Vasco Szinetar: el espejo que retrata el alma
Hablar de Vasco Szinetar es hablar de medio siglo de fotografía venezolana, de una mirada que ha sabido transformar el retrato en conversación y la cámara en espejo. Desde que comenzó su célebre serie Frente al espejo, en los años setenta, Szinetar convirtió el acto de retratar en una suerte de rito compartido: fotógrafo y retratado se enfrentan al mismo reflejo, como dos cómplices que, sin saberlo, están escribiendo una página de la historia cultural del continente.
“Frente al espejo es una forma de diario”, confiesa. “Es una reflexión sobre el tiempo y el poder. La mayoría de las personas que llevo al baño son figuras públicas, gente con presencia. Pero frente al espejo se vuelven adolescentes otra vez, se divierten. En ese juego, todos nos igualamos”. En su voz no hay rastros de vanidad ni de nostalgia; hay, más bien, la conciencia de quien se sabe testigo del paso del tiempo y de su propio envejecimiento. “Es mi manera de observar cómo cambia mi rostro, mi gestualidad. En el fondo, fotografiarme con ellos es también una manera de observarme a mí”.
El silencio como materia fotográfica
Szinetar sostiene que el retrato es una exploración del silencio. “Una imagen puede hacer ruido”, dice, “y el silencio, en cambio, es lo que permite que aflore lo esencial”. En su serie Caracas Oscura, por ejemplo, registró figuras solitarias caminando bajo la luz tenue de la ciudad. “No me interesaba el instante decisivo —explica—. Quería capturar lo que ocurre cuando nadie nos mira, cuando los cuerpos y las sombras se confunden con la ciudad”.
Ese silencio urbano, casi existencial, atraviesa buena parte de su obra, incluso en sus retratos más célebres: García Márquez, Mario Vargas Llosa, Tomás Eloy Martínez, Soledad Mendoza. Todos parecen atrapados en un mismo parpadeo introspectivo, como si la cámara les devolviera su propio pensamiento.
De Polonia a Londres: la formación del ojo
Antes de dedicarse de lleno a la fotografía, Szinetar estudió cine en la Escuela de Łódź, en Polonia, una de las más prestigiosas de Europa. “El cine era el gran mito de los años sesenta”, recuerda. “Allí aprendí la importancia del relato, de la edición y de la narrativa visual. Muchos fotógrafos creen que el tema es la foto, pero no: el tema es el discurso”.
Esa conciencia narrativa —el saber que una imagen no existe aislada sino dentro de una trama de sentido— se nota en todas sus series. “Cuando empiezo un proyecto le pongo un nombre”, dice. “Ese nombre me sirve de autopista: todo se canaliza hacia allí. Es la forma de depurar la mirada”.
Su paso por la Europa socialista también marcó su sensibilidad. “Polonia fue mi primer contacto con una dictadura”, dice. “Vivir en un país totalitario me hizo valorar el poder de la imagen como testimonio. Desde entonces entendí que mi trabajo estaría siempre vinculado a la historia”.
El fotógrafo como historiador de la memoria

“Yo soy, en cierta forma, un historiador de la cultura”, afirma Szinetar sin ambages. Su archivo personal, construido durante más de cinco décadas, es una de las crónicas visuales más completas de la vida intelectual latinoamericana. “Tengo registros de Sabana Grande, de los bares, de las librerías, de las reuniones privadas. Todo lo hacía con plena conciencia de que esos momentos iban a formar parte de la memoria cultural del país”.
No se trata solo de retratar figuras célebres, sino de preservar un espíritu. “Cuando en el futuro se quiera estudiar la bohemia caraqueña, tendrán que venir a mi archivo”, dice entre risas. “Allí está la historia íntima de la cultura venezolana”.
Entre la poesía y la fotografía
Además de fotógrafo, Szinetar es poeta. Para él, ambas disciplinas son vasos comunicantes. “La poesía me enseñó el arte de la edición. Cuando uno escribe, tiene que limpiar el texto, escuchar lo que dice el silencio. Lo mismo ocurre con la fotografía: hay que depurar la imagen hasta que quede solo lo esencial”.
Esa idea de síntesis, casi zen, atraviesa su obra. No hay artificio ni exceso; hay pausa, ritmo, contemplación. “El silencio también es palabra”, dice. “Y una fotografía, cuando logra decir algo sin ruido, se convierte en poesía”.
El poder de los otros
A lo largo de su carrera, Szinetar ha retratado a escritores, poetas y artistas que admira profundamente. Le pregunto qué siente al enfrentarse a ellos. “Es una danza de seducción”, responde. “Todos los seres humanos, por muy grandes que sean, disfrutan del juego. Mi trabajo es proponer ese juego, llevarlos a un espacio donde puedan soltarse. Y en ese instante, cuando bajan la guardia, aparece el verdadero rostro”.

A García Márquez lo fotografió en la casa de Soledad Mendoza, en Caracas. “Fue Tomás Eloy Martínez quien me llevó”, recuerda. “Retraté a los dos. Fue un momento íntimo, de complicidad. En esos retratos está la historia de nuestra literatura”.
La fotografía como lugar de exilio

En series como Cuerpo de exilio o Las Libertadoras, Szinetar explora la pérdida y el desplazamiento. “La fotografía puede ser una forma de sanar”, admite. “Cuando retrato, intento reconciliarme con lo que se ha ido. En el fondo, toda mi obra es una búsqueda de pertenencia. Yo soy mezcla: hijo de un judío húngaro y de una criolla venezolana. Ese cruce de mundos me dio una mirada amplia, pero también un sentimiento permanente de extranjería”.
Sus imágenes, por eso, tienen siempre algo de desarraigo y de ternura: son el testimonio de quien observa desde dentro y desde fuera al mismo tiempo.
Creador de espacios para otros

Pionero y promotor cultural, Szinetar fue fundador o impulsor de espacios como El Daguerrotipo, el Museo Alejandro Otero y el Centro Nacional de la Fotografía. “Me gusta inventar proyectos”, dice. “Y cuando no puedo hacerlos, se los regalo a alguien para que los continúe. Lo importante es que existan esos lugares de encuentro”.
Su trabajo como curador ha sido igual de fecundo: ha rescatado archivos de fotógrafos fundamentales como Tito Caula, Alfredo Cortina y Paolo Gasparini. “Me interesa dialogar con sus miradas”, afirma. “Ellos vieron un país que sigue hablando a través de sus imágenes”.
Entre lo analógico y lo digital
Cuando se le pregunta por los cambios tecnológicos, Szinetar se muestra sereno. “Yo vivo en la contemporaneidad, no en la nostalgia”, dice. “Colgué la cámara analógica sin dolor. Desde 2009 trabajo en digital y tengo duplicados de todo. Lo importante no es el formato, sino la conciencia con la que uno produce y guarda su memoria”.
Sobre el auge de las selfies y la inmediatez de las redes sociales, su respuesta es tajante: “No es un problema de tecnología, sino de discurso. El peligro está en no mirar lo que uno hace. La fotografía sigue siendo una forma de pensar, aunque hoy las imágenes se multipliquen hasta el infinito”.
Lo nuevo es lo viejo

Mientras muchos jóvenes redescubren el encanto del rollo, Szinetar sonríe con complicidad. “Lo nuevo es lo viejo”, dice. “Volver a lo analógico puede ser una experiencia maravillosa si se hace desde la curiosidad. En los ochenta, trabajando en el laboratorio, se me cayó una foto en el baño de revelado. Cuando la saqué, estaba solarizada, intervenida por accidente. Cualquier otro la habría botado, pero yo vi allí un camino. De los errores también nacen los hallazgos”.
Ser recordado en el reflejo
A sus más de setenta años, Vasco Szinetar sigue saliendo con su cámara como quien sale a conversar con el mundo. “Soy curioso por naturaleza”, dice. “Camino, hablo con la gente, los escucho. De eso se trata: de mantener el asombro”.
Le pregunto finalmente cómo le gustaría ser recordado, después de tantos retratos y tantos caminos recorridos. Sonríe antes de responder:
“Como un historiador de sí mismo y de los otros”.
La entrevista completa

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Prof. José Ramón Briceño Diwan
Notas Fotográficas
Nota: todas las imágenes que acompañan a este texto son de la autoría de Vasco Szinetar (IG): www.instagram.com/vasco_szinetar/
CARACAS D.C .VENEZUELA
Octubre, 2025
 
											 
											 
											 
											 
																													 
							 
										 
										 
										 
										 
										 
										 
										 
										 
															