La memoria de la luz: entre Bonnard y Monasterios.
Entre la distancia geográfica y la cercanía emocional, este texto entrelaza dos recuerdos: una exposición reciente de Rafael Monasterios en Caracas y una de Pierre Bonnard vista en Nueva York. A través del hilo invisible de la memoria, se teje una reflexión sobre la luz, el color y el poder evocador de la pintura. Dos artistas, dos geografías, un mismo gesto: detener el tiempo para que el recuerdo respire.
Pierre Bonnard
A pesar de no estar en Caracas en estos momentos, la noticia de que una exposición de Rafael Monasterios se inauguró recientemente en la Galería Freites me alcanzó como una ráfaga cálida. No pude evitar recordar otra muestra, lejana en el tiempo y la geografía, presentada en la Galería Aquavella de Nueva York en 2023, titulada: “Bonnard. La experiencia de ver”.
Aquella exposición me dejó una huella silenciosa. No fue solo por la calidad de las obras, todas ellas prestadas por coleccionistas y museos, sino por la sensación de estar ante cuadros que respiraban. Recuerdo haber percibido en ellos una inestabilidad seductora, como si la imagen no estuviese terminada, y como si esta pidiera mi complicidad para completarse. En el catálogo leí una frase que aún me acompaña:
“…Las pinturas de Bonnard son infijas, mutables y cambiantes (…) carecen de resolución, por lo que requieren la participación del espectador para llevarlas a buen término. Este proceso de reconstrucción de imágenes a través de la memoria y el paso del tiempo logra lo que Bonnard denominó una ‘detención del tiempo’….”
Rafael Monasterios
¿No es acaso eso lo que también ocurre con Monasterios, cuando uno se detiene frente a un valle brumoso, una sabana que se abre como un sueño o un cielo suspendido sobre la memoria de Venezuela? En su aparente acabado rápido y sus pinceladas sueltas, hay algo que también invita a completar la imagen desde el recuerdo. Ambos artistas —aunque distintos en origen y forma— pintan más desde la memoria sensorial que desde la observación directa: Bonnard, que trabajaba a partir de bocetos para demorar años en terminar un cuadro; y Monasterios, quien, con una formación más académica, también se permitía una libertad compositiva para crear atmósferas más que reproducciones.
La pintura, en ambos casos, no se impone: sugiere. No narra: evoca. Y esa evocación se vuelve más profunda cuando la distancia es real —como ahora—, cuando uno mira desde otro país y desde otro tiempo.
Viene también a mi memoria otra exposición de Monasterios, presentada en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber, muchos años atrás, acompañada de un texto de Alfredo Boulton, quien hablaba del paisaje no como un género, sino como una identidad visual, una patria afectiva que se construye desde la mirada. Boulton entendía que Monasterios no copiaba la naturaleza: la soñaba con fidelidad.
Y es ahí donde ambos artistas se encuentran en mi memoria. Bonnard pintando a Marthe entre reflejos, o la bañera como una isla íntima; Monasterios, por su parte, pintando a Maracay, los valles de Aragua, o a un país aún por imaginar. Uno encierra el mundo en una habitación —su casa, su jardín, su compañera Marthe—; el otro lo abre hacia el horizonte, transformando el paisaje nacional en un símbolo patrio, pero también en un espacio vivido, sentido. La memoria del lugar es central en ambos: uno desde lo privado, el otro desde lo colectivo.
Pierre Bonnard
Ambos han hecho del color una música interior: Bonnard lo descompone hasta hacerlo vibrar, como si lo pintara desde la memoria del ojo; Monasterios lo usa para construir armonías del paisaje, con una paleta que revela tanto amor por la tierra como conocimiento atmosférico. En los dos, la luz no es solo un efecto visual, sino un lenguaje emocional, una experiencia afectiva.
Hoy, desde lejos, compruebo que la pintura también es otro modo de recordar. Bonnard y Monasterios me enseñaron que la imagen no está en el lienzo, sino en la mirada que la guarda, la transforma y la vuelve a ver, como un eco. Quizás por eso seguimos visitando exposiciones: no para ver lo nuevo, sino para reencontrarnos con lo que no sabíamos que llevábamos dentro.
The Memory of Light: Between Bonnard and Monasterios
Between geographical distance and emotional closeness, this text intertwines two memories: a recent exhibition of Rafael Monasterios in Caracas and one of Pierre Bonnard seen in New York. Through the invisible thread of memory, it weaves a reflection on light, color, and the evocative power of painting. Two artists, two geographies, one shared gesture: suspending time so that memory can breathe.
Pierre Bonnard
Although I am not in Caracas at the moment, the news that an exhibition of Rafael Monasterios is about to open at Galería Freites reached me like a warm breeze. I couldn’t help but recall another exhibition, distant in both time and geography, held at the Aquavella Gallery in New York in 2023, titled “Bonnard: The Experience of Seeing.”
That exhibition left a quiet imprint on me. It wasn’t just the quality of the works—each one lent by collectors and museums—but the feeling of being before paintings that seemed to breathe. I remember sensing in them a seductive instability, as if the images were unfinished and asking for my complicity to complete them. In the catalog, I read a phrase that still lingers with me
“Bonnard’s paintings are unfixed, mutable, and shifting (…) they lack resolution, and thus require the viewer’s participation to bring them to completion. This process of reconstructing images through memory and the passage of time achieves what Bonnard called a ‘suspension of time.’”
Rafael Monasterios
Isn’t that also what happens with Monasterios, when one pauses before a misty valley, a savannah opening like a dream, or a sky suspended over the memory of Venezuela? In his seemingly quick execution and loose brushstrokes, there is also something that invites the viewer to complete the image from memory. Both artists—though different in origin and form—paint more from sensory memory than from direct observation: Bonnard, who worked from sketches and often took years to finish a painting; and Monasterios, who, with a more academic background, also allowed himself compositional freedom to create atmospheres rather than reproductions.
In both cases, painting does not impose itself: it suggests. It does not narrate: it evokes. And that evocation deepens when distance is real—as it is now—when one looks from another country, another time.
Another Monasterios exhibition also comes to my mind, held many years ago at the Museum of Contemporary Art of Caracas Sofía Imber, accompanied by a text by Alfredo Boulton, who spoke of landscape not as a genre, but as a visual identity—a homeland of the gaze, an affective territory built through vision. Boulton understood that Monasterios did not copy nature, but rather dreamed it with fidelity.
And that is where both artists meet in my memory. Bonnard painting Marthe through reflections, or the bathtub as an intimate island; Monasterios, in turn, painting Maracay, the valleys of Aragua, or a country still to be imagined. One encloses the world in a room—his home, his garden, his companion Marthe; the other opens it to the horizon, transforming the national landscape into a patriotic symbol, but also into a lived, felt space. The memory of place is central to both: one from the private sphere, the other from the collective.
Rafael Monasterios
Both make of color an interior music: Bonnard breaks it down until it vibrates, as if painted from the memory of the eye; Monasterios uses it to build landscape harmonies, with a palette that reveals both love for the land and atmospheric insight. In both, light is not just a visual effect: it is an emotional language, an affective experience.
Today, from afar, I realize that painting is also another way of remembering. Bonnard and Monasterios taught me that the image is not on the canvas, but in the gaze that holds it, transforms it, and sees it again—like an echo. Perhaps that is why we keep visiting exhibitions: not to see something new, but to rediscover what we didn’t know we carried within.
CARACAS D.C. VENEZUELA
Cesar Sasson
Magíster en Curaduría de Arte
coleccionsasson@gmail.com
@coleccionsasson
Ciudad de Panamá – Panamá
Junio 2025