¿ATEO O CREYENTE DE LA ZULIANIDAD?
“La belleza y la fealdad
son un espejismo,
porque los demás
terminan viendo nuestro interior”
Frida Khalo (México, 1907-1954).
Cuando los turistas pasean por las calles de París, van alucinados en un éxtasis misterioso, suspiran y hablan del espíritu parisiense, de la atmósfera que envuelve sus cafés, de la música de acordeón, nostálgica y lenta que va llenando todos sus espacios y su mente. Observan a los viandantes elegantes, a las damas de fina sensualidad a las orillas del Sena. Cuando he visitado Buenos Aires, he escuchado a los viajeros exclamar: “En esta ciudad se respira una bohemia especial”, austral, con las sonoridades de tango, con los recuerdos de poetas prendados de su río padre, y reminiscencias porteñas que te atrapan, como una oleada de sentimientos mustios.
Lo mismo se repite en el México de los bravíos aztecas, con sus mariachis entusiastas y sus comederos sirviendo humeantes cabritos a la brasa, aderezados con el chile divino. México es una nación erigida sobre el surco segado, como lo dijera Octavio Paz, de obcecado culto a la muerte, con fogones ardientes que ofrecen quesadillas acompañadas con el tequila del sagrado maguey. En las calles del vibrante Río de Janeiro se vive su samba, se admira a sus garotas, se degustan exquisitos platos típicos, se contempla el ocaso acompañado por el sonido hipnótico de la bossa nova. Ese cosmos lo denominan “El alma de Río”, con sus favelas temibles y sus colinas sumergidas en el mar de jade y pasión.
En el sur extremo, los poetas chilenos le cantaron a la araucanía, a la cultura ancestral del cono sur, cuna de los indios Mupuches y los primigenios Araucanos. En el Caribe prodigioso los trovadores cantan a la cubanía, a sus misterios, a la eterna jarana de La Habana, tal como la describe Padura: con su música magnética, su ambiente lleno de cuerpos bailando o amándose, con su mar y su salinidad en el aire, llenando la atmósfera. Como lo entonó Silvio Rodríguez: “la catedral sumergida en su baño de tejas” y su malecón albergando a los amantes furtivos, a las seductoras habaneras y a los bañistas desinhibidos.
Los que hemos nacido en el Zulia, el estado más occidental de Venezuela, que por su enclave estratégico Simón Bolívar lo pensó como la capital de La Gran Colombia (Carta de Jamaica, 1815), con un cuerpo de agua de 13.000 kilómetros cuadrados, que en las fotografías satelitales se asemeja a una gran pera azul-verdosa alimentada por un centenar de ríos; nosotros, creemos en la espiritualidad que emana de esta tierra y que llamamos zulianidad, y no es más que el conjunto de formas musicales, costumbres raigales, y el hablar con el “vos” a la cabeza de cada frase, una variante dialectal interesante. El voseo es utilizado en Centroamérica y en Sudamérica, con absoluta vigencia. Ellos dicen “vos sos”, y nosotros “vos sois” como en primera persona del plural.
Algunos se han empeñado en negar la existencia de esa alma zuliana, pero estableciendo una comparación con el sur de los Estados Unidos, sería como si los nativos de Nueva Orleans quisieran obviar el soul que inspiró a los jazzistas pioneros, en ese territorio algodonero fértil para la música del sentimiento afroamericano.
La zulianidad es un valor cultural intangible, pero no inexistente, se siente, enternece, llega al corazón del que la busca, con su sonido de gaita o de danza, con los colores de los tapices guajiros, con los versos cachimberos a flor de piel, con la estampa de la madre Chiquinquirá con rostro indiano en todos los confines. Nuestro hablar coloquial y nuestro humor, son únicos en el continente.
El novelista inglés Edward Rutherford investigó sobre la ciudad de Nueva York por años, hasta que publicó una novela donde relata su historia y particularidades; él se sumerge en la magia y misterios que encierra “La gran manzana”. El escritor afirma: “Nueva York es la auténtica capital de América, todo neoyorquino lo sabe. Y viva Dios porque eso no va a cambiar nunca”. Afirmación que reiteraron Truman Capote y Robert De Niro, a pesar de los graves problemas de inseguridad y pobreza que se viven en tres de sus distritos: el Bronx, Queens y Brooklyn.
En su filme Manhattan de 1979, Woody Allen escribió este parlamento: “Él era tan duro y romántico como la ciudad que amaba. Tras sus gafas de montura negra se agazapaba el vibrante poder sexual de un jaguar. Nueva York era su ciudad y siempre lo sería.” Es la neoyorquidad en su plenitud, o no?
Los que descreen, los ateos de la zulianidad, llaman a los creyentes “hipócritas” porque las calles están sucias: como si no hubiese una alcaldía responsable de ello, de forma pública y notoria. Es como si usted le jura amor a una mujer, que lo envuelve en sus brazos de pasión, con sus palabras febriles, con sus formas femeninas; pero la deja de amar porque no se ha bañado, o tiene el vestido sucio; por eso usted cierra todos los grifos de su paroxismo amoroso, y la niega, y la veja y, luego se aleja de ella. Sería un argumento banal, carente de peso en cuestiones del amor, antípoda a la mínima lealtad: la negación de los sentimientos más profundos.
Los que hemos presenciado un amanecer en las riberas del lago, o un concierto de Ricardo Cepeda, los que hemos presenciado la Procesión de la aurora de la Virgen el primer domingo de diciembre, o el abrir del telón en el Teatro Baralt para contemplar alguna función; sabemos que la zulianidad vive, nos ilumina, vibra, mueve y conmueve a sus hijos. Más aún cuando escudriñamos en la gesta heroica del 28 de enero de 1821 y revisamos la proclama de la Provincia de Maracaibo liberándose del dominio Real Español, pues lo confirmamos. Cuando asistimos a la inauguración del Festival Nacional de Cine en homenaje a Manuel Trujllo Durán y su logro pionero en 1897, sentimos que Maracaibo es capital del arte, con un espíritu innovador, que soslaya estrecheces y dificultades.
Existen en el planeta ciudades más antiguas, con infraestructuras monumentales, con artistas y cultores famosos; pero no existe ninguna urbe en el mundo que despierte los sentimientos y la querencia que Maracaibo enciende. Lo mismo sucede con Cabimas la tierra de copaibas. El Zulia con sus hijos amados, reconocidos en el mundo, como Humberto Fernández Morán, Luis Aparicio, Felipe Pirela, Ricardo Aguirre, Huascar Barradas, Jesús Enrique Lossada, Gustavo Aguado. Con una Universidad de 126 años de ciencia y sapiencia, con un puerto lleno de historias que no tiene símil o copia en ningún lugar del mundo. Con sus dársenas, sus bambucos playeros y sus marinos borrachos haciendo serenatas.
Así como la música es alimento para el alma, que la sacia y la nutre: la zulianidad es un elixir que nos hace querer y defender este territorio que los arawacos llamaron Coquivacoa, que ha dado tantos hombres y mujeres con ese don inexplicable, y con talentos que solo posee el nativo de este paraje.
Me declaro creyente de ese conjunto de saberes, de esas formas melódicas, de los escritos memorables, de la iconografía que refieren la grandeza zuliana, con sus costumbres y particularidades, y que nombro con respeto y devoción: zulianidad.
A los hermanos “ateos de la zulianidad”, les doy mi abrazo y espero que pronto puedan ver y sentir lo mismo que vio y sintió Rafael Rincón González, Armando Molero y el patiquín de la Plaza Baralt Manuel Nelson, hombres que se sembraron en la historia de esta tierra.
Aunque la alcaldía no recoja la basura, o Aguilas del Zulia llegue último en la temporada, y los gaiteros no peguen sus temas nuevos y pasen penurias, y los parranderos tiren las botellas de cerveza en las aceras de la ciudad: yo sigo aferrado a ese sentimiento, a ese compromiso y sentido de pertenencia que llamó Luis Hómez “zulianía”, y que en un giro idiomático ahora llamamos “zulianidad”.
La gran pintora Frida Kalho en sus cuadros reflejó su intenso mundo interior, sus largas horas de dolor. Fue una coyoacanense raigal, auténtica, enamorada de la cultura de su nación, de su Delegación natal: Coyoacán. Ella fue leal a su legado ancestral, por ello afirmó: “belleza y fealdad son un espejismo”. Y así sucede con las ciudades, lo importante es ver el alma cultural de cada urbe, el interior de sus leyendas, de sus costumbres. Lo demás es circunstancial, cambiante, perfectible.
Al Zulia le declaro: en tu alma viviré por siempre, y ya nos las arreglaremos para poner orden en tu casa, en tu capital, la que han convertido en un reducto del desorden; ciudad que a pesar de todo, amamos con suprema lealtad.
León Magno Montiel
@leonmagnom
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