Foto Diana Diaconu y Aljendro Alba García: archivo partícular.
Por: Pablo Concha*
*Pablo Concha. Escritor colombiano. Autor de los libros de cuentos Otra Luz y La piel de las pesadillas. Colaborador literario en varios medios culturales.
Fuente / librosyletras.com
Antología de cuento latinoamericano es un libro compilado por Diana Diaconu (PhD. en Literatura hispanoamericana y profesora asociada de la Universidad Nacional de Colombia) y Alejandro Alba García (Magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia), con una selección de trece de los mayores cuentistas de la historia de América Latina desde el surgimiento del género moderno con Horacio Quiroga, pasando por nombres de la talla de Jorge Luis Borges o García Márquez, hasta la actualidad, con Inés Arredondo, Juan Villoro, Bolaño y Fresán. Esta antología enfoca los momentos más reveladores del cuento en nuestro continente y el carácter innovador de la obra de los autores seleccionados para integrar estas páginas. Con un estudio introductorio sobre el género de parte de Diaconu y un epílogo en clave analítica sobre la poética de cada autor de parte de Alba García, resulta una lectura muy interesante para los que disfrutan leyendo cuento y siempre quieren entender más sobre el género.
A continuación, una charla que tuvimos con los responsables de compilar esta obra.
—¿Cómo fue la selección de los escritores que integran esta antología y cuánto tiempo tomó el proceso hasta ver el libro impreso?
Alejandro Alba García: Empiezo por el final: Panamericana me encargó elaborar la antología en diciembre de 2019 y, en seguida, pensé en Diana, que había dirigido mi tesis -justamente sobre cuento latinoamericano- y con quien investigamos sobre el género en la Universidad Nacional actualmente. No conozco a nadie más idóneo para encarar un proyecto como este que ella. Diana aceptó colaborar en el proyecto de forma muy generosa, hay que decirlo, para alguien de su perfil. Desde ese momento hasta la publicación del libro pasó poco más de un año. Todo el proceso de edición en Panamericana (y, si me permites, hago una mención especial a los amigos: Jorge Morcote, que ilustro y diseñó la cubierta, Migue Nova y Jairo Toro. Marcel Roa e Iván Padilla, que fueron los primeros lectores) lo hicimos durante el peor año posible, de pandemia, pero afortunadamente salió bien, creo. Respecto a la selección, lo primero es que, como investigábamos juntos, con Diana compartimos una concepción de la literatura y del género literario, cuentístico en este caso, que se aleja de la de otros antologadores, como se explica en el libro, así como el deseo de no hacer un sancocho de autores y países, como se hace normalmente con las antologías, sino de trazar -aunque puedan haber muchas otras- una línea evolutiva del cuento en Latinoamérica, al revisar algunos de los momentos que consideramos representativos. Es decir, escogimos autores que ilustraran esos puntos de profunda transformación del género. Por eso tratamos de hacer una antología cuyo criterio no fuera ni temático, como muchas antologías, ni geográfico, como tantas otras, ni centrado en ningún otro aspecto formal, lo cual no tiene ningún sentido para nosotros, sino que presentara el género como un organismo en plena ebullición, no cristalizado en unas formas determinadas, sino renovado en unas poéticas representativas y que, a la vez enfocara un diálogo, más o menos coherente, entre ellas. El epílogo que escribí para el libro esboza precisamente esa evolución.
—¿Consideran ustedes que los cuentos que componen la antología son los más representativos de la propuesta literaria de cada autor? ¿Cuáles fueron los parámetros de escogencia de los relatos?
Diana Diaconu: En esta antología los cuentos incluidos funcionan como ejemplos que ilustran la vida del género, un panorama, unos fenómenos que quisimos alumbrar, no agotar, porque esto último no sería ni inteligente, ni tampoco posible, siquiera. Los cuentos elegidos son representativos no solamente de la poética de cada autor sino también de las poéticas modernas o contemporáneas y, en últimas, del género cuentístico. Lo son fundamentalmente porque sus autores son mucho más que autores de unos cuentos, son autores de poéticas que son o fueron, en su momento, de ruptura, renovaron el género, marcaron un antes y después como consecuencia del vínculo íntimo e intenso que se estableció entre el proyecto creador de cada uno de ellos y las posibilidades, interpretativas y expresivas, que ofrece el género cuentístico. Ninguno de estos autores es un cultivador ocasional del género sino que su genio particular casó a la perfección con el cuento, como género: se trata de aquellos encuentros excepcionales, escasos, privilegiados, perfectos. Yo no diría que son “los más representativos”, porque hay otros cuentistas y otros cuentos igualmente representativos y que muy bien hubiéramos podido seleccionar en lugar de los que están aquí. Esto, lejos de restarle valor a la antología, demuestra, al contrario, que el edificio que levantamos aguanta, que la construcción queda en pie y sigue teniendo validez y pertinencia, revelando la identidad cambiante del género, así elijamos otros ejemplos. Porque, ¿cuál sería el cuento más representativo de Jorge Luis Borges o de Roberto Bolaño? No creo que tenga sentido torturarse con esta pregunta; más vale sugerir un cambio de carril y de perspectiva.
La literatura es inagotable e inabarcable, trabaja con la infinitud del sentido, un sentido sin límites, no cuantificable, y nos confronta también a nosotros, lectores, con el infinito. Es profundamente cognoscitiva pero no se deja abarcar y limitar por la razón. Por eso, no tiene sentido pensar que la buena antología es aquella que más se acerca a la exhaustividad, imposible e inútil, porque en estudios literarios se trabaja sondeando, en profundidad, con una hipótesis de sentido como única guía. En este espíritu y en esta dirección trabaja la presente antología.
—Dicen en el prólogo del libro que el discurso historiográfico debería ser la columna vertebral de cualquier antología. ¿A qué se refieren exactamente?
Diana D.: Me refiero a la dimensión histórica como consecuencia natural de la vida del género; es decir, a un enfoque que no es opcional, es mucho más que la elección que se hizo en esta antología, es imprescindible, yo diría que es la condición sine qua non para no reducir el género a un compendio de rasgos temáticos y formales, como se ha hecho demasiadas veces, y siempre con pésimos resultados. Pero no se trata aquí de trabajar con cronologías de carácter extraliterario, sino de tomar conciencia de lo histórico inscrito en la forma artística, motor del cambio, vida del género. Enfocar la vida del género nos ha llevado, de hecho, a enfocar la ruptura, el momento de transgresión de la norma, de reformulación del género, este momento turbio y de ebullición, de máxima vitalidad, y no las aguas quietas del género, petrificado en una poética consagrada, así sea muy valiosa. Por eso la antología está estructurada en dos partes: poéticas modernas y poéticas contemporáneas. Y es que, si de todo género literario hay que tener una visión viva, dinámica, histórica para entenderlo, en el caso del cuento este enfoque realmente se impone por su propia naturaleza genérica. Porque una característica ineludible del género, de aquellas que lo definen en profundidad, definen su manera de reaccionar ante la realidad, ante el mundo, es precisamente la vitalidad: la vida en el cuento, el contacto fresco, sin mediaciones con la vida, a diferencia de todo tipo de pensamiento idealista, abstracto, conceptual. Esta característica fue captada y destacada por todos los grandes creadores desde Poe, pasando por Cortázar, que retoma la idea de la vida en el cuento y trata de deshacer los malentendidos producidos en torno al decálogo de Horacio Quiroga, y hasta Piglia, Bolaño y tantos otros cuentistas insignes de hoy.
Sin duda, el género que desempeña actualmente el papel que antes, en tiempos de M. Bajtín, le correspondía a la novela, es el cuento (junto, quizás, a otras formas breves): el género que está a la vanguardia, el género vivo, el único vivo, decía Bajtín refiriéndose a la novela. Nosotros no podríamos decir hoy lo mismo sobre el cuento, pero sí parece que el cuento les gana a otros géneros y especialmente a la novela en vitalidad, vivacidad, contacto fresco, renovado con la realidad, e incluso en agudeza crítica, en su capacidad de respuesta, de reacción crítica y de situarse siempre en esta zona de contacto directo con el presente inacabado, inconcluso, vivo, frente a las redondeces y redondeamientos de la novela. Las formas breves, filudas, intransigentes, parece que hoy renuevan toda la narrativa, incluida la novela. Entonces, el cuento se volvió el género narrativo de ruptura por excelencia, el que rompe con los falsos discursos, sean ellos de la tradición literaria anquilosada, o sean los discursos de los que está tejida la realidad social y cultural, sobre todo los discursos hegemónicos.
De otra parte, la necesidad de ver en el cuento un género vivo no es sino la otra cara de la necesidad que hay de una definición profunda del género, que llegue a dar cuenta de la savia que lo nutre y que fluye por debajo de la superficie.
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El gran problema aparece cuando una antología de cuento incluye una mayoría de textos que ni siquiera pertenecen a este género porque entonces, en vez de orientar al lector, lo confunden, lo “ayudan” a perderse.
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—Señalan también que las antologías de cuento publicadas recientemente en nuestro país “ignoran los planteamientos más básicos de la teoría del cuento”. ¿Significa esto que hay autores e historias que quizás han sido marginados de estas recopilaciones?
Diana D.: Sí y, de hecho, estas antologías más actuales no hacen sino prolongar unos vicios que vienen de mucho atrás. A finales de la década del ochenta, el cuentista y pensador dominicano Juan Bosch mira con escepticismo una antología de cuento colombiano de la época y confiesa que en sus más de setecientas páginas solo pudo encontrar dos cuentos, y que muertos y vivos, en el mundo entero, no hay tantos cuentistas como los que aparecen en el “cuento” colombiano… Y la “tradición” colombiana de las antologías de cuento y de los manuales hechos sin presupuestos teóricos, por tanto, sin criterio, se remonta todavía más atrás: llega hasta los “próceres”, como el sacerdote José A. Núñez, cuya exitosa labor la investigadora antioqueña Ana María Agudelo Ochoa sitúa a la cabeza de una larga fila de producciones caracterizadas por la pobreza conceptual y la falta de perspectiva histórica. Lo grave de todo esto, entonces, no es siquiera lo que excluyen, o no es en primer lugar lo que dejan por fuera. Lo verdaderamente grave es lo que incluyen. Ya vimos que excluir es legítimo si se trabaja por calas y, sobre todo, al enfocar un género como el cuento que parece haber correspondido perfectamente a las necesidades expresivas del escritor latinoamericano y, por tanto, desde que surge, en la modernidad, y hasta hoy la producción cuentística es notable y muy nutrida, entonces la extensión, la gran riqueza del corpus también obliga a operar exclusiones.
El gran problema aparece cuando una antología de cuento incluye una mayoría de textos que ni siquiera pertenecen a este género porque entonces, en vez de orientar al lector, lo confunden, lo “ayudan” a perderse. Es el caso de muchas antologías recientes, que refunden el cuento con todo tipo de otras narraciones, literarias y extraliterarias, incluso con el relato testimonial (desde las crónicas del Descubrimiento hasta la literatura testimonial del siglo XX sobre la violencia de nuestro país), que es un tipo de narración radicalmente y esencialmente diferente del cuento, tanto que podría considerarse su opuesto, o uno de ellos. Entonces, por poner un ejemplo, usted, Pablo, puede usar la palabra relato como sinónimo de cuento, así como lo hizo en una de las preguntas, seguramente para evitar una repetición, porque estamos aquí conversando en un tono informal, de cara a los lectores de esta antología publicada por Panamericana. No estamos hablando en términos teóricos, rigurosos, y entonces, en este contexto, “cuento, “relato”, “historia” pueden ser sinónimos. En cambio, una antología no puede operar con palabras coloquiales. Su autor está obligado a hacerse una idea más precisa sobre aquello que va a antologar y a delimitar su corpus recurriendo a instrumentos conceptuales que brinda la teoría literaria. Porque en Colombia se cuentan muchas cosas; este país tiene mucho cuento, pero no tiene sentido reunir en un libro todo lo que se cuenta en Colombia. Por esta razón me parece inadmisible un título como “Cuentos y relatos de la literatura colombiana”. Álvaro Cepeda Samudio lo había advertido ya desde 1955, dejó clarísimo que “cuento” y “relato” no solamente no son sinónimos, sino que incluso son antónimos. Sin embargo, para concluir quisiera volver sobre la segunda parte de su pregunta, es decir, sobre el problema de los autores marginados en las propuestas hechas de espaldas a la teoría literaria, porque siento que hay que matizar un poco más. Y ahora le diría que ciertas exclusiones, sobre todo cuando son sistemáticas, también me parecen graves y muy lamentables, porque empobrecen el panorama del lector. El trabajo sin teoría es inseguro, titubeante, se deja guiar por el sentido común, entonces se selecciona lo obvio, se llueve sobre mojado, se eligen siempre aquellas obras alrededor de las cuales hay consenso y que ya fueron antologadas, y se pierden precisamente las apuestas más arriesgadas, más extremas, más innovadoras, precisamente los momentos de ruptura. Voy a poner un solo ejemplo, el de Albalucía Ángel. Su importancia para el cuento en Colombia es comparable con la importancia de Ricardo Piglia para el cuento argentino, por la intuición temprana de la reformulación del género en la contemporaneidad y por la manera como ambos le infunden nueva vida aprovechando los géneros discursivos primarios, las “formas iniciales”, en palabras de Piglia, y en especial la conversación, por el hábil manejo de la oralidad. Sin embargo, en nuestras antologías de cuento, Albalucía Ángel nunca aparece, no ocupa ningún lugar. Incluso las feministas la reivindican como mujer, pero la excluyen como escritora y como cuentista, porque la autora rompe con todas las pautas del cuento moderno consagrado en la época y entonces los antologadores, pese al subtítulo “cuentos” que acompaña el título ¡Oh gloria inmarcesible!, no reconocen el género o, ante la duda, no se arriesgan.
—Se menciona en el prólogo que varios escritores pensaban ser incluidos en la antología, pero no fue posible por problemas con la licencia de publicación. ¿Qué pasó exactamente? ¿Pueden decirnos cuáles eran esos autores que hubieran querido incluir?
Alejandro A.: Como dijo Diana, y resaltamos en la presentación en FILBo 2021, las poéticas que incluimos funcionan como ejemplos, digamos, de esos momentos representativos que han ido renovando el cuento en Latinoamérica, y la literatura misma. Pero podrían haber sido otras y, aun así, nuestra propuesta tendría que sostenerse aunque cambiáramos de autores. Realmente creemos que lo importante no es que falten autores (siempre faltan muchos, y de gran valor literario), sino que no sobren (como pasa en esas antologías a las que nos referimos). Respecto a lo que pasó en la gestión editorial, es lo de siempre, cosas bien prosaicas y vulgares que impiden incluir ciertos autores: los presupuestos, acuerdos, licencias, correos electrónicos que no llegan, negociaciones… La agencia más grande en lengua inglesa, que gestiona los derechos de uno de los autores que incluimos, tardó más de seis meses en otorgarme esa licencia, por ejemplo. Lo mismo ocurrió con otros. Esas cosas pasan todo el tiempo en esta industria. Creo que cabida pueden tener muchos, como ya dijimos. Digo dos a los que les teníamos ganas: Rey Rosa y Fernando Iwasaki… No se pudo. Quedarse con las ganas es lo desagradable pero, de nuevo, creo que lo importante no es que no falten cuentistas, sino que no sobren.
—El argentino Rodrigo Fresán, uno de los autores más impresionantes y respetados en lengua española, es poco leído y conocido en Colombia. ¿A qué creen que se debe esto? ¿Por qué decidieron incluirlo en esta antología?
Alejandro A.: Cuando uno dice “tal escritor es bueno” o “impresionante” (lo mismo con un director, un músico, un pintor, etc.), uno está diciendo o que nos gusta porque lo leemos y estimamos, o que le ha gustado a otros, porque lo leen y estiman. Y si uno invita a otros a leerlo, es porque creemos que merece ser leído, bien sea por lo primero o bien por lo segundo. Pero cuando uno discute el canon, es decir, cuando uno no solo cree que un escritor es bueno o impresionante, sino que dice “este es un renovador”, “este está a la vanguardia”, “con este hay un antes y un después” -como lo hacemos en esta antología-, sí o sí, hay que explicar un poco más la respuesta; de lo contrario, solo se pondera en vano y no se plantea nada, que es lo que queremos en esta antología. Así que (perdón si me extiendo un poco, como te digo, lo veo necesario), te diría que contestar a tu pregunta a mí me tomó algunos años de investigación y luego de redacción, porque fue en mi tesis de maestría donde primero sostuve esa premisa sobre la obra de Fresán, que es un escritor de ruptura, un renovador. Entonces, para resumir, pondría un ejemplo: la gente hoy ve Dark o Legión, o las películas de Denis Villeneuve o de Nolan, y ven gran originalidad en ellas (y sí, son buenísimas), pero eso que hacen ellos ahora fue, más o menos, lo que hizo Fresán hace ya 33 años en la literatura latinoamericana, cuando publicó Historia Argentina, su primer libro, al que pertenece el cuento que incluimos en la antología. Me refiero a la narración elusiva, la experimentación formal, el perspectivismo, los problemas filosóficos que, en marca, los temas, la agilidad del lenguaje, el tipo de fantástico que elabora (digamos, posmoderno), la crítica al sistema-mundo (como diría Lipovetsky), a la parodia fundacional, al humor, etc.). El asunto es que para indagar sobre la originalidad o la posibilidad de que un autor sea “de ruptura” -que, repito, es lo que intentamos hacer en la antología- hay que observarlo en perspectiva histórica. La dimensión estética es siempre histórica. Es en ese sentido que creo que Fresán dio una nota nueva en la narrativa latinoamericana de finales de los 80 y en la literatura del Río de La Plata (que es una literatura en la que considero, ya de por sí, bien difícil hacer algo nuevo). Bueno, no solo nuevo, sino verdaderamente original, digamos. Original en el sentido que lo piensa Guillermo Martínez, quien insiste en que no todo lo nuevo es original, sino que lo original “es una pequeñísima parte de lo nuevo que se puede medir en profundidad, brillantez, maestría y astucia, con la suma de lo escrito en el pasado”. Es decir: solo se puede determinar la originalidad en perspectiva histórica. Y eso creo que deberíamos repetirlo como un mantra quienes estudiamos la literatura o nos interesa el cine o cualquiera de las artes, a ver si un día, por fin, lo entendemos. Así, si uno recuerda un poco, fue en Argentina donde -como dice Piglia- Borges inventó la “ficción especulativa”, sin la cual no habría Philip Dick o Frank Hebert (de nuevo de moda en estos días por la nueva adaptación de Dune) o Nolan o Lynch o muchos otros directores y escritores. Luego de Borges está lo que hicieron Onetti, Puig, Saer, Aira o el mismo Piglia, que fueron los grandes renovadores de esa literatura del Río de La Plata. Entonces, yo leo a Fresán como un digno heredero de Borges (nunca epigonal, ojo, sino verdadero heredero, precisamente porque rompe con él y lo reformula), y creo que está a la altura de esos grandes renovadores de la literatura latinoamericana. A la altura de Bolaño, su gran amigo; o de Fernando Vallejo, a quien todavía no terminamos de valorar como se debería. Y ya que lo mencioné, también Guillermo Martínez estaría ahí; él es el cuentista que cierra esta antología nuestra.
Sobre por qué no se lee mucho a Fresán en Colombia… Bueno, en los ochenta, García Márquez dijo que el cubano Severo Sarduy era el mejor escritor de la lengua, pero también el menos leído. Esas exageraciones creo que hoy no caben, y no creo que sea el caso de Fresán, pero, efectivamente, la difusión de Fresán en Colombia ha sido muy poca. Hace años, cuando leí sus libros en Colombia, me los enviaron de Argentina, y ahora que vivo en Argentina he visto que aquí tampoco circulan tanto como yo creía. Supongo que los motivos son los mismos que con cualquier otro artista, o sea, tiene que ver, más que con el mérito de su obra (quizás ese sea el factor que menos influya), con ciertas dinámicas del mercado, de la crítica, del periodismo cultural, de las agencias y editoriales, de los premios, incluso de la academia, etc.; como siempre, ¿no? Fresán no es muy ganador de premios, cosa que siempre ayuda a la visibilidad de un autor, aunque hace poco ganó el Roger Caillois, así que ojalá se empiece a leer más, no solo en Colombia. Ojalá la antología ayude también a eso, aunque nuestro propósito principal no es el de la difusión.
—¿Habrá un nuevo o segundo tomo de antología de cuento latinoamericano?
Alejandro A.: Por ahora esperamos que este trabajo con Panamericana tenga una buena acogida y luego ya veremos. Esperemos que sí. Ahora, la Universidad Nacional de Colombia va a publicar, al final de este año (o principios del otro), el libro Prender el fuego, una antología, esta vez sobre el cuento, donde abordamos crítica y teóricamente las poéticas de algunos cuentistas latinoamericanos contemporáneos. Ese libro es fruto del trabajo del grupo de investigación que Diana dirige, y cuyas lecturas y aportes nutrieron también la antología de cuento latinoamericano que acabamos de publicar con sello de Panamericana Editorial.