Roberto Mata no necesita presentación entre quienes transitan el mundo de la fotografía en Venezuela. Fundador de una de las escuelas más influyentes del país, formador de generaciones y testigo directo de la transformación del oficio, conversó recientemente con el profesor y también fotógrafo José Ramón Briceño como parte de las entrevistas para su canal (en YouTube) Notas Fotográficas. Durante la entrevista, Mata hizo un recorrido íntimo por su historia, compartió reflexiones sobre la enseñanza, la migración, su proyecto actual y el lugar emocional que habita la fotografía.
La imagen como oficio, no como título
“Soy bachiller de la República”, dice sin tapujos. Mata nunca obtuvo un título universitario, pero eso no lo ha frenado. Ingresó al mundo profesional a los 18 años, como fotógrafo de la extinta revista Pandora, del diario El Nacional. Allí, en medio del trajín editorial, encontró su verdadera escuela: la calle, la gente y la necesidad de resolver. “Fue la gran escuela. Trabajar para un medio dominical en una ciudad que no conocía.”
Nunca se consideró fotoperiodista, aunque trabajara para un diario. “Mi desarrollo nunca fue en periodismo… lo mío fue siempre el retrato y el ensayo.”
La escuela que nació por accidente
La historia de su taller, que luego se transformaría en la Escuela Roberto Mata, no comenzó con un plan de negocios ni con una visión educativa elaborada. “No se me ocurrió a mí. Se le ocurrió a un cliente”, explica. En 1993 diseñó un curso básico para preparar a un joven que entraría a estudiar Comunicación Social. De boca en boca, llegaron más alumnos. “Ese año tuve 15, uno por uno.”
Decidió ponerle su nombre por una razón práctica y ética: “Pensaba que si tenía mi nombre, iba a hacer las cosas bien.” Lo que empezó como una actividad secundaria se transformó en una institución con presencia hoy en Caracas y Miami.
La migración como quiebre y motivación
Uno de los momentos más sensibles de la conversación fue cuando Mata abordó el impacto de la migración venezolana en su escuela: “Me voy del país, necesito que me prepares”, se volvió una frase recurrente.
Así diseñó un sistema de formación estructurado que ayudara a sus alumnos a reinventarse profesionalmente en el exterior. “Mi meta era que la gente se montase en ese avión con 180 o 200 horas de clase.”
Lo logró. Y hoy muchos de sus exalumnos trabajan como fotógrafos en destinos tan disímiles como Noruega, México o Nueva Zelanda.
Pídeme un retrato: un puente entre ausencias
De todos los proyectos que ha desarrollado, Pídeme un retrato es el que hoy lo emociona más. Mata, desde Miami, ofrece hacer retratos gratuitamente a personas que no se han visto en al menos cinco años, producto de la diáspora. “Lo único que yo sé hacer decentemente es ser retratista”, confiesa.
El proyecto nació tras un viaje a Buenos Aires para dejar a su hijo menor, quien cumplía 18 años el día del vuelo. Aprovechó para visitar a su hermano, a quien no veía desde hacía siete años. Ese reencuentro sembró una idea: unir, al menos simbólicamente, a quienes han sido separados por la migración. “No puedo acercar físicamente a las personas, pero puedo construir un puente visual entre ellas.”
La convocatoria superó sus expectativas: recibió más de 100 solicitudes a través de Instagram. “Tuve que ir descartando… era un trabajón.”
Uno de los retratos más recientes fue a una cocinera venezolana en Colonia, Alemania, separada desde hace nueve años de su hija y sus nietos. “En todos lados hay venezolanos separados”, afirma con la serenidad del que ha visto muchas despedidas.
Técnica y emoción: el equilibrio necesario
Aunque la emoción guía sus elecciones, Mata insiste en que la técnica no puede quedar relegada. “Primero, mi foto tiene que quedar bien. No dejo que la emoción supere mi capacidad para controlar las cuatro cosas que tiene que controlar un fotógrafo.”
Ese equilibrio entre sensibilidad y rigor es lo que ha marcado su trabajo, tanto en proyectos personales como en los encargos para medios y revistas.
Un oficio en transformación
¿Se puede vivir hoy del arte fotográfico? Mata es honesto: “No lo sé.” Reconoce que las posibilidades son difíciles, pero existen. Cita ferias internacionales, donde el fotolibro y la obra impresa aún encuentran espacios. “Tratar de desarrollar un trabajo sólido, ser serio, construir una red”, son sus recomendaciones.
En su paso por Miami, sin embargo, no ha conseguido un medio donde insertarse como retratista. “Si me voy a poner a trabajar para un medio, es para retratar gente con valor agregado. Por gente bonita, hay fotógrafos que lo hacen mejor que yo.”
El problema del equipo sin formación
Uno de sus señalamientos más agudos fue contra la obsesión actual por el equipo. “Se prioriza el equipo de forma descarada. El aprendizaje es lo mínimo posible.”
Para él, la clave sigue siendo la formación sólida. “Que alguien que sepa un poquito más que tú te ayude a digerir.” Cita a educadores como Wilson Prada o Nelson Garrido como referencias fundamentales.
“Imagínate perderte la oportunidad de que Nelson Garrido te abra el mundo”, dice, lamentando que muchos fotógrafos jóvenes apuesten por lo inmediato y desestimen lo esencial.
La fotografía como legado emocional
Roberto Mata no busca reconocimiento ni se siente artista. Se asume como fotógrafo y educador. “Lo que me interesa es ser puente”, repite varias veces durante la entrevista. Y ese puente no es solo visual, sino humano: conecta historias, emociones, generaciones y territorios separados.
Con más de 30 años de trayectoria, y tras haber formado a miles de estudiantes, su visión de la fotografía permanece intacta: “Necesito que la historia que voy a contar resuene conmigo. Si no lo hace, prefiero no hacerla.”
En tiempos de imágenes efímeras y saturación visual, Mata representa una ética del oficio: la fotografía no como espectáculo, sino como sentido. No como ruido, sino como puente.
Prof. José Ramón Briceño
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Mayo, 2025