El viernes siete de marzo de este año sostuvimos una larga conversación con Gil Montaño, una suerte de viajero del tiempo que comenzó siendo analógico y haciendo trabajo para la prensa local y terminó siendo corresponsal de grandes agencias de noticias, una conversación amena con un genio muy conocido en los círculos fotográficos pero que ahora presentamos al gran público.
La historia de la fotografía venezolana contemporánea no estaría completa sin el testimonio gráfico y vital de Gil Montaño. Maracayero de nacimiento, este fotorreportero se ha labrado un nombre a través de casi tres décadas de trayectoria, con un recorrido que lo ha llevado desde los laboratorios de blanco y negro en la prensa local hasta coberturas internacionales para agencias como Reuters y eventos multitudinarios con la empresa Evenpro.
Los comienzos entre químicos y negativos
Gil Montaño inició su formación formal en 1998, entre la Escuela de Artes Visuales Rafael Monasterios y la Escuela Regional de Fotografía en Maracay, donde se sintió más cómodo. Estudió bajo la tutela de Wilson Prada y cursó todos los niveles disponibles durante cinco años, incluyendo los talleres especializados que ofrecía la institución. Fue también asistente en el laboratorio fotográfico de la escuela, una experiencia que considera fundamental en su crecimiento técnico y ético.
Posteriormente, buscó seguir formándose de forma autodidacta y con talleres en Caracas, donde fue discípulo de figuras como Nelson Garrido, Roberto Mata, Ricardo Jiménez y Leo Álvarez. Su inquietud lo llevó incluso más lejos: obtuvo una beca en República Dominicana para estudiar con Walter Astrada, y luego fue becado nuevamente para asistir al prestigioso Foundry Workshop en Buenos Aires, donde tuvo como mentores a fotógrafos de talla internacional como Adriana Zehbrauskas del New York Times.
La escuela de la calle: su paso por la prensa
Su debut profesional fue en El Periodiquito, a inicios de los 2000. Allí, con película en blanco y negro, revelado manual y laboratorio lleno de colegas apurados, Montaño aprendió lo que no enseñan en ninguna academia: la velocidad, la precisión y el nervio del cierre de edición. “Si en una semana no haces las fotos enfocadas, te vas”, recuerda que le dijo un jefe tras entregarle una imagen desenfocada. Aquella presión fue su mayor escuela.
Más adelante, trabajó en El Aragüeño, donde se enfrentó al revelado en color, más exigente en cuanto a temperatura y manejo químico. Ya en Caracas, cumplió su sueño de trabajar en El Universal, medio que admiraba desde sus años formativos. Su ingreso no fue fortuito: comenzó enviando fotos por correo a un fotógrafo del diario, Nicolás Roca, quien le ofreció mentoría a distancia. Finalmente, fue convocado a entrevistas y contratado, asumiendo coberturas nacionales y deportivas, muchas de ellas complejas, sin tener afinidad con el deporte, lo cual lo obligó a aprender en cancha.
Amuay: la pauta que lo transformó
Una de las coberturas más significativas en su carrera fue la explosión de la refinería de Amuay en 2012. Fue el primer fotógrafo caraqueño en llegar al sitio, donde trabajaba simultáneamente para Últimas Noticias y Reuters. La magnitud de la tragedia, sumada al tiempo que permaneció en la zona —una semana completa— le permitió realizar un trabajo humano y profundo. “Hubo un antes y un después en mi carrera como fotógrafo de prensa después de Amuay”, afirmó en la entrevista.
Gracias a la distribución de sus imágenes por Reuters, sus fotos abrieron en primera plana en medios como El Universal, El Nacional y Últimas Noticias. Su cobertura destacó no solo por la crudeza de las imágenes, sino también por su capacidad para relatar el dolor y la resistencia de la comunidad afectada.
La lente del espectáculo
Montaño también dejó su huella en otro frente: la fotografía de espectáculos. Tras su etapa en prensa, fue convocado por Evenpro para cubrir grandes conciertos. Hizo fotos memorables de artistas como Kiss, Metallica, Santana, Slayer y Depeche Mode. Relató que muchas de estas coberturas requerían un equipo de varios fotógrafos bajo su coordinación, y que en ciertos casos, como los shows de Luis Miguel, debía disparar desde plataformas a distancia con lentes de hasta 600 mm debido a las restricciones del artista.
Además de conciertos, cubrió eventos sociales como bodas, a las que aplicaba una mirada documental inspirada en el trabajo de Ricardo Jiménez. Su intención siempre fue ir más allá de las fotos posadas: “Trato de hacer las cosas como si fuese un curioso escondido detrás de una pared”, confesó.
El legado vivo y los consejos para las nuevas generaciones
Hoy en día, Gil Montaño continúa vinculado al mundo de la imagen, ofreciendo talleres de fotografía básica y documental en Maracay. Cree en la formación constante y en el aprendizaje junto a maestros. “Que se preparen, que busquen con quién ponerse al ladito y aprender”, recomienda a los nuevos fotógrafos. En su visión, la fotografía no es solo técnica, sino intuición, experiencia y sensibilidad.
Prefiere hoy en día la fotografía móvil para su trabajo personal —por su practicidad y calidad suficiente— pero sigue confiando en la cámara réflex para trabajos profesionales. “Ya los teléfonos dan cierta calidad… pero si me toca un trabajo profesional, no puedo ir solo con el teléfono”, dice con humor y franqueza.
La entrevista, transmitida por el canal de YouTube Notas Fotográficas, dirigida por José Ramón Briceño, sirvió no solo para repasar la trayectoria de Montaño, sino también para rendir homenaje a una vida dedicada a mirar —y capturar— con respeto, talento y pasión la realidad venezolana. Su legado es una mezcla entre oficio, sensibilidad y dignidad, y su historia sirve como inspiración para quienes, cámara en mano, quieren contar el mundo.
Pueden encontrar la entrevista completa en
Prof. José Ramón Briceño Diwan
Instagram: @jbdiwan
YouTube: Notas fotográficas
Por José Ramón Briceño
CARACAS D.C. VENEZUELA
Junio, 2025