La Niña del Salto
Por: Linda D’Ambrosio
Desde que abrió sus puertas en 1975, la Librería Rafael Alberti se ha convertido en una referencia para los madrileños. Ubicada en una céntrica zona de la ciudad, no se limita a ofrecer al público libros, sino que también alberga diversas actividades culturales que incluyen talleres literarios para niños y adultos, cuentacuentos y un club de lectura.
Una de las opciones más interesantes de las que puede disfrutar quien se aproxima a este centro son sus “encuentros”, en los que los lectores tienen la oportunidad de interactuar con diversas plumas, casi siempre con motivo de la publicación de alguna obra.
El lanzamiento de La niña del salto llevó a su autor, el venezolano Edgar Borges, a protagonizar uno de estos encuentros el pasado miércoles 7 de febrero. Se trata de una novela publicada por Carena, una editorial que, con el también escritor José Mebrive a la cabeza, suele apostar por el talento hispanoamericano.
Como en otras de las obras de Borges, la presencia de un elemento “diferente” trastorna la rutina y la uniforme personalidad de los habitantes de un pueblo imaginario: Santolaya. En esta oportunidad el componente disruptivo es la hija de Antonia, la protagonista de la obra, cuya vitalidad parece atentar contra la solemne gravedad de sus vecinos.
En realidad Santolaya existe. Es un pueblecito llamado Santa Eulalia de Cabranes, ubicado en Asturias, una provincia en la que Borges vivió durante muchos años. Es un pueblo de pocos habitantes, rodeado de montañas. Pero no es como aparece en la novela: el escritor recurrió a la descripción que le hiciera uno de sus amigos para concebir un no-lugar, un entorno que produjera el desconcierto y la confusión que padecen los personajes, que llegan a cuestionarse en dónde están. Al mismo tiempo, la linealidad del tiempo desaparece. Todos necesitan hallar su propia salvación, deshilando su propio laberinto.
La niña es una alusión directa a la infancia que se va extinguiendo en la persona a medida que esta se aproxima a la madurez, lo que pone en evidencia la predilección del escritor por los símbolos, que considera el recurso idóneo para enviar al lector ciertos mensajes de manera “invisible”, sin enunciarlos directamente.
Juan Laborda Barceló, escritor y doctor en historia, estuvo a cargo de la presentación de la obra junto con José Mebrive y la actriz Mamen Camacho, y subrayó las abundantes reflexiones metaliterarias presentes en la novela, interrogando a Borges al respecto. La literatura en la obra, opina el autor, es a su vez asidero y motor para Antonia. Supone el enfrentamiento entre el pasado y el presente; entre lo que quiso ser y lo que es en ese momento. El narrador es un compañero invisible de la protagonista, con el que el lector puede llegar a fundirse en algunos momentos.
Otro rasgo que caracteriza a Borges es la sensorialidad: procura sumir al lector en un campo lleno de estímulos que despierten sensaciones. Sin ello, afirma, la obra es letra muerta.
El escritor, que siempre ha considerado que la narrativa es un instrumento para cambiar realidades, invita siempre a despertar, sacude las conciencias, en este caso a través de Antonia, quien opone la poesía a la violencia, encontrando en ella una vía para romper con una realidad opresora a la cual ha ido sucumbiendo: “él sabía que que aún había rebeldía que aplacar, vida que vencer, fantasías que implosionar, sexo que gobernar”. Una novela que lleva también en sí una llamada de atención acerca de la violencia doméstica y la situación de sus víctimas.
El Universal, 26 de febrero de 2018
linda.dambrosiom@gmail.com
Madrid – España
2018