Pensando en Cirilo Villaverde
Uno de los más importantes novelistas cubanos del diecinueve fue Cirilo Villaverde (Pinar del Río, 1812-1894), autor de Cecilia Valdés, memorable novela de amores contrariados.
Sus primeros capítulos fueron publicados como cuento en La Siempreviva en 1839. El motivo central era una hermosa mulata que recorre las calles habaneras y luego de entrar en la casa de unos ricos, presentada por las hijas de la familia, regresa a su hogar donde la abuela le cuenta la historia de una muchacha andariega que salió a pasear con un joven hermoso pero nunca regresó pues el muchacho era el mismo demonio y cuyo maravilloso refrito esLa Habana para un infante difunto de Cabrera Infante. La segunda parte informa que Cecilia, que cantaba boleros en las fiestas, es seducida por el hermano de las muchachas y la abuela la ve irse para un baile de donde no regresa. Terminada en 1879, su edición definitiva no se hizo hasta 1882 en Nueva York, llevando el subtítulo de La loma del Ángel. Está dedicada a las mujeres cubanas «reflejo del lado más bello de la Patria», quizás como una indicación de sus sentimientos acerca del valor simbólico de la heroína. Su popularidad es tal que ha sido llevada varias veces al cine, la televisión, el teatro y la ópera.
Cuando apareció la última versión de Cecilia Valdés, la esclavitud había dejado de ser el espinoso asunto que era en la primera mitad del siglo pasado. La gradual abolición del tráfico de carne humana había hecho variar el panorama. Y si tenemos en cuenta que ya para entonces estaban impresas La cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe y Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda, es posible pensar que la de Villaverde sea, de varias maneras, la culminación cubana del tema y que es mejor considerarla pionera en la ambientación del nacimiento de una sociedad típicamente mulata., «retratando» el momento en que se realiza la simbiosis, fermentación y frustración de sus elementos gestores.
Villaverde se consideraba un escritor realista. En el prólogo que puso en la primera edición sostiene que lejos de inventar o imaginar personajes y «escenas fantaseadas e inverosímiles, he llevado el realismo, según lo entiendo, hasta el punto de presentar los principales personajes de la novela con todos sus pelos y señales, vestidos con el traje que llevaron en la vida». El argumento es romántico. El celtíbero Cándido Gamboa, enriquecido con la trata de esclavos tiene amoríos con la mestiza Charo Alarcón, relación que produce a Cecilia Valdés, conocida por su belleza y color como La virgencita de bronce. Villaverde describe minuciosamente su apariencia física y temperamento. Modelo de pasión y belleza, Cecilia se enamora de un medio hermano, Leonardo, hijo legítimo de Gamboa, y, sin saber su parentesco, se hacen amantes. Cuando Leonardo, un desagradable e inmaduro muchacho está a punto de casar con la rica Isabel Ilincheta, Cecilia pide a su amigo mulato, el sastre músico José Dolores Pimienta asesinar a Isabel, pero mata en cambio a Leonardo. La mujer de Gamboa, celosa de las relaciones de su marido, hace perseguir a Cecilia como cómplice del crimen y es encarcelada en un hospital donde está su madre considerada loca. Poco antes de morir, la madre recobra su salud y reconoce a Cecilia Valdés como su hija. Isabel, dentro de la mejor tradición de la novela romántica, ingresa a un convento.
Sola soy, sola nací,
sola me parió mi madre.
Sola me tengo que andar
como la pluma en el aire.
Cecilia Valdés, a pesar de sus arcaísmos, digresiones y detalles que la agobian y afectan estructural y estéticamente, es importante para el lector actual por varias razones. Los temas patriótico y antiesclavista cruzan la obra. La sociedad aparece como una pirámide en cuya cúspide se encuentra la aristocracia oficial española, oligarquía del mando con su capitán general y en su base los esclavos. En los extremos quedan varias capas intermedias, -separadas férreamente: arriba los blancos, la aristocracia de sangre de la rica minoría criolla, la plutocracia, la clase media ilustrada y liberal, los pequeños comerciantes, los funcionarios, guardias y alguaciles; y los negros abajo, subdivididos en libres y encadenados,- así uno termine por entender que en el momento que recrea esas capas étnicas no están en verdad tan apartadas unas de otras dada la aparición de mulataje que mencionamos arriba. Las contradicciones entre negros y blancos quedan permeadas por otras como lo cubano y lo español, los explotadores y los explotados, haciendo que el protagonista sea la vida colectiva, una masa dividida y subdividida, revuelta y entrecruzada de las más diversas maneras, llena de vida y fuerza social.
Asistimos también a un variado rango de torturas físicas y mentales de los esclavos, el trabajo excesivo, y la represión de un régimen despótico e ineficiente. Además del asunto antiesclavista, la novela rastrea los efectos sobre el país de un sistema de educación anacrónico. Villaverde rechaza la opresión peninsular, con un odio especial para los militares. A través una cuidadosa lectura comprendemos la situación política, moral y social de Cuba en los primeros años del siglo diecinueve, una lucha política simbolizada en parte a través de la figura del padre contra el hijo. Pero es gracias a su ceñida evocación de las costumbres que obtiene su permanente éxito. El autor describe todas las clases sociales, profesiones del momento, los tipos raciales del campo y la ciudad. Muchos de los caracteres secundarios, blancos o negros, están bien trazados y reflejan los modelos del habla de las diferentes clases, especialmente el lenguaje popular y los proverbios. Villaverde describe los coches, los vestidos, los alimentos, los edificios públicos, iglesias, conventos, hospitales, plazas, calles, mercados, plantaciones de café y azúcar, las danzas, fiestas, días religiosos, incluso los juegos de los niños.
Profesor, periodista y revolucionario, Villaverde fue hijo de un médico del ingenio de Santiago donde pasó los años de su niñez. En su juventud observó de primera mano el trato que se daba a los esclavos en los ingenios azucareros, así como la indiferencia y la búsqueda de placeres de las clases altas, experiencias que pueden identificarse en su novela. Al morir su padre, fue enviado a La Habana a casa de una tía y luego de estudiar con maestros particulares, ingresó al seminario de San Carlos de donde salió abogado en 1836. Al no hallarse cómodo en el ejercicio de su profesión decidió hacerse maestro. Ardiente partidario de la independencia, fue puesto en prisión en varias ocasiones por su apoyo a la causa e incluso fue condenado a muerte, pero logró escapar a Estados Unidos donde continuó la lucha. Trabajó en periódicos como La verdad y El Independiente. Regresó a Cuba por dos años (1858-1860) pero volvió a Estados Unidos donde murió.
Aparte de algunos cuentos que publicó bajo el título de Miscelánea de útil y agradable recreo (1837), escribió cuatro noveletas, dos de ellas, La peña blanca, sobre incesto, superstición y muertes violentas, y La cueva de Taganana, que fueron bien recibidas, a pesar de que la última está pobremente desarrollada. Algunas de sus primeras ficciones, clasificadas entonces como cuentos o como novelas, aparecieron en El Álbum en 1838. Su obra incluye La joven de la flecha de oro (1842), sobre un esposo celoso que tortura a su mujer; El penitente (1844), una novela histórica sobre La Habana del dieciocho con cuidadosas descripciones de costumbres, y Dos amores (1858), una novelita sentimental sobre los amores de una muchacha con un extranjero. La acción ocurre en 1836 y de nuevo incluye significativos elementos costumbristas.
Quizás en la Cuba de hoy alguien recuerde pasajes de Cecilia Valdés luego de haber visto u oído la zarzuela de Gonzalo Roig, o los seriales para la tele y la película de Humberto Solás donde un mozo Imarol Arias hace de Leonardo Gamboa, el ardiente amante hermano de Cecilia.
Nota escrita y enviada por Harold Alvarado T.