Garrido no necesita presentación entre quienes conocen la historia visual reciente de Venezuela. Premio Nacional de Artes Plásticas en 1991 —el primero otorgado a un fotógrafo en el país—, su obra ha sido tan controversial como necesaria, desafiando los límites entre lo sagrado y lo profano, entre el arte y el activismo, entre la forma y el fondo. Pero más allá del personaje incómodo para instituciones, críticos y gobiernos de turno, Garrido ha construido un discurso visual coherente y profundamente honesto, donde la fotografía no es un fin sino un medio: un ritual personal de exorcismo, una plataforma de denuncia y una pedagogía contracultural.
La fotografía como exorcismo
«Yo no hago fotografía para chocar», afirma Garrido. «Hago fotografía para mí, para exorcizar demonios internos». En esa declaración se condensa buena parte de su trayectoria: un trabajo que nace desde las entrañas, que no busca agradar sino remover, que no teme tocar lo intocable.
Su serie Muertos en vía, iniciada con imágenes de perros muertos en las calles de Caracas, marcó un punto de quiebre. Fue su forma de enfrentar el miedo a la muerte —herencia cultural occidental— y canalizarlo visualmente. A partir de allí, su obra se expandió hacia una crítica aguda a la iconografía religiosa y la represión moral. Educado en colegios católicos, Garrido señala que su confrontación con los símbolos del cristianismo responde a una necesidad personal de liberarse del peso del pecado, el deseo culpable, y la lógica sadomasoquista del sufrimiento espiritual. “Los santos están gozando el martirio”, dice con una mezcla de ironía y lucidez.
Cada imagen, cada puesta en escena, ha sido una forma de “meter el dedo en la llaga”, de romper silencios colectivos, de decir lo que muchos callan. Así nace una de sus piezas más emblemáticas: Caracas sangrante, una vista manipulada de Parque Central donde los edificios sangran, obra premonitoria de la violencia urbana. «Lo que me preocupa —advierte— es que esa imagen, que tiene más de 30 años, siga siendo vigente hoy».
Contra el poder, venga de donde venga
Garrido ha sido censurado en todas las etapas políticas del país. Desde la Venezuela de Caldera y el Opus Dei hasta la era chavista, su obra ha enfrentado silenciamientos formales e informales. «Mi problema no es con una banderita, es con el poder como estructura», afirma.
Su crítica es transversal y su rebeldía no negocia. Cuando fue invitado al Salón Michelena, decidió presentar una instalación hecha a partir de un excremento escaneado a gran escala. “Yo me cago en el Michelena”, decía el cartel. No era una provocación gratuita: era coherencia con una trayectoria crítica que no se acomoda a la institucionalidad del arte.
Lo mismo ocurrió con la portada del último disco de Sentimiento Muerto, para el cual usó la imagen de un perro muerto (parte de su serie inicial). El concepto chocó con los ejecutivos de la disquera, pero fue defendido por Cayayo Troconis como si fuera un bajorrelieve artístico. Así, la obra se filtró en la cultura pop de los años 90 y se volvió icono de una generación.
Hacedor de imágenes
Aunque el país y el mundo lo conocen como fotógrafo, Garrido prefiere definirse como «hacedor de imágenes». La fotografía es solo una de sus herramientas. También ha trabajado con serigrafía, escultura, performance y recientemente con inteligencia artificial. No cree en los compartimentos estancos entre disciplinas: le interesa la imagen como fenómeno cultural, emocional, simbólico.
Durante años trabajó con la Fundación Bigott documentando fiestas populares en Venezuela, construyendo un archivo antropológico visual de enorme valor histórico. “Lo popular no es folclórico, es contemporáneo”, insiste. En sus puestas en escena, en sus símbolos, hay siempre rastros de esas celebraciones: diablos danzantes, altares de María Lionza, sincretismos híbridos que para él poseen una potencia estética única.
Su archivo, sistemáticamente organizado y clasificado, es hoy referencia obligada para entender la Venezuela profunda, esa que no sale en los noticieros pero que sobrevive entre lo sagrado, lo pagano y lo festivo.
La imagen en tiempos digitales
A pesar de su formación analógica —trabajaba con una Hasselblad y cromo cibachrome—, Garrido se ha adaptado sin nostalgia al mundo digital. Reconoce que el tránsito fue difícil: al principio los colores digitales no le convencían, por lo que comenzó creando obras con escáner antes de pasarse del todo a la cámara digital.
Hoy defiende el uso del celular como herramienta creativa. «El celular te hace invisible. Puedes fotografiar sin que te detengan, sin que te censuren». Además, le parece maravilloso que la fotografía se haya democratizado. «Un niño puede tomar fotos de su realidad, y eso tiene un valor enorme», explica.
Pero también hace una distinción clara: «Una cosa es tomar fotos, otra cosa es ser fotógrafo». No todo el que hace clic con el teléfono tiene un discurso visual. Por eso insiste en que la fotografía requiere lenguaje, intención, profundidad simbólica.
Inteligencia artificial: herramienta, no amenaza
Lejos de los discursos apocalípticos, Garrido se muestra entusiasta con el uso de la inteligencia artificial en la creación de imágenes. “No hay que tenerle miedo, es una herramienta como cualquier otra. Lo importante es saber qué pedirle”. Para él, lo fundamental es tener claridad conceptual y dominar el lenguaje visual para lograr que la IA trabaje a favor de una estética propia.
En sus experimentos recientes, combina IA con referencias como El Bosco o la estética religiosa barroca, y se preocupa por los límites que imponen los filtros de censura automatizada. “Tienes que aprender a burlarlos, a manipular el lenguaje de la IA para que te dé lo que tú buscas. Igual que el flash: si no sabes usarlo, te encandila”.
La docencia como legado
Durante 20 años, la ONG (Organización Nelson Garrido) fue su espacio de formación y contracultura. Un taller, una galería, una trinchera para todo aquel que no tenía lugar en el sistema. Por allí pasaron generaciones de fotógrafos, artistas, teatreros, poetas y anarquistas. Cerró hace dos años tras la pandemia, porque “los ciclos deben saberse cerrar”.
Actualmente da talleres virtuales a través de Imago, con un enfoque en fotografía experimental, antropológica, editorial y fanzines. Su taller de fotografía antropológica, por ejemplo, parte del respeto a las comunidades y de la idea de que el fotógrafo no es el protagonista, sino la caja de resonancia de los otros.
Para Garrido, enseñar no es adoctrinar: es crear condiciones para que otros encuentren su lenguaje. Por eso su labor como formador es tan importante como su obra.
Final sin pedestal
A sus 73 años, Nelson Garrido no se llama maestro ni artista. Rechaza ambos títulos por parecerle pomposos y elitistas. “Yo soy un hacedor de imágenes”, repite, como quien escoge vivir entre márgenes. Y desde esa trinchera de honestidad radical, nos sigue recordando que la fotografía no es solo luz y forma: es cuerpo, conflicto, política, y también —por qué no— una forma de ternura.
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Por José Briceño
CARACAS D.C. VENEZUELA
Julio, 2025