@francomendozaphoto
Desde que tuve en mis manos por primera vez uno de los libros de Sebastião Salgado, supe que estaba ante algo más que fotografía. Aquellas imágenes en blanco y negro no solo retrataban personas, paisajes o conflictos: hablaban. Y lo hacían con una fuerza que ninguna palabra podía alcanzar. Como editor de Correo Cultural, y como ser humano profundamente conmovido por el arte, siento la necesidad de rendir homenaje a este maestro de la luz, que ha hecho de su cámara una brújula ética para la humanidad.
Salgado no dispara una foto: ofrece un testimonio. Y lo hace con una sensibilidad que traspasa fronteras, ideologías y generaciones. Su obra ha sido y seguirá siendo un espejo donde el mundo puede mirarse sin adornos, pero también con una compasión profunda. Desde las minas de Serra Pelada hasta los glaciares del Ártico, su lente ha capturado tanto la crudeza como la belleza de nuestro planeta, siempre con una mirada profundamente respetuosa por los sujetos que retrata.
Hay algo en su forma de componer que me conmueve como admirador del arte: ese juego entre la sombra y la luz, que parece replicar la lucha interna de cada historia. En sus proyectos más emblemáticos —Trabajadores, Éxodos, Génesis—, Salgado no se limita a mostrar: nos obliga a mirar de frente. A reflexionar. A sentir. A recordar que detrás de cada imagen hay un ser humano con una historia irrepetible.
En una época marcada por la inmediatez y el consumo fugaz de imágenes, la obra de Salgado es una pausa necesaria. Una oportunidad de contemplar y de comprender. Mientras muchos fotógrafos documentan la superficie de los hechos, él desciende a su profundidad. A lo esencial. A la raíz de lo humano. Y lo hace con una dignidad que conmueve.
Sebastião Salgado y su mujer Lélia en el Instituto Terra /
Pero su legado no termina en la fotografía. Su vida entera ha sido un acto de coherencia. Junto a su esposa, Lélia Wanick Salgado, fundó el Instituto Terra, un proyecto de restauración ambiental en Brasil que ha logrado reforestar miles de hectáreas de tierra devastada. Es, literalmente, un artista que ha devuelto vida a la tierra. Una hazaña silenciosa pero titánica que habla tanto de su visión como de su esperanza.
El documental La sal de la tierra, dirigido por Wim Wenders y su hijo Juliano Ribeiro Salgado, capturó como pocos esa dualidad entre el testigo del sufrimiento humano y el soñador que aún cree en la redención del planeta. Verlo fue entender que el arte puede ser dolor, pero también bálsamo. Que puede ser denuncia, pero también abrazo.
Hoy despedimos a un maestro. Y lo hacemos con el corazón encogido, porque el mundo se queda sin una mirada única, sin una voz visual que nos enseñó a no mirar hacia otro lado. Pero también recibimos un legado sin tiempo. Una obra que seguirá hablando por él, guiándonos como un faro ético en la niebla de la indiferencia.
Como medio cultural, en Correo Cultural nos sentimos honrados de haber sido contemporáneos de su genio. Su trabajo ha inspirado muchas de nuestras propias búsquedas editoriales: cómo narrar lo humano desde el respeto, cómo usar la imagen como puente y no como barrera. Él nos dio ejemplo de que el arte no es evasión, sino compromiso.
Las nuevas generaciones de fotógrafos tienen en Salgado una guía luminosa. No se trata solo de técnica —aunque su maestría es indiscutible—, sino de intención, de ética, de profundidad. De entender que cada imagen puede ser un acto de amor o una herramienta de transformación. Que una buena fotografía no solo se ve: se siente, se piensa, se recuerda.
Y más allá del arte, su mensaje es universal: el ser humano no está por encima del mundo, sino dentro de él. Salgado nos hizo ver que la naturaleza no es un fondo, sino un personaje. Que la tierra también sufre, también respira, también necesita ser protegida. Su obra Génesis es quizás el manifiesto visual más potente sobre la urgencia de reconectar con lo esencial.
Hoy, desde este espacio cultural que cree en la fuerza del arte para cambiar realidades, decimos: gracias, maestro. Por enseñarnos a mirar con otros ojos. Por abrirnos el alma con cada encuadre. Por recordar que la belleza puede ser también un acto de resistencia. Y que el dolor, cuando se observa con amor, puede transformarse en esperanza.
Sebastiao Salgado
Sebastião Salgado se ha ido, pero sus imágenes permanecerán. Como una cartografía de lo humano. Como una memoria que no caduca. Como una invitación a mirar más allá de lo visible. En su partida, no solo nos deja una obra inigualable: nos deja una misión. La de seguir mirando, con empatía y con coraje. Porque ver el mundo, como él lo hizo, es el primer paso para cambiarlo.
Hasta siempre maestro !!!
Bogotá D.C. Colombia
Mayo, 2025