (2024), la ciudad aparece como un eco fosilizado de sí misma. Las Torres del Silencio —aquel emblema de la modernidad caraqueña de mediados del siglo XX— aparecen recortadas sobre un cielo de tormenta. Pero algo en la textura granulada de la imagen, casi como si se tratara de un recuerdo difuso, nos dice que esta ciudad ya no existe. Quizás nunca existió del todo. Lo que queda es un registro fantasmagórico, una Caracas espectral atrapada en el claroscuro de la desmemoria.
“La devastación nace de la ausencia de memoria” (2024) profundiza esa idea. En primer plano, un carrito de helados bajo una sombrilla con el logo de EFE —símbolo dulzón de la infancia venezolana— aparece plantado en medio de un terreno árido, sin horizonte. El contraste entre el ícono publicitario y el entorno desolado hace temblar la imagen. La memoria, aquí, no es un refugio: es una ruina más, una reliquia sin sentido, una infancia arrasada.
En “La historia convertida en cuento de hadas” (2024), un conejo observa en silencio una escena difusa. Todo está teñido de ocre crepuscular, como si la imagen se debatiera entre la fábula y el testimonio. Lo real ha sido desplazado por una estética del olvido. En este universo, los animales callan, pero atestiguan. La historia ya no se cuenta, se disfraza.
Pero quizás la obra que mejor condensa la potencia crítica del proyecto sea “Hay pasados que no terminan de irse” (2020). Vivenes toma como base una pintura histórica de Antonio Herrera Toro —la representación monumental de la Batalla de Ayacucho, episodio decisivo de la independencia americana— y la manipula, la fragmenta, la devuelve en tres actos visuales teñidos de sepia. Los héroes han perdido su pedestal, los caballos yacen muertos, y el fondo se ha vuelto teatro de una violencia cíclica. No se trata de nostalgia ni de denuncia política: es la constatación de que ciertos mitos nacionales, lejos de liberarnos, se han transformado en cárceles simbólicas.
La obra de José Vivenes no ofrece respuestas, pero sí imágenes que inquietan, que se filtran como agua sucia en las grietas del presente. En Leipzig Caracas, lo personal y lo colectivo se confunden: la historia se fragmenta, se mezcla con la ruina moderna y con los restos de una infancia que ya no promete. No es casual la elección de esa ciudad del este europeo —marcada por la música, las revoluciones y los silencios impuestos— como espejo. Caracas, en cambio, no se nombra: se encarna, no necesita ser explicada: es el caos, la promesa incumplida, la belleza que resiste desde la intemperie. En ese cruce de geografías, Vivenes ensambla un lenguaje para hablar del colapso sin gritar, para contar lo que queda cuando todo parece perdido.
Frente a estas obras, el espectador no es un testigo pasivo. Está llamado a descifrar, a reconstruir, a asumir la violencia estética y simbólica que emerge del colapso. Pero Vivenes no cae en la trampa de la denuncia fácil. Su crítica es sutil, afilada, limpia de eslóganes. Él sabe que la devastación no necesita gritos, porque está en todas partes: en una maqueta torcida, en una pintura que sangra, en un conejo de cartón que observa en silencio la ruina.
Esta exposición es un acto de memoria y también una advertencia. Una forma de decir, desde el arte: aquí seguimos. Aunque los monumentos caigan. Aunque las palabras no basten. Aunque la historia se repita como farsa o como un cuento de hadas mal contado.
Leipzig Caracas: Ruin as Omen
Between painting and photography, between heroic past and present-day ruin, Leipzig Caracas by José Vivenes maps out an emotional landscape of collapse. The exhibition gathers fragments of memory, images that ache, and questions that remain. In a country where history seems to repeat itself like a shadow, Vivenes offers no comfort—he offers vision. From within devastation, he constructs an unsettling, lucid, and deeply human poetics.
Some cities exist within the cracks of history. Leipzig—witness to the fall of empires, uprisings, music and long silences—now becomes both mirror and warning. Caracas, on the other hand, needs no translation: saying its name is enough to invoke vertigo. In Leipzig Caracas, José Vivenes bridges both geographies—one real, one symbolic—to draw a cartography of collapse. His works do not illustrate; they accuse, collect, and document from within sensitivity. For art born of pain and lucidity is not refuge nor comfort, but trench, archive, and alarm.
In They Say It Doesn’t Hurt (2024), Vivenes sets forth an absurd procession, an exodus of hybrid creatures, as if emerged from a dream—or a historical nightmare. They move across a barren terrain, beneath a split sky, amid classical ruins that recall a glorious past—Greece? Rome? Civilization as unfulfilled promise? What marches forward is not the future, but a distorted present, a blind drift toward nowhere. The work assigns no blame: it reflects a collective state of soul, a wound that still festers even if no one cries out.
In No Word Can Set Reality in Motion (2025), that same sense of defeat turns into contemplation. Two figures watch from the shadows a dystopian scene, framed—perhaps—by the reverse of a stretcher. What once was a landscape is now a land of empty windmills, skeletal structures, hollow towers. The irony of the title echoes as a verdict: there are times when language fails, incapable of redeeming, explaining, or even consoling. Vivenes knows this, and that is why he paints: because sometimes, only the image can say the unspeakable.
This tension between ruin, memory, and image deepens in his photographic pieces, where Vivenes builds a visual stage of devastation. It is not direct documentation but a fictional scene, crafted with miniatures, models, artificial skies. In We Are Hidden Behind the Catastrophes (2024), the city appears as a fossilized echo of itself. The Torres del Silencio—once an emblem of mid-20th-century modern Caracas—rise against a stormy sky. But something in the grainy texture, almost like a blurred memory, tells us this city no longer exists. Perhaps it never really did. What remains is a ghostly record, a spectral Caracas trapped in the chiaroscuro of oblivion.
Devastation Is Born from the Absence of Memory (2024) furthers this idea. In the foreground, an ice cream cart under a faded EFE umbrella—a sweet icon of Venezuelan childhood—sits in an arid, horizonless landscape. The contrast between commercial symbol and desolation shakes the image. Memory here is not shelter but another ruin, a senseless relic, a childhood erased.
In History Turned into a Fairy Tale (2024), a rabbit watches in silence a blurry scene. Everything is tinged with a crepuscular ochre, as if the image were torn between fable and testimony. Reality has been displaced by an aesthetic of forgetting. In this universe, animals remain silent—but bear witness. History is no longer told; it is dressed up.
Perhaps the work that best distills the critical power of the project is Some Pasts Refuse to Leave (2020). Vivenes reinterprets a historical painting by Antonio Herrera Toro—his monumental depiction of the Battle of Ayacucho, a decisive episode in the independence of the Americas—fragmenting and reimagining it in three sepia-toned visual acts. The heroes have lost their pedestals, the horses lie dead, and the backdrop has become a theater of cyclical violence. This is not nostalgia or political outcry: it is a sober acknowledgment that some national myths, rather than liberating us, have become symbolic prisons.
Vivenes’s work offers no answers, only images that unsettle, seeping like dirty water into the cracks of the present. In Leipzig Caracas, the personal and the collective merge: official history breaks into fragments, intertwining with the remains of a stolen childhood, with modern ruins, with the memory of a battle that no longer promises freedom but repetition. It is no accident that he chose that Eastern European city—shaped by music, revolutions, and imposed silences—as a mirror. Caracas, its counterpart, needs no explanation: it is chaos, unfulfilled promise, beauty persisting in the open air.
Before these works, the viewer is not a passive observer. One is called to decipher, to rebuild, to confront the aesthetic and symbolic violence that emerges from collapse. Yet Vivenes avoids the trap of easy accusation. His critique is subtle, sharp, stripped of slogans. He knows devastation needs no shouting, because it is everywhere: in a crooked model, in a painting that bleeds, in a cardboard rabbit silently watching the ruin.
This exhibition is both an act of memory and a warning. A way of saying, through art: we are still here. Even if the monuments fall. Even if words are no longer enough. Even if history repeats itself—as farce, or as a badly told fairy tale.
Cesar Sasson
Ciudad de Panamá – Panamá
Abril de 2025