A José Blanco de la Cruz, se le conoce en Caimán, Magdalena, donde nació hace ciento cinco años, como el cajero del acordeonero Juancho Polo Valencia. Con razón, Polo Valencia ha sido destacado personaje de la música vallenato y de su pueblo natal. Solo fue indagar por el cajero, sin mencionar su nombre, para que un grupo de jóvenes que se protegían del sol debajo de un árbol de Lágrimas de San Pablo me indicaran, casi al unísono, que vivía en una casa de ladrillo frente a la escuela.
Él sabe que lo identifican con el afamado acordeonero. Varias han sido las personas que lo han entrevistado para hablarle de ese tema. De eso me enteré en medio de nuestra conversación. De ahí que cuando principió nuestro dialogo diciendo que había sido veterano de la guerra de Colombia con el Perú, entendí que no quería hablar de sus relaciones con el acordeonero -Fueron tres años que estuve en el ejército, porque yo di un paso adelante cuando preguntaron quienes estaban dispuestos a irse para el sur.
Los filosos rayos de sol que nos acompañaron durante el viaje en moto hacia Caimán, le daban un tono de sol de lluvia a la tierra arcillosa de la principal calle del pueblo. Lo encontré sentado en la puerta de la casa de ladrillos, estaba sin camisa huyéndole al calor. Parecía estar abandonado a sus pensamientos o quizá envuelto por el sopor del medio día. Es más adelante, ahí vive con una hija, me dijeron en una casa de ladrillos donde llegue a preguntar por él. Tras saludarlo y preguntarle que tenía de nuevo, me respondió que a su edad qué de nuevo podía tener: -Todo lo mío es viejo- Del patio surgió una mujer que tras entrar a la casa me la presentó como su hija mayor: – Es mi hija Marta, la mayor que tuve con mi segunda mujer, Pacha, a la que le compuse el merengue ese que grabó Valencia que dice: “Pero con todo y con todo/ Yo me enamoré de Pacha/ Con todo y con todo/ Un amor así se piensa.”
Él fue quien mencionó a Valencia, como acostumbran a llamar a Juancho Polo en su pueblo natal. Hasta entonces había creído que al destacar su condición de veterano de la guerra de Colombia contra el Perú, lo hacía para hacerme entender que él también era un personaje. Sin embargo, mientras hablábamos deduje que lo que me quería demostrar era que estuvieron unidos por una entrañable amistad.
Pese a su edad, su voz suena fuerte; pero tiene una mirada triste. Su pelo es cano, lo cubre con un sombrero vueltiao. De nariz protuberante, como son sus orejas. Una incipiente barba marca una línea blanca en el extremo de su mandíbula. -Háblele duro, que él está bien de la mente, pero no de los oídos, me advierte Marta mientras procura acomodarse en un taburete para hacerse participe en nuestra conversación.
Decenios atrás fue usual que el ejército colombiano llegara a los pueblos a reclutar a los jóvenes aptos para prestar el servicio militar. Eran enrolados los que no lograban escabullirse para los montes cercanos a la población. De ahí mi interés en saber dónde y cómo lo habían alistado. -No señor, mi papá y yo tomamos la decisión de que debía irme a prestar el servicio militar. Salimos tempranito, en burro, para Cerro de San Antonio, ahí me hicieron los exámenes médicos y como resulte apto, me montaron en un barco donde venían otros reclutas desde Mompox para abajo. Llegamos a Sitionuevo en la noche, el Capitán Silva nos dijo que en la mañanita nos íbamos para Barranquilla. Así fue, nos embarcaron para Barranquilla, después para Ciénaga donde nos estaba esperando el tren que nos llevó a Santa Marta. Recuerdo que cuando llegamos al batallón nos gritaban: ¡carne fresca, carne fresca!
Francisca Rodríguez no fue su primera mujer, pero si a la única que le compuso una canción. -Un día que Valencia y yo estábamos bañándonos a la orilla de la ciénaga le canté unas estrofas de los Amores de Pacha, le gustó y me dijo voy a grabarla. Su primera mujer de asiento, como la identificó para separarla de las que fueron ocasionales, fue su paisana María del Rosario Muñoz. Eso fue después de haber de prestado el servicio militar. Con ella tuve dos hijos: José y Juan Bautista que murieron. Joselito cogía mi acordeón queriendo tocarlo, yo le decía a mi mujer: déjalo que aprenda, pero se murió siendo un pelaito. Como podía prohibirle que lo hiciera si yo aprendí a tocar acordeón con los de mis tíos Florentino y Joselito, que eran tocadores de Merengue y son. Y con ellos comencé a tocar caja en los fandangos, porque lo de platillero fue en la banda del ejército. Después de la muerte de María del Rosario me volví andulero, volantón, y solté la perra con la bebida. Todos fines de semana me iba para la cantina de Irsa Escorcia que era dueña de un acordeón, a tocarla y a tomar trago.
José fue el hijo mayor de Félix Blanco y de Digna de la Cruz. Su mente aun le permite recordar que sus padres se conocieron y se enamoraron en Flores de María y fueron a vivir a Candelaria que es el nombre original del pueblo. Lo de Caimán es el mote que le dio mi bisabuelo Francisco Jiménez, por un caimán que permanecía en un caño cercano al pueblo y no había gallina y pato que no se comiera. Félix y Digna procrearon diez hijos, y para criarlos debieron contar de la ayuda del hijo mayor. Yo ayudé a criar a mis nueve hermanos, desde pelaito acompañé a papá en las labores de pescador y agricultor. Era el piloto de su canoa, tempranito íbamos a coger la comida en la ciénaga, regresábamos a la casa y nos íbamos para el monte. Madrugando para la ciénaga a tirar atarraya para asegurar el salado de la comida fue cuando papá oyó cantar a Valencia por primera vez: acababa de nacer. Cuando lo escucho llorar se devolvió para la casa y le dijo a mi mamá: ¡Digna, ¡Digna, Rosario parió! Mi mamá se levantó y se fue a acompañar a la recién parida. ¡Figúrese si vivíamos frente con frente¡
La guerra entre Colombia y el Perú duró casi un año cuando un grupo de ciudadanos peruanos comandados por un músico e ingeniero y un alférez del Ejército peruano y con el apoyo de doscientos soldados de la guarnición de Chimbote, invadieron a Leticia para anexarla a Perú. Fue por la guerra que yo pague más tiempo en el ejército. Un día nos hicieron formar y nos dijeron que dieran un paso adelante los que querían irse al Sur; yo fui el primero en darlo. De Santa Marta nos enviaron para Barranquilla, de ahí para Puerto Colombia donde nos embarcaron en el buque “El Marítimo”. Estuvimos diez días navegando, atravesamos el mar Atlántico hasta llegar a Belén del Pará, Brasil. En Belén nos pasaron para el barco Ciudad de Pasto y entramos por el río Amazonas por el que navegamos como cinco días hasta llegar una tarde a Puerto Leticia. De ahí nos enviaban a patrullar a Providencia, a Puerto Asís, a Tarapacá. Su rostro se torna grave y su voz solemne cuando me dice que sus pertrechos de guerra fueron un fusil de veinticinco tiros y una ametralladora. Duré diez meses por allá, pero llovía mucho y varios soldados nos enfermamos de una tembladera en las piernas; por eso nos sacaron en un trimotor para Bogotá. Yo iba tullido, imagínese que en el aeropuerto quisieron que caminara y me caí. Me diagnosticaron beriberi y duré dos meses hospitalizado.
¿Y cómo era Pacha? su segunda mujer, le pregunto, casi gritando: Era morena me responde. No era fea ni bonita, pero de buen cuerpo. Tenía varios enamorados y le gustó fue el viudo, lo dice y me mira con ojos picaros. La familia de mi mamá se oponía a los amores con mi papá, dice su hija Marta, y que por haber tenido otras mujeres le iban a echar un mal. Pero nada los detuvo, un día cualquiera se fueron a vivir y tuvieron ocho hijos.
Por ser veterano de la guerra de Colombia con el Perú nunca recibí ningún tipo de compensación, ni exaltado como tal, lo dice a manera de reclamo. Advierte, además, que la prueba de su participación en ella es una cicatriz en la rodilla derecha, porque la libreta militar se la robaron unos ladrones venidos de Mico, otro pueblo nacido al lado de la ciénaga de Cerro de San Antonio, junto con la ropa donde estaba envuelta. -Después que terminó la guerra quedaron a darme una plata. La plata llegó a Santa Marta, pero cuando me avisaron y fui a buscarla ya la habían devuelto, eso me dijeron.
Antes de los años cincuenta Juancho no volvió a Caimán, desde entonces José dejó de verlo. Había sido su cajero por algunos años. Dice que la última vez que Valencia vivió en esa población fue después de la muerte de Alicia Cantillo, en 1942, cuando abandonó a Flores de María y se fue a radicar en Caimán. En ese lugar se unió con Alicia Hernández con la que tuvo dos hijos. Ella lo abandonó porque tomaba mucho ron, me lo dice Marta, a manera de confidencia. Entonces aprovecho y le pregunto a José si había conocido a Alicia Adorada, asiente con la cabeza y con tono resignado me dice: Vea las paradojas de la vida, cuando se trajo a Alicia de Malabrigo para acá, estaba conmigo. Y cuando le vinieron a avisar que se había muerto, también estábamos juntos.

Como Malabrigo, que parece ser una palabra Chimila, identifican a la población con más habitantes de las seis existentes en las orlas de la ciénaga “del Cerro”. Para demostrar que no es cierto que es de “mal abrigo” a propios y extraños, sus pobladores le dieron otro nombre: Concordia. En esa población habitaba Alicia Cantillo o Adorada. Yo estaba en un novenario en Malabrigo con mi compañero de armas Manuel de León Polo; también estaba Valencia; recuerda José. Del otro lado del patio de la casa donde estaban haciendo el velorio, donde estábamos sentados, estaba Alicia con unas amigas. Yo la conocía, figúrese a la voz de amigo de Valencia. Como vainas mías me le acerqué a Juancho y le dije al oído: por qué no te sacas a Alicia esta noche. Él giró la cabeza hacia mí, para verme, y mirándome a los ojos me dijo: ¿se querrá ir? Y sin dejarlo de mirar le respondí: ¡que si se va¡ Entonces le hice señas con la mano a Alicia para que se movilizara hacia donde yo me había ubicado, cerca de un rancho que servía de cocina, donde nadie escuchara lo que le iba a decir. Ella se levantó del taburete en el que estaba sentada y se acercó a mí, entonces le comenté que Valencia le mandaba decir que si se quería ir con él esa noche. De inmediato aceptó y ahí mismo nos pusimos de acuerdo que la esperábamos en el camino que va para Moya. Al rato llegó, entonces Juancho ayudó a montar en el sillón, él se ubicó en el anca del burro, y yo como un buen pendejo atrás y a pie. Entonces lanzó una carcajada cuyo sonido superó el ruido monótono del abanico con el que le hacía el quite al calor.
De Alicia se sabe que murió solita en Flores de María, pero del sitio donde se encontraba Juancho al momento del deceso hay distintas versiones. Su cómplice, José, tiene la suya: él había venido a pasar la Semana Santa acá, iba a tocar en el merengue del sábado de Gloria. Un día que estábamos sentado en la puerta de una tía de él, vimos que venía un primo de Juancho y mío, por el lado de mi mamá, llamado Jesús Pacheco, que vivía en Flores de María. Entonces dijimos: ahí viene Jesús y trae cara de preocupación. Llegó donde estábamos y sin bajarse de la bestia en la que venía le dijo a Valencia: Alicia se murió. El me tiró el acordeón en las piernas y se montó en el caballo que le habían traído desde el pueblo de Carreto, y se fue.
Su última mujer, Francisca (Pacha) Rodríguez, falleció hace cinco años. Mi mamá era curiosa, conocía sus cosas, dice Marta. Conocía tanto que sabía que se iba a morir antes que mi papá, pese a ser menor que él. Fíjese, pese a que murió de pronto, con tiempo escogió su mortaja: un vestido blanco. Además, me advirtió que cuando mi papá muriera debía vestirlo con ropa blanca; que no permitiera que fuera con ropa de color; no sé por qué. Yo estoy pendiente de cumplir con lo que me recomendó: le tengo su ropa blanca, pantalón y camisa, en el baúl que ve a la entrada del cuarto. Se la lavo cada vez que puedo, porque si se muere no lo podemos enterrar con su ropa sucia. Pero, a veces me pongo a pensar que si seré yo quien lo vaya a vestir cuando se muera.
Imagínese usted, mi papa que sepultó a sus padres, a sus dos mujeres, a sus suegros, a sus tíos, a Fabiancito que fue su amigo de toda la vida, a seis hermanos, a dos hijos; quien quita que él sea quien escoja mi mortaja.
Autor: ALVARO ROJANO OSORIO. Abogado, investigador cultural e histórico.
Autor de los libros: Municipio de Pedraza, Aproximaciones históricas. 2002.
La Tambora Viva, Música de la depresión Momposina. 2013.La música del Bajo Magdalena, Subregión río. 2017. Ensayos han sido publicados en los diarios El Heraldo y La Libertad de Barranquilla. El Informador y Hoy Diario del Magdalena de Santa Marta. El Universal de Cartagena. Revista Latitud de El Heraldo. Además, en las revistas virtuales: Revista Contestarte y Correo Cultural.
Colombia
2017