Daniel Medina fue quien primero me habló de Federico Ovalles. Lo hizo con la pasión de quien reconoce, en la obra ajena, una vibración propia. Daniel, quien fue uno de los artistas más prometedores de su generación, una esperanza que se nos fue demasiado temprano, ya había intuido que en la obra de Ovalles había algo más que materia: había memoria.
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No podría precisar con exactitud qué obras de Ovalles conoció Daniel en aquel momento, ni mucho menos cómo eran esas piezas en ese entonces. Lo que sí recuerdo es la estima profunda que sentía por su trabajo y la certeza con la que hablaba de su valor. Hoy, al ver las imágenes de Desconfiguración, la reciente exposición de Ovalles en la Sala TAC de Caracas, no puedo evitar sentir que esa conversación, lejana en el tiempo pero viva en el recuerdo, de algún modo sigue abierta.
En estas obras, vistas ahora desde la distancia, a través de fotografías y fragmentos compartidos, la ciudad aparece desarmada, como si sus formas hubiesen cedido ante el peso de la intemperie. Cartón, madera, cemento, fibras naturales, alambres… cada pieza parece construida con lo que queda al borde del camino, como si Ovalles recogiera lo que otros desechan y le diera un nuevo lugar, no para restaurarlo, sino para mostrarnos su verdad.
Su obra no se presenta como un lamento ni como una nostalgia. Tampoco como un acto de denuncia. Hay en ella una especie de serenidad áspera, un reconocimiento honesto de la precariedad como parte inseparable de la vida urbana.
En su manera de hacer, hay una conciencia clara de lo transitorio. No busca rescatar grandezas perdidas, sino señalar la arquitectura frágil de lo provisional, aquello que sostiene —desde la orilla— la vida cotidiana en nuestras ciudades.
Desconfiguración es, en cierto modo, un espejo roto de la ciudad. Sus geometrías son heridas abiertas, ensamblajes que narran la historia de lo que persiste pese al abandono. No hay aquí monumentos, sino vestigios, cicatrices que se dejan ver sin pudor.
Mientras observo estas obras a la distancia, a través de la pantalla, no dejo de pensar en Daniel Medina. En su lucidez, en su mirada generosa, en aquellas conversaciones que, pese al tiempo, hoy vuelven a encenderse en mi memoria.
Deconfiguration (In Memory of Daniel Medina)
Daniel Medina was the first to tell me about Federico Ovalles. He did so with the passion of someone who recognizes, in another’s work, a vibration of his own. Daniel, one of the most promising artists of his generation—a beacon of hope lost far too soon—had already sensed that there was more than just matter in Ovalles’ work: there was memory.
I couldn’t say exactly which of Ovalles’ pieces Daniel knew back then, nor what those works looked like at the time. But I do remember the deep esteem he held for his work, and the conviction with which he spoke of its value. Today, seeing the images of Desconfiguración, Ovalles’ recent exhibition at Sala TAC in Caracas, I can’t help but feel that conversation—distant in time yet vivid in memory—is, in some way, still unfolding.
In these works, now seen from afar through photographs and shared fragments, the city appears dismantled, as if its forms had given way under the weight of the elements. Cardboard, wood, cement, natural fibers, wire… each piece seems built from what’s left at the side of the road, as if Ovalles were gathering what others discard and granting it a new place—not to restore it, but to reveal its truth.
His work is neither a lament nor a nostalgic gesture. Nor is it an act of denunciation. There is, rather, a kind of rough serenity in it—an honest recognition of precariousness as an inseparable part of urban life.
In his approach, there is a clear awareness of the transitory. He doesn’t seek to restore lost grandeur, but rather to highlight the fragile architecture of the provisional—what sustains everyday life from the margins.
Desconfiguración is, in a way, a shattered mirror of the city. Its geometries are open wounds, assemblages that recount the story of what endures despite abandonment. There are no monuments here, only remnants—scars laid bare without shame.
As I look at these works from a distance, through a screen, I cannot stop thinking of Daniel Medina—of his clarity, his generous gaze, of those conversations which, despite the years, reignite today in my memory.
Cesar Sasson
Magíster en Curaduría de Arte
coleccionsasson@gmail.com
@coleccionsasson
Ciudad de Panamá – Panamá
Julio 2025