Aquel domingo en la mañana, habíamos acudido al Museo de Arte La Rinconada, hoy conocido como Museo Alejandro Otero, en respuesta a la sugerencia de mi gran amigo, el artista, Felipe Herrera de visitar una muestra que se inauguraba ese día. Era una exposición de dibujos y pinturas realizadas por un artista maracucho de nombre Pedro Morales, en su mayoría imágenes nacidas del imaginario de los recuerdos que conservaba de su casa y de su entorno familiar y local, al cual integraba alguna figura extraída de tiempos remotos para alejar la obra y su lectura de la simplicidad de lo anecdótico e incorporarla al gran mundo del arte.
En un rincón de la poca concurrida sala se hallaba sentado en solitario un joven vestido de manera formal, con un saco de diminutos cuadros de colores, quien de pronto decidió acercarse a nosotros. Para mi enorme sorpresa, luego de presentarse como el expositor, sin mayores titubeos me preguntó si yo era por casualidad aquel señor que estaba armando un proyecto relacionado con los retratos de sus hijas. Asombrado ante su pregunta, le pedí que por favor me contara quién le había hablado de la colección y cómo me había reconocido, me dijo que había visto un artículo sobre ella en el diario El Nacional ilustrado con imágenes de las obras de Carlos Zerpa y Carmelo Niño, y había logrado reconocer mi rostro; la idea le había llamado tanto la atención que había recortado y guardado ese artículo. Embargado por la enorme emoción que aquello me había causado lo abracé con mucho afecto.
Esa mañana nos quedamos conversado con él un rato y entre otras cosas nos contó que era estudiante de computación de la Universidad del Zulia y apenas le faltaba la tesis y no recuerdo si una o dos materias para obtener el título, pero que se sentía muy atraído por el arte, por lo que se cuestionaba si debía culminar su carrera como ingeniero. Mi condición de ingeniero ―y por qué negarlo, quizás también mi naturaleza muy conservadora― se impusieron sobre cualquier otra consideración y le aconsejé que lo mejor para él sería que terminara sus estudios y luego decidiera cuál debía ser su mejor destino. Hoy, a más de treinta y cinco años de aquella mañana de mayo del año 1988, me atrevo a celebrar el hecho de que Pedro Morales desestimara mi consejo y se dejara llevar por su intuición y su genuino amor por el arte.
En el tiempo que siguió a ese primer encuentro, entre Pedro Morales y mi familia se estableció un fuerte vínculo de amistad y de mutuo respeto que me honro conservar hasta la fecha. A partir de ese momento en todas sus visitas a Caracas solía llamarme para saludar y preguntar por mi esposa y nuestras hijas, hasta que un día, después de haberse mudado para la ciudad capital, me pidió que le facilitara unas fotos de las niñas para ver qué podía hacer para incorporarse a esta particular colección. El resultado es un hermoso retrato de mis dos hijas inmersas dentro de la espacialidad de su vieja casa y el encanto de uno de sus ambientes, en el que ellas aparecen en un primerísimo plano mirando el espectador. Simultáneamente, como por arte de magia, la imagen se ve reflejada a sus espaldas de manera frontal dentro de un gran espejo que está detrás de ellas y recoge la casi totalidad de aquel ambiente. Ese trabajo fue ejecutado por medio de una computadora, pero con una enorme diferencia con respecto al resto de los artistas que comenzaban a trabajar con ese medio a través de la simple manipulación digital o quizás por la transferencia de imágenes. Pedro Morales había ido mucho más allá y había diseñado él mismo todas las herramientas para llevar a cabo esta obra, cuadro a cuadro, hasta ensamblar toda la composición. Cuando digo cuadro a cuadro, me estoy refiriendo a esos cuadritos de color que él fue agregando uno por uno y que en la actualidad llamamos píxeles.
Pedro Morales es sin ninguna duda el precursor del arte digital en Venezuela. Él sí, literalmente, cambió sus lápices, pinceles, telas y demás utensilios para pintar y los remplazó por sus conocimientos y habilidades en el manejo de esta nueva herramienta que es la computadora, nunca necesitó apoyarse en programas desarrollados por ninguna firma comercial sino, por el contrario, desarrolló él mismo los suyos en respuesta a los requerimientos que cada una de sus piezas le planteaba hasta construir un discurso único e inigualado en la historia del arte venezolano. Es, en definitiva, el auténtico constructor de un discurso que nace y se fundamenta en sus vastos conocimientos de las metamatemáticas y las ciencias de la computación, lo que lo convierte en un ejemplo que honra el contenido de aquella frase de Honoré de Balzac en la que afirmaba lo siguiente: «El arte nace en el cerebro y no en el corazón». Me atrevo a afirmar que Pedro Morales ha logrado demostrar a través de los años no solo la veracidad de esta frase, sino que además ha sabido equilibrar la razón y la pasión contenidos en un lenguaje plástico singular e irrepetible en nuestro país.
Con este breve texto lleno de recuerdos, he querido acompañar a Pedro Morales desde la distancia en su más reciente muestra, a inaugurase el próximo jueves 23 de los corrientes en los espacios del Centro de Artes Ateneo de Maracaibo, bajo la curaduría de Jimmy Yánez, titulada “Neural Nature”, la cual contará además con una sala inmersiva. Desde aquí le deseamos a Pedro el mayor de los éxitos en esta nueva muestra en su natal Maracaibo.
Cesar Sasson
Ciudad de Panamá, Mayo de 2024