Memorias 01
La ley
Por:José Ramón Briceño 2015
Siempre he sido un tipo medianamente respetuoso de las leyes, jamás he robado a nadie, no tráfico con drogas ni cometo actos ilegales a conciencia. Tengo la sensación de que vivir extremadamente apegado a todas las leyes y reglamentos, es un absoluto desperdicio de vida. Llegar a viejo sin anécdotas que contar sobre algunas barbaridades menores cometidas en la juventud temprana y tardía debe ser algo triste en verdad.
En mi conciencia y anecdotario personal he sido culpable por haber quebrantado unas cuantas leyes debido a andar en estado de ebriedad por la vía publica, orinar en las esquinas, después de adulto haber fumado algo más que cigarrillos alguna vez, hasta llegar a emborracharme en una celda de policía con la anuencia y compañía del agente de guardia, lo que en vista de las grandes calamidades de cualquier país latinoamericano, no pasan de ser anécdotas dignas de ser contadas pues son símbolo de haber pasado una adolescencia algo movida. Lejos de la aridez de tanta vida sin emoción que es tan común encontrarse en todos lados.
Cierta vez una buena amiga me pidió que la acompañase a llevar a sus casas a varios adolescentes que se habían quedado hasta tarde en su casa, eran amigos de su hija y a mi amiga no se le da muy bien eso de andar sola a altas horas de la noche, razón por la cual me pidió que la acompañase, en el trayecto, pasamos por una esquina desolada a esa hora, mi amiga, dijo en voz alta, como si de una gran hazaña, que ahí, en esa esquina, la había detenido la policía hacía más de 20 años, no me quedó más que sonreírme de la ocurrencia pues pensé que lo que yo asumía como normal, al final no lo era tanto para mucha gente.
Mientras mi amiga parlotea con los adolescentes que llevamos comencé a hacer memoria, creo que la primera vez que me detuvieron fue por accidente, una tarde, alguna bromista llamó a unos amigos (todos teníamos entre trece y quince años) éramos apenas tres muchachitos que todavía no habían entendido que en Venezuela lo primero que se deben tener a mano son los documentos de identidad, además de las credenciales de trabajo y estudio. El asunto fue que una muchacha llamó a uno de mis amigos y entre una y otra bobada le dijo que se citarían en tal parte a tal hora, la cita era una broma, nunca hubo tal muchacha esperando, sin embargo a un policía aburrido de montar guardia en una comisaria de urbanización, sin mucho que hacer, le pareció interesante detener a un gordo (yo) que junto a un par de desgarbados andaban caminando por donde no debían, al detenernos, se dio cuenta de que no teníamos documentos de identidad, se divirtió de lo lindo, nos asustamos mucho, pero al cabo de un par de horas nos dejó salir y corrimos como quince cuadras hasta llegar a la seguridad de nuestras casas. Nunca más salí con documentos de identidad.
Pasaron años desde ese incidente, adelgacé, me aficioné a la bebida y me volví parrandero, como era apuesto, siempre tenía entrada en todas las fiestas de la urbanización donde vivía, además me acompañaba un aura de “maldad” que aún no me abandona por más que me esmero, de los amigos de la primera vez presos, no supe más, fueron otros los compañeros de farra con quienes disfrutamos las anécdotas.
La detención más asombrosa fue una mañana, muy temprano, mi abuela (quien me crio) pidió que le fuese a comprar algo para el desayuno, en la esquina había un operativo policial, el agente me miró, me pidió documentos, radio mi número de cedula y yo me gané el regaño de la vida pues nadie quiso creer en mi casa que la policía me había detenido a las ocho de la mañana mientras iba a comprar medio kilo de queso para el desayuno.
Una noche, algún gracioso lanzó un petardo al jardín de una casa, con tan mala suerte que la policía pasó por allí, todos corrieron menos un amigo y yo, nos pasearon por toda la urbanización, hasta nos quitaron el poco dinero que teníamos encima para luego dejarnos ir sin mayor problema, más que el autoestima baja por haber sido extorsionados por dos policías, ha sido la única vez que he estado en una patrulla, por lo menos la única en malos términos.
Ese mismo policía que me detuvo esa vez, se volvió el azote de todo aquel que anduviese por la urbanización, la verdad nos detuvo tantas veces, nos requisaron en tantas esquina hasta que al final se convenció que aparte del cabello largo, los zarcillos, las estampa de mal vivientes limpios y bañados, no había nada más que una manga de gente que gritaba su diferencia del montón asumiendo poses extravagantes, que en algunos casos no hemos perdido, la rebeldía no se pierde con los años, más bien se acentúa.
No recuerdo en que momento ese agente, apellidado Plaza, se hizo cercano al grupo de amigotes, terminó por darnos el aventón hasta una licorería algo alejada que abría a deshoras para comprar, Ron, Anís o lo que las escuetas economías permitiesen comprar para desgracia de nuestros jóvenes hígados, pero eso acabó cuando Pedro, hoy día comerciante de cierto éxito con una hermosa familia, vomitó la patrulla, tocó lavarla a media noche mientras los policías decomisaban el Ron solo para beberlo y burlarse de los atribulados jóvenes que tuvieron que dar muchas explicaciones en casa a la mañana siguiente, gracias a los asombrados vecinos que vieron a las dos de la mañana a seis borrachos lavando una patrulla mientras dos policías de uniforme gritaban instrucciones con acento a Ron barato.
Sin embargo al agente Plaza siempre podía verse los sábados por la noche haciendo una colecta entre los amigos con la excusa audible de ir por algún “repuesto” para la patrulla que invariablemente nos mostraba al término de una o dos horas, como todos ya sabíamos, el tal repuesto era por lo general un par de botellas de Ron para hacer más llevadera la guardia. Aunque mucha gente se horrorice con eso, la verdad prefiero una relación cordial con la autoridad que este eterno miedo que hoy día le tengo a cualquier uniformado pues la verdad jamás sabemos las intenciones de alguno, cuando es solo un ciudadano más, es mejor mantenerse lejos de cualquier problema.
En esa época, nos reuníamos cuan ritual litúrgico en la casa de los hermanos Valera, era una casa normal como tantas otras, no tenían reja en el jardín y ostentaba un par de bancos de plaza en su acera, lo que nos permitía pasar horas haciendo nada como hacen los jóvenes, excepto cuando teníamos dinero para comprar alcohol. Ahora que lo veo desde la adultez, nunca fue mucho licor, apenas unos cuantos litros distribuidos entre muchos, pero la mala calidad de la bebida usualmente terminaba con uno que otro intoxicado vomitando en algún rincón sin que nadie se extrañase ni alarmase, simplemente lo dejábamos ser y si era posible conseguir algún vehículo que llevase al intoxicado hasta su casa, en algunos casos solo lo arrimábamos hasta el sofá más cercano donde dormía el resto de la fiesta sin que nadie lo molestase.
Desde ahí planificábamos las excursiones vacacionales que no eran más que campamentos donde jamás había comida pero siempre hubo alcohol a raudales, en una de esas salidas nos fuimos unos cuantos de campamento para la playa, con tan mala suerte que llovió a cantaros, se mojó todo el equipaje así como se inundó la carpa, al final tuvimos que dormir bajo el techo de un bar de playa que cerró temprano. Como hacía mucho frio y estábamos mojados se nos ocurrió la “genial” idea de comprar sendas botellas de “Anís Cartujo”, un litro por persona, no contentos por el desatino, competimos por ver quien tomaba más rápido, yo gané, pero al final perdí, la verdad no recuerdo mucho.
Se que bajé a la playa bajo la lluvia y me bajé los pantalones para orinar, no me los pude subir, es complicado subirse unos jeans ajustados que de paso están mojados y el dueño borracho imposible, al final subí hasta el malecón y me subí los pantalones, pero creo que algunos amigos ayudaron en la tarea, mientras eso sucedía, me cuentan que pusieron en prisión a una conocida con la que me había dado unos besos alguna vez, la muchacha estaba de juerga con otra gente y la policía los encontró en paños menores teniendo sexo bajo las estrellas.
No sé quién me dijo pero en mi borrachera épica entré a la comisaría y me burle de los detenidos que aun hoy me odian con saña, un agente que me vio tan ebrio me dio café muy cargado y caliente, además me ofreció una celda para pasar la noche, por supuesto abierta y sin complicaciones, hasta allí fueron los amigos para sacarme del lio, al darse cuenta también tomaron café y hasta hablaron con el agente , le advirtieron que la detenida era hija del alcalde de Maracay, cosa que el hombre agradeció pues podía perder el empleo si no se comportaba, ojalá le haya ido bien, policías amables nunca han sobrado, por suerte me he tropezado unos cuantos.
Quizás la anécdota más traumática sucedió una tarde de sábado, estábamos unos cuantos bebiendo cerveza en un sitio del centro de la ciudad, mientras bebíamos a gritos como cualquier parroquiano, sin ver mucho que estábamos en un sitio familiar, al dueño se le cayeron unas copas de vidrio, cosa que causó la burla de todos los amigotes, cinco minutos después íbamos detenidos al puesto policial más cercano.
Era un autobús modificado para ser celda, allí estuvimos unas horas, unos agentes nos hicieron desnudar, nos chequearon los documentos y al ver que no había nada que censurar, nos pidieron esperar a que llegase un oficial para dejarnos ir, al preguntarnos qué haríamos al salir, alguien respondió a nombre de todos, que iríamos a beber más pues estábamos con resaca, cosa que les causo hilaridad a los agentes, quien muy amablemente recomendó al grupo irnos a otro sitio pues el italiano del restaurante nos la tenía jurada, eso podría ser más problemático, mientras nos explicaba eso, llegó otro agente con tres detenidos que estaban acusados de haber atracado a una señora.
Eran tres jóvenes de muy mala catadura, los agentes nos explicaron que habían asaltado a una abuela a cien metros y habían sido atrapados en plena faena hamponil. Los mandaron a desnudar, al primero que le preguntaron el nombre estaba tan asustado que lloraba, le dieron un par de peinillazos que todavía recuerdo, el muchacho se orinó del dolor y se quedó acurrucado en un rincón , al segundo lo golpearon con saña pues al parecer golpeó a la señora, fue espantoso, no solo le dieron de bofetones, un agente se colgó del techo de la unidad, se balanceó y lo pateó en el estómago con mucha fuerza, todavía me pregunto como no se hizo en los pantalones, a mí me hubiese pasado, como el fulano no se desmayó ni lloró, un tercer agente le colocó una navaja en la oreja y lo amenazó con cortarle la oreja si no le decía “cabeza de gusano” a otro agente, este agente que no había visto era un negro de por lo menos metro noventa y unos ciento veinte kilos de musculo, el mismo que amenazaba al joven dijo voz en cuello “que bolas cabeza de gusano ni los malandros te respetan, tienes que hacer algo”, el tal “cabeza de gusano” sacó su peinilla y la dobló hasta casi partirla, acto seguido la descargó en las costillas del tipo, ahí si se cayó de espaldas, lo levantó y le dijo que repitiese los que acababa de decir, cuando el fulano dijo que lo habían amenazado con cortarle la oreja si no le decía “cabeza de gusano” lo volvió a golpear esta vez con el puño en el estómago.
El tercero de los maleantes se colocó en posición y asumió que sí que habían arrebatado la cartera a la señora para tener algo de dinero, que la cartera se la había dado a la policía que por favor no lo golpease, que no diría nada, pero igual lo golpearon, le dieron una tunda de puntapiés en las nalgas y un peinillazo en la espalda. En ese momento nos llamaron a la puerta de la unidad, nos devolvieron las cedulas y salimos de ahí, me fui a mi casa y no salí en todo el fin de semana, la escena me persigue hoy, más de veinte años después del incidente.
Claro, no todo era susto, una tarde, acompañando a uno de los calaveras amigos míos, salimos con una cámara super ocho, sin película, a hacernos pasar como “productores de televisión”, nos pareció una buena excusa para conocer mujeres, lo que no calculamos fue terminar en una celda de la Guardia Nacional, siempre temida, siempre temible. Nos detuvieron de manera muy amable, nos conminaron a pasar a una estación móvil, al preguntarnos que hacíamos, les dijimos que en efecto éramos aspirantes a productores de televisión que andábamos en busca de talentos, para hacer más creíble nuestra historia no permitimos que el oficial abriese la cámara pues podía velarse la película , la verdad era que no había tal película y si se daba cuenta pasaríamos un muy mal rato en algún cuartel de la guardia, al final el hombre asumió que no pasaba la gran cosa y nos dejó ir, no sin advertirnos que nos fuésemos a otro lado ya que la próxima no nos dejaría salir tan bien, nos fuimos y la cosa no pasó a mayores.
Al poco tiempo, un amigo tuvo una pelea con un fulano que trabajaba en un centro comercial, como el fulano jamás andaba solo, nos pidió acompañarlo para evitar que terceros se metieran en la pelea, nos fuimos varios, yo particularmente iba como observador, eso de andar peleando jamás fue de mi gusto, nunca rehuí una pelea pero salir a buscarla jamás fue de mi agrado, en fin, llegamos a la hora de salida del fulano, efectivamente iba acompañado de otros tantos fulanos, empezó la pelea, en algún momento, uno de los tipos me dijo un par de cosas y me lanzó un golpe que afortunadamente no me dio, me metí en la pelea, no supe más que de dar y recibir golpes, hasta que di con que el hombre tenía una corbata, lo tomé de allí, mientras con la mano izquierda lo halaba por la corbata , con la derecha lo golpeaba, hasta que sentí unas manos que me lo apartaban, al voltear lo que vi fue el uniforme de la policía política de la época la más terrible “DISIP” , al voltear estaba solo, ni uno solo de los amigotes estaba cerca, afortunadamente una de las personas que veían la pelea dijo que yo era otro mirón, que el hombre me había ofendido y golpeado de gratis, los policías se sonrieron, dijeron un par de cosas, me preguntaron si haría denuncia y me dejaron ir sin más.
Al llegar a la cuadra me encontré con los amigotes felicitándome por tal o cual golpe, que era un tipo valiente, me explicaron que huyeron cuando llegó la policía política, es más, la pelea se disgregó al ver la temible patrulla amarilla llena de uniformados de negro, eso jamás terminaba bien, que estaban esperando a ver si no aparecía para ir en comisión a mi casa a avisar que estaba preso, fue suerte solamente, gracias a que otro transeúnte me defendió de gratis. Creo que ha sido la última vez que me pelee, espero nunca más volver a verme obligado, la verdad anduve adolorido toda la semana.
Meses después, una tarde de domingo pasé frente a la comisaria de la urbanización, estaba el agente Plaza de guardia, iba a comprar cigarrillos acompañado del amigote de la época, al volver el agente nos invitó a pasar, en una celda tenía unos archivos, en la última gaveta había una botella muy grande de Ron, la verdad nos bebimos dos litros entre los tres, el agente nos contó algunas historias de terror que para el momento me parecieron mentiras de borracho, sin embargo los años me han mostrado que realmente suceden, después de esa noche nunca más volví a ver al agente Plaza, alguien me dijo que había apaleado a un ladrón de poca monta que resultó ser familiar cercano de un político de cierto renombre, lo reasignaron a otra comisaria en otro municipio, espero que la vejez le sea tranquila, no era u mal tipo, solamente estaba atrapado en un mal mundo donde ser sanguinario es la única manera de vivir, es un submundo difícil de entender para gente como uno, sin embargo, los policías de ahora son bastante diferentes de aquellos de hace veinte años.
Aunque la verdad no tiene nada que ver con las leyes, un fin de semana en que cumplía quince años la prima de una novia que tenía mi amigo, en Caracas a dos horas de carretera, nos fuimos con la confianza de los que han sobrevivido a las calles, nos bajamos en el terrorífico terminal de buses de la capital a las nueve de la noche, tomamos el ultimo metro y así llegamos, sin regalos pero con hambre a la fiesta, todo era más o menos normal, comida, alcohol y algunos caraqueños antipáticos como en cualquier parte, personalmente debo haber dado cuenta de un par de botellas de Wiski, a esa edad y con el hígado entrenado al licor barato, cualquier cosa más o menos decente era un manjar difícil de dejar ir.
Después de mucho hablar y algo de baile con las invitadas, me dieron ganas de ir al baño, al entrar estaba ocupado, pero la urgencia era tal que utilicé el lavamanos, el otro caballero que utilizaba el excusado comenzó a halagar mi hombría, con cuatro tragos encima, no entendí la cosa sino como acoso, al cual respondí con la violencia de costumbre, mis amigos que me vigilaban siempre pues ebrio cualquier cosa se me podía ocurrir, intervinieron en la pelea , no me dejaron golpearlo y el pobre hombre fue socorrido por las damas de la fiesta que eran sus amigas. Salí a fumar un cigarrillo cuando me dieron las arcadas normales para quien ha bebido tanto alcohol, con tan mala suerte para el que me había agredido, que vi su carro estacionado al frente, lo supe pues vi al hombre salir de ese vehículo más temprano, me subí al techo del vehículo donde vomité a discreción desde la cena hasta los pasapalos con su caldo de ácidos gástricos y alcohol, me bajé como pude y me dormí en un rincón, nos despertamos y al filo de la madrugada volvimos a la ciudad con resaca y anécdotas, tiempo después supe que el vómito había dañado toda la pintura del carro, estoy seguro que el tal fulano nunca más se le ocurrió atacar adolescentes sin estar seguro de la sexualidad de quien acosa, se salvó de unos golpes, pero al final le dolió más tener que pintar el carro, un par de años más tarde lo encontré en otra fiesta, me enteré quien era pues la dueña del festejo me pidió que si me embriagaba por lo menos no se me ocurriera decir nada de lo acontecido años atrás, ahí ya tenía novia, ese fue el chiste de la noche ya que tuve que explicarle en detalle la razón de la advertencia.
Después me hice fotógrafo, comencé a dar clases, me volví adulto y tuve cara respetable. Ya profesor de fotografía, inauguraba mi primera exposición en el instituto, la novia de aquel momento cruzó la ciudad para acompañarme al evento, un par de horas antes fui con un compañero de trabajo a comprar un vodka para después de la inauguración, con tan mala suerte que nos detienen en el camino, resulta que los fulanos policías iban a hacer un allanamiento y nos detienen para que fuésemos testigos , dejé a la novia plantada, jamás fui a la inauguración, hasta el día de hoy la mujer piensa que me fi de parranda con alguna alumna pues nadie parece creer que estuve detenido hasta las tres de la mañana para ser testigo de un fulano allanamiento a un traficante de drogas que jamás se hizo.
Creo que mi única gran falta, la que pudo haberme puesto tras las rejas varios años nunca paso a mayores, yo era profesor de aquel instituto, como era joven siempre habían una parvada de jovencitas buscando fiesta, la verdad yo estaba muy enamorado de una mujer con la que tenía una relación, como siempre, ellas quieren casa , perro y muchachos, yo no soy muy bueno en eso, en esa época lo era menos, así que la mujer me dejó, a la semana estaba con una flaca preciosa de apenas 18 años, un cuerpo esculpido a cincel, lo que le faltaba de experiencia le sobraba en amor, así estuvimos casi un año.
En algún momento, invité a una alumna a ser modelo de desnudos, fue un ofrecimiento sin mayores problemas, yo necesitaba un cuerpo que fotografiar, ella era (aun es) una mujer bella, hicimos las fotos y terminamos en un hotel de paso, fue una tarde espectacular, viví una película porno, un sueño largamente ansiado que me tropezó. Terminé de manera trágica con mi novia y empecé a salir con esta otra que me revolvió la vida por un rato, creo que fue mi primera tentativa de vivir con una mujer, afortunadamente la dicha no fue muy larga, terminamos un par de meses después, me deprimí, encontré un nuevo empleo, mejor que el de ser profesor.
Quince años más tarde, aquella muchacha que de alumna me convirtió en su pupilo pues en cosas de sexo, sabía mucho más que yo, que a pesar de tener casi treinta años (ella supuestamente tenía diecinueve), me confesó que cuando fuimos amantes apenas tenía dieciséis años, yo podía ser su padre, es más, viví más de un mes en continuo delito con ella, creo que ha sido la cosa más espantosamente espectacular que me ha pasado, por suerte nadie se inmutó.
La última vez que estuve en una comisaria, ya era padre de mi hija, una noche en la que algunos amigotes pudimos escapar de la monotonía del hogar, nos reunimos en los bancos de la casa de los hermanos Valera, estaba el menor, nos tomábamos un trago cuando un joven se acercó a media noche a pedir un trago, como nadie lo conocía, no le dieron el licor, el fulano lanzó un vaso que por fortuna no le dio a nadie, comenzó la persecución del jovencito, él tendría apenas veintiuno, nosotros todos mayores de cuarenta, lo perseguimos sin mucho éxito, yo terminé con rodillas y codos rotos por haber caído en un resbalón, a otro amigo le sucedió lo mismo, mientras nos reíamos de nuestra torpeza de viejos volvió el borracho, esta vez lo atrapamos, para no golpearlo uno de los amigotes le quitó el celular al joven y lo pateó rompiéndolo, el borracho se puso más violento, lo que le mereció algunos golpes leves.
Alguien le rompió la nariz, el joven se fue, nos volvimos a sentar y nos servimos más tragos, a los diez minutos llegó una patrulla, el agente nos pidió que lo acompañásemos, nos montamos en el carro de uno de los amigos, llegamos a la comisaría, nos bajamos y al entrar nos encontramos con que el fulano había ido a buscar a la exsuegra, resulta que esa noche la muchacha lo había terminado y se emborrachó, con tan mala suerte que le buscó pelea a estos cuatro viejos que al final le dieron la tunda que le podría haber dado su padre, los policías no entendían muy bien que sucedía, en algún momento me harté, les dije que era funcionario pero que andaba sin mis credenciales, creo que por la actitud que tomé, como si yo fuese un fulano importante, los agentes no se movieron ni preguntaron mucho, le dije al muchacho que se dejara de lloriqueos, que fuese hombre para aceptar que se metió con quienes no debía, como a ningún agente se le ocurrió pedirnos identificación, agregué que era muy tarde, que los agentes querían descansar, me despedí y le pedí a mis amigos que me acompañasen, así salimos de la comisaria sin problemas, creo que al muchacho lo detuvieron por pendejo, nunca supe nada más, espero nunca más volver a ninguna comisaria a nada.
La última vez que estuve de viaje, fue una tentativa de exilio, al poco tiempo de llegar a la ciudad mexicana donde me alojaba, se presentaba de gratis un grupo de rock con el que tenía en deuda ver en vivo, mi madre (pobre) me llevó a la feria pues todavía me niego a manejar un vehículo que tenga más de dos ruedas. Mientras esperábamos que comenzara el concierto nos bebimos unas cervezas, la verdad que debo admitir la calidad de las cervezas mexicanas, mientras en Venezuela debo tomar cuando menos diez de 350ml , allá con seis ya uno está sonriendo como un bobo feliz.
Comenzó el concierto, me sorprendió la calma del evento, los jóvenes con sus cavas llenas de licor, sillas de extensión y tequila sin que nadie se molestase en nada, no había peleas ni lo que usualmente encontramos en cualquier evento venezolano, si es gratis, peor el asunto. Mientras en el escenario tocaban “Puto”, justo al frente de mí, un muchacho de pocos años encendía un porro de buena mota mexicana, como yo le llevaba más de treinta centímetros al joven y mi rostro de verdad no es muy amable, le señalé lo que fumaba, le pedí amablemente un par de caladas que él, no de muy buena gana, me cedió. Le fumé casi todo el porro.
Entre las cervezas y la droga de verdad la estaba pasando muy bien, al terminar el concierto sentí una urgencia por ir al baño, ahí me di cuenta que ya no tenía monedas para pagar el servicio (allá nada es de gratis), así que tocaba ir hasta la playa que apenas distaba cincuenta metros, pero si borracho no es gente, drogado menos.
A lo lejos vi un grupo orinando en una esquina, los imité al instante, con tan mala suerte que me entretuve en la deliciosa sensación de descargar la vejiga mientras se está en ese estado alterado, una linterna me alumbro y no se me ocurrió más que hacerle una mala señal con el dedo medio de la mano derecha, al instante me tocaron el hombro, eran tres policías municipales con cara de querer ganarse unos pesos extras, ahí recobre la dignidad de profesor de literatura que durante tantos años me ha servido para aparentar cierta “importancia”, los agentes me increparon por mi mala educación, al final en todas partes es lo mismo, te piden los documentos , que por supuesto no cargaba , eso de andar paseándome con el pasaporte me da cierto miedo no vaya a ser que lo pierda y comience el drama de encontrar otro en un país extraño, si acá es un asunto que dura casi un año entre la solicitud y la entrega del documento, solicitarlo a una embajada en el extranjero debe ser un suplicio mayor.
Les explique, (de paso aproveché para exagerar la cosa) diciendo que con gusto los acompañaba a la estación pero que primero debíamos ir por mi mamá a la zona “VIP” para darle las llaves del carro que ciertamente tenía conmigo, además de avisarle que estaría detenido y me llevase el pasaporte pues como mi acento lo denunciaba era extranjero en tierra de Mayas (plena península de Yucatán) , los agentes me insultaron, me regañaron por andar cometiendo groserías en el extranjero, seguro hasta me maldijeron un par de veces, yo quise felicitarlos por lo buena gentes que eran, poco faltó para que me pateasen, me fui contento y con mi segunda historia de esas que no se le cuentan a una madre, eso fue hace tres años, mi madre no conoce esta anécdota, a ciencia cierta, si llega a leer esto le debe dar un infarto de seguro.
El segundo episodio lo tuve en el aeropuerto, a mi vuelta al país me tocaba hacer una interminable escala de nueve horas en el aeropuerto de México D.F., para un fumador eso es toda la vida, me encerré en un baño y encendí un Marlboro rojo que a decir verdad supo a gloria, pero los agentes llenaron el baño pues se imaginaban a un árabe fumando hachís cuando la verdad era simplemente un venezolano que se estaba fumando los dedos, di algunas excusas, les expliqué, me regañaron aconsejándome no volverlo a hacer pues ellos podían detenerme, cosa que casi les pedí pues de seguro en la celda podría fumar a discreción, pero lo pensé mejor, estar detenido en cualquier parte del mundo no es algo que me gustaría, además si la fama que les precede era cierta me podían dejar sin los miserables 300 dólares que traía para sobrevivir hasta encontrar empleo en mi país.
Es increíble todo lo que uno puede pensar en diez escasos minutos, debo pedirle disculpas a mi amiga pues no le presté la más mínima atención a su cuento de como a ella y a su novio los detuvieron una noche al salir de una fiesta, solo he podido pensar que tan benevolente ha sido la suerte conmigo ya que a pesar de haber vivido al borde jamás me pasó la gran cosa, puse cara de sorprendido y me reí con cierta incomodidad, jamás podré confesarle que en los últimos veinte años he estado en más de una comisaria, he sido testigo del vandalismo policial, he pagado para que me dejen en paz, me han requisado de maneras infamantes, casi he estado preso por tener sexo con una menor, en un aeropuerto internacional casi me detienen por fumar escondido en un baño, por orinar en la vía publica también me iban a detener en México, mejor la dejo con su súper anécdota, las mías me las trago no vaya a ser que dejen de respetar a este respetable profesor.