El ruido distorsiona la realidad, el silencio agudiza los sentidos
Por Quini Amores
El autor del libro “El Códice Neshamá” nos ofrece su perspectiva sobre el ruido y la necesidad de silencio. En su reflexión cuenta sus propias vivencias con relación a un tema que nos implica todos. El escritor español triunfa en el mercado internacional con este nuevo libro que marca un antes y un después en su trayectoria.

Quini Amores
Hay un tipo de ruido que no se mide en decibelios.
No suena fuera, sino dentro.
Es el ruido de la mente que no se apaga, de los pensamientos que no paran, de las emociones que giran como un tornado sin dirección.
Ese ruido destruyó mi vida y quizás esté destruyendo la tuya.
No lo entendí entonces.
Pensé que había sido la crisis, las deudas, la pérdida de mis negocios, de mi casa, de mis ilusiones.
Pero no.
Hoy sé que lo que realmente me había llevado hasta el borde no era el mundo exterior, sino el ruido que había permitido crecer dentro de mí.
La noche que lo cambió todo
Recuerdo una noche en particular.
Me desperté con un dolor tan grande en el pecho que pensé que moriría.
Era la ansiedad, pero en aquel momento no lo sabía.
Eran las tres de la madrugada y, sin saber muy bien por qué, escribí en Google:
“necesito ayuda”.
Entre los muchos resultados, uno llamó mi atención:
Fundación Neghadá: Retiro espiritual.
No supe qué era exactamente, pero sentí que debía ir.
Era un lugar con 6 casas cerca del pueblo llamado Terriente, un lugar apartado del ruido, perdido entre montañas y silencio.
Al llegar me recibió una mujer muy amable.
Iba a quedarme unos días en una habitación de su casa mientras asistía a terapia con Angel y Feli, las personas que me acompañarían para salir de la dificultad.
Me ofreció una taza de té.
Yo no era de tomar té, pero acepté.
Me lo bebí de un golpe, casi sin pensarlo.
Ella me miró y sonrió:
—¿Ya te lo has bebido? ¿No te has quemado?
—No… está bien —le respondí.
—¿Y te ha gustado? —preguntó.
—Sí, claro.
Entonces me dijo algo que nunca olvidaré:
—La próxima vez, disfrutaremos del té. Le he puesto seis ingredientes especiales para ti.
No supe decirle a qué sabía.
Aquella simple escena fue el reflejo de mi vida: los últimos años, todo lo había vivido así, deprisa, sin saborear, sin estar presente.
La primera lección: el ruido mental
Poco después tuve mi primera sesión con los terapeutas del lugar.
A los diez minutos, uno de ellos me dijo algo que no comprendí en ese momento:
—Quini, tienes demasiado ruido, esa es lo que hay que tratar primero.
No lo entendí, yo quería tratar, el dolor en mi pecho, la depresión, la deuda económica que había creado, pero según ellos, la raíz de todos mis problemas era “tienes demasiado ruido”.
Terriente es un lugar donde no hay ni un solo sonido artificial.
Y esa noche, en aquel silencio absoluto, no pude dormir.
Me había acostumbrado a dormir entre ruidos —coches, pantallas, pensamientos—, donde duermes, pero no descansas.
Allí, en cambio, no dormí, pero descansé por primera vez en años.
Caminar con el cuerpo en un sitio y la mente en otro
Al día siguiente salí a caminar.
No percibí nada, era como un ciego caminando en la oscuridad.
No porque no hubiera nada que ver, sino porque caminaba como lo hacemos la mayoría:
con el cuerpo en un lugar y la mente en otro.
El ruido interno me seguía.
Por la tarde tuve otra sesión terapéutica con Ángel y Feli y, al regresar, Daría —la mujer que me hospedaba— me preparó nuevamente té.
Esta vez se sentó conmigo y me propuso un juego:
—Bébelo sorbo a sorbo. Intenta adivinar sus ingredientes.
Al principio fue difícil.
Pero poco a poco comencé a percibir los matices: la canela, la menta, el limón, el jengibre…
Por primera vez en mucho tiempo, estaba presente.
El silencio que despertó mis sentidos
A la mañana siguiente, salí de nuevo a caminar sin dirección.
De repente, vi un buitre enorme posado al borde le una ladera a unos 5 metros de mí,
Me quedé quieto, cruzamos la mirada, y me quedé observando cómo desplegaba sus alas y comenzaba a volar por la ladera llevando mi atención en su vuelo hasta el inicio de la montaña donde el sol, dibujaba un amanecer mágico, Las lágrimas brotaron por mis mejillas, esta vez no de tristeza o frustración, Fueron lágrimas de algo que no puedo explicar, sucedió una conexión con la belleza de la creación, comencé escuchar el sonido hipnótico del aire masajeando las hojas de los árboles, a sentir el cantar de los pájaros, a percibir el sonido de mis pasos, el crujir de las hojas.
Sentí el olor de la tierra húmeda por el rocío, el calor del sol filtrándose entre las ramas en mi piel…
Incluso percibí el movimiento de las hormigas, la textura de las piedras, la respiración de la vida misma.
En solo 48 horas, el silencio — y tomar conciencia de mi ruido interno— había despertado mis sentidos.
Me había devuelto la capacidad de sentir la vida en lugar de pensarla.
El ruido distorsiona la realidad
Comprendí que el ruido no solo nos desconecta del presente, sino que distorsiona nuestra percepción de la realidad.
Por eso, cuando dos personas observan una misma situación —como una jugada en un clásico de fútbol—, una dice “fue penalti” y la otra “no lo fue”.
No porque mientan, sino porque el ruido interno, emocional y social, filtra lo que perciben.
El ruido se alimenta del miedo, de las opiniones, del juicio, de las creencias heredadas.
Y cuando tu mente está llena de ruido, no ves la verdad, ves tu programación.
Eso me había pasado durante años: vivía en el ruido de las expectativas, de la ambición, del “tener que”.
Y el ruido, silenciosamente, me había robado la vida.
El silencio entre dos notas
En ese retiro comprendí algo que marcaría mi camino.
Uno de los maestros me dijo:
“El silencio es la distancia entre dos notas.
Sin ese espacio, lo que debería ser música, se convierte en ruido.”
Esa frase me atravesó.
Me di cuenta de que el silencio no era un lujo espiritual, era una necesidad vital.
El silencio no es vacío, es el espacio donde la vida se ordena.
Desde entonces, el silencio se convirtió en sanación, en conexión, en creatividad, en libertad.
Cuando el agua hierve no se ve el diamante
A veces en mis conferencias, explico esta metáfora para quienes sienten que su vida está agitada:
Imagina que tienes una olla con agua y dentro hay un diamante.
Si el agua está hirviendo, no puedes ver lo que contiene.
Pero cuando el fuego se apaga y el agua se calma, el diamante se revela.
Así funciona la mente.
Mientras hierve con pensamientos, juicios y ruido, no puedes ver tu propio valor.
Pero cuando se aquieta, la verdad aparece sola.
El ruido social, la ebullición colectiva
Vivimos en una sociedad que ha normalizado la ebullición.
Nos han hecho creer que estar ocupados es estar vivos.
Pero la prisa, la sobreinformación y la necesidad constante de distracción han convertido la vida en ruido.
El problema no es la tecnología ni las redes, sino la falta de silencio interior para discernir.
El ruido se ha vuelto una epidemia invisible que enferma la mente y el alma.
Y sin silencio, el alma no respira.
El silencio como revolución interior
El silencio no es una huida del mundo, es una forma más elevada de participar en él.
Es el espacio donde nace la claridad, donde las emociones se ordenan, donde la conciencia se alinea con la vida.
Fue en el silencio donde comprendí que las respuestas que buscaba fuera siempre habían estado dentro. Y hoy sé, que la mayoría de las personas, están programadas para ir deprisa a un lugar que no quieren. Por eso es mejor la dirección que la velocidad
Y por eso, hoy, cada vez que alguien me pregunta cómo empezó mi camino, respondo siempre igual:
“Todo comenzó cuando el ruido se detuvo.”
Quini Amores
Autor de El Códice Neshamá y mentor de alma, vida y negocios.
Su misión es llevar la sabiduría del alma a las personas del mundo.
Madrid- España
Noviembre, 2025