Un Café en Buenos Aires con Mercedes Mayol
Novelista, poeta y ensayista, responsable del área editorial de Jus Editores, gestora cultural, Jefa de redacción de Jus Revista Digital de México, creadora de la revista Artesomos… ¿Cómo consigue Mercedes Mayol llevar adelante tantas actividades? Intuyo que su secreto radica en una bienvenida y poco frecuente mixtura entre talento, trabajo y pasión por las letras. Pero mejor dejemos qué sea ella misma quien nos los cuente, con un delicioso café de por medio, por supuesto.
—Puedo conjeturar que al editor se le hace difícil comprender al escritor, y puedo asegurar que el escritor jamás comprenderá al editor. Vos —al ser escritora y a su vez responsable del área editorial de Jus Editores— tenés la extraña particularidad de estar a ambos lados del mostrador. Imagino que es una experiencia enriquecedora, ¿no es así?
M: La verdad que sí, muy enriquecedora y también una carga muy pesada. Estar de ambos lados me da una visión ampliada y a la vez genera una lucha interna muy profunda. Como profesional debo seleccionar las obras de otros por su valor literario y allí debo recurrir a la lectora que formó a la escritora, lidiar con ella a la hora de decir no, y de qué manera decir no sin sentirse una asesina de sueños, los mismos que tuve yo alguna vez y alguien se tomó el trabajo de cuidar y no destruir. Es una enorme responsabilidad. Por otro lado, tal como los demás escritores, pensé en su momento que las editoriales eran máquinas de hacer libros y cuyo único pensamiento era hacer dinero. Hoy veo el enorme trabajo que existe detrás de cada obra, la inversión, la apuesta, el cuidado, marketing, distribución y el sentido social que representa la labor editorial. También veo y siento el enojo de muchos escritores a los cuales se les dice que no, a veces porque la obra es mala, a veces porque no entra en nuestro catálogo por no ser adecuada. Al principio explicaba las razones, intentando hacer lo que me hubiese gustado que hicieran conmigo como escritora, recibir una sugerencia que me ayudara a crecer, pero pronto me di cuenta que no todo el mundo acepta la sugerencia como tal, sino como crítica y entonces comprendí las cartas escuetas de los editores a la hora de hacer la devolución. Hoy sólo sugiero o doy una devolución más amplia cuando me lo piden directamente. Ser juez y parte no es fácil, a veces genera conflictos internos que son difíciles de manejar pero que obligan a ser más cuidadosos no sólo con la obra de los demás sino con la propia. La realidad es que escribo menos ahora que antes, tengo menos tiempo, escribo en las madrugadas, me quito horas de sueño que después resiento a la larga, pero cuando escribo, lo hago con una conciencia más amplia y hasta con una especie de pasión exacerbada por esa misma limitación, casi te diría que con rebeldía debido al síndrome de abstinencia por la falta que me hace escribir y de pronto me descubro cuidando las formas para no dar tanto trabajo al editor. No puedo hoy dividir ambos mundos.
—Como si lo anterior fuese poco, también brindás talleres literarios. Sobre ellos aclarás que tus talleres “son incómodos, movilizantes y un poco tortuosos.” Contame un poco más sobre eso, Mercedes.
M: Los di durante casi durante año y medio, y los dejé por falta de tiempo. Y sí, tortuosos eran, escribir para mí siempre significó escribirse, y para escribirse hay que ser honesto y ponerse en lugares que no son cómodos para poder crecer. Nunca me interesó que otros escribieran como yo, la escritora y su estilo quedan fuera en esos talleres, la idea es que el asistente encuentre su propia voz y no copie la de uno, por eso no suelo leer nada mío ni trabajar sobre mis escritos. Me gusta mucho incomodar, y por ejemplo, hacerles escribir una escena en la cual los asistentes tienen que describir un asesinato, ya sea del lado de la víctima o del asesino, advirtiéndoles que no importa de qué lado se pongan, igual pueden ser juzgados. Otra de las cosas es lo que llamo aprender a podar, lo hicieron conmigo en algún momento, y lo agradezco infinitamente, aún cuando odiaba que lo hicieran, no puedo contar las veces que luego de presentar un poema de veinte versos me tacharan 14 y quedara un poema de sólo 6 y con suerte, para que mi torturador de turno me dijera: …esto es el verdadero poema. Se aprende mucho de esto, es casi ley que menos casi siempre es más. También es incómodo exponerse ante otros, leer en voz alta frente a otro escritor es un proceso movilizador. Las primeras veces se lee casi en un susurro y a la defensiva, justificando antes de las devoluciones el “puse esto porque”, “no lo puse porque”… luego van tomando más y más seguridad y ya no sienten temor, ahí se genera el debate y se pone interesante el taller. Me divierten mucho, los extraño porque al hacerlos también aprendía yo. Hoy además de escribir mis propias historias, de vez en cuando hago de ghostwriter. Otra labor muy interesante y que ayuda mucho a crecer también.
—¿Cuál es tu librería preferida?
M: Buenos Aires es una librería inmensa en sí misma. Me gustan mucho las librerías de la calle Corrientes, a veces vamos con mi hija a pasear y buscar tesoros que sólo se encuentran en esas librerías, muchas abiertas incluso a la madrugada. Creo que es el único lugar del mundo en el cual sucede esto. Me gusta también Eterna Cadencia, o Crack Up ahí en la calle Costa Rica en Palermo frente al Pollock Hotel, para tomarme un cafecito y leer un rato un libro de prestado, otras librerías como El Ateneo de Cabildo y Juramento, y sobre todas las cosas me gusta encontrar a verdaderos libreros, un oficio casi en extinción. A veces busco algo sin dirección específica, una idea y de pronto te encontrás con que el librero está más perdido que vos, pero otras… te encontrás con que el tipo sabe exactamente como guiarte. Tengo un amigo librero al cual llamo para estas ocasiones, el dueño de la Tienda de libros en Vte. López, en Maipú y Agustín Álvarez, el Checho le decimos nosotros, sabe dar en la tecla igual que un muchachito muy joven que descubrí el otro día en El Ateneo de Cabildo y Juramento, Gustavo Lesa, me sorprendió gratamente ver la pasión por los libros y esa capacidad de brújula literaria que tanta falta hace hoy en día.
—¿A qué personaje literario quisieras besar con pasión?
M: Cortázar, sin dudarlo.
—Borges decía que a los escritores hay que juzgarlos por su mejor libro. ¿Cuál considerás que es tu mejor libro, Mercedes? ¿Por qué?
M: El que aún no he escrito, ese es mi mejor libro. ¿La razón? Es un poco caprichosa, quizás porque a lo largo de estos años me vi a mi misma escribir y reescribirme más y más honestamente, sin embargo aún no logro vencer ese temblor que se esparce cuando la verdad, tan cambiante y resiliente, intenta supurar, se vive, se cambia, cambia la vida y la manera de escribir. Aún no logro dejarme llevar sin cuestionarme o sin temer a ese pensamiento de que tal vez, esta sea la última letra que escribo ni dejar de lado esa pregunta de por qué lo hago, si para mí o para otros. Podría decir también que lo mejor que he escrito, fue mi primera novela, o ese primer poema, pues fue el más espontáneo, el menos cuestionado por esta que escribe ahora, en ese momento no me reconocía como escritora, hoy es más un intento, una pulsión, pasión y una necesidad…la verdad que es una pregunta a la cual no sé cómo contestar.
—No sé si lo sabías, pero los lectores de Un café en Buenos Aires son capaces de colgarme de un puente si no hago las dos últimas y ya clásicas preguntas, así que acá van: alguna vez Vargas Llosa dijo que el día más triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables. ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
M: ¡Que pregunta! Tuve tres momentos muy felices y los tres fueron alumbramientos: el nacimiento de mis dos hijos, y el nacimiento de mi primera novela.
—Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.
M: Tengo dos fantasías con respecto a esto. Una en el bar del hotel Alvear, con Cortázar y Hemingway. Y no sé si les preguntaría algo, me encantaría charlar con ellos, escucharlos, saber qué piensan, cómo viven, cuáles son sus pasiones, e ir descubriendo que los llevó a escribir y desde donde lo hacen.
La otra fantasía es encontrarme con Poe, Wilde y Baudelaire en Los 36 billares y jugar con ellos una partida o varias y ver cómo se comportan y de qué hablan. Me gustaría mucho verlos discutiendo sobre la vida, la muerte y la sombra, y quizás hacia el final y antes de que se desvanezcan como en un sueño, preguntarle a Poe, que pasó aquella noche antes de morir.
Creo que preguntar una sola cosa sería limitar el tiempo y podría ver sólo una ínfima parcialidad, en cambio si puedo verlos una noche completa… ah… la cosa sería muy interesante.
Por: Pablo Di Marco / Argentina