“Un fotógrafo no es un artista, es un constructor”. Así comienza una de las reflexiones más contundentes de Pablo Krisch, fotógrafo venezolano con más de cuatro décadas de trabajo, quien ha hecho de la fotografía no solo un oficio sino un instrumento para conectar comunidades, visibilizar realidades e imaginar territorios.
Conversar con Krisch es un recorrido por la fotografía como experiencia vital. Desde sus primeros disparos en un drugstore caraqueño hasta su evolución como referente cultural de proyectos colectivos como Mérida Imagina, su camino no ha sido el de la fama ni el espectáculo, sino el del trabajo continuo, la formación autodidacta y la reflexión crítica sobre el hacer fotográfico.
El origen de una vocación
Krisch comenzó en los años 80, casi por azar. Una conversación en un autobús y una cámara Pentax prestada marcaron su inicio. Luego vino su formación formal en Inglaterra, un viaje transformador en jeep desde Caracas hasta Buenos Aires y, sobre todo, una visión del mundo donde la fotografía sirve para entender —y hacer entender— el entorno.
“Uno no puede dejar de ver la luz”, dice. Para él, la iluminación no es un recurso técnico sino una lengua viva: “Es como un idioma que si dejas de hablarlo, se te olvida”. Esa fidelidad a la mirada diaria es parte de su credo.
El fotógrafo como psicólogo y narrador
Durante la conversación, Krisch insiste en que un fotógrafo debe saber leer al otro. “Hay que enamorar a la gente para lograr una buena foto”, dice, recordando sus años haciendo retratos para informes anuales de empresas petroleras. Ese tipo de sensibilidad —mezcla de observación, empatía y dirección— lo lleva a afirmar que un fotógrafo debería ser incluso presidente: “Debes controlar masas, hablar en público, convencer sin miedo”.
De la fotografía analógica a la inteligencia artificial
Krisch se define como un fotógrafo con educación analógica. Aún lleva un trípode a cuestas, y aunque reconoce el valor de los teléfonos móviles y la inteligencia artificial para democratizar el acceso a la imagen, no olvida que la esencia está en la mirada. “Una vez hice una imagen con IA y quedó bien, pero no me cautivó. Prefiero lo real, lo que la cámara y la luz pueden contar”.
Mérida Imagina: una bienal desde el territorio
Uno de los proyectos más significativos en su trayectoria reciente es Mérida Imagina, una bienal fotográfica que no busca premiar, sino construir identidad colectiva. A diferencia de las muestras convencionales, aquí no hay ganadores, sino una comunidad que investiga y reflexiona sobre lo que significa fotografiar desde Venezuela y sobre Venezuela.
Cada edición de Mérida Imagina tiene una temática precisa: la primera fue libre, la segunda se enfocó en la identidad venezolana, y las próximas —como Zulia Imagina y Humboldt: lo que vio— buscan activar desde lo local una lectura plural del territorio. “No queremos caer en el cliché de la fotografía venezolanista. Lo que nos interesa es la visión, la mirada crítica, la investigación fotográfica”.
Krisch también coordina el proyecto Fotógrafos Venezolanos en el Mundo, que visibiliza portafolios de autores dentro y fuera del país. Y junto a aliados estratégicos, ha logrado que el trabajo de estas bienales se exponga en Caracas, Maracaibo, Valencia, Margarita e incluso París y Estrasburgo. La próxima meta: Berlín.
Entre libros, busetas y sembradíos
Más allá de las bienales, Krisch ha publicado varios libros en Amazon, como Budapest: Imperio de Horizontes, Ser Cubano, Mérida Intacta y Venezuela Infinita (junto a Valentina Quintero). Cada uno recoge lo que él llama “familias fotográficas”: retrato, paisaje, corporalidad, arquitectura.
Una anécdota lo pinta de cuerpo entero: para ayudar a su hijo a comprar abono para sembrar caraotas, rifó fotos impresas y logró reunir fondos para 200 sacos. “La fotografía también puede abonar la tierra”, dice entre risas.
La ética del fotógrafo total
Frente a la especialización, Krisch se reconoce como un todero nato, no por elección, sino por necesidad: “Aquí hay que inventar todos los días”. Sin embargo, destaca que quienes logran destacar en el mundo lo hacen a partir de una especialidad. “Como la medicina. El fotógrafo también puede ser paisajista, retratista o documentalista, pero debe hacerlo con profundidad”.
No le gustan las bodas ni las primeras comuniones, pero sí las busetas, los paisajes que otros ignoran, la gente común y las ideas grandes. Está convencido de que, con voluntad, cualquier comunidad puede transformar su entorno, como lo intenta con el proyecto de balnearios en el río Chama. “¿Por qué solo el gobierno puede hacerlo? Nosotros también somos país”.
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Por José Ramón Briceño Diwan | Especial para Correo Cultural
CARACAS D.C. VENEZUELA
Julio, 2025