JUAN LUIS GUERRA O LA MÚSICA COMO ELEVACIÓN
“Las estrellas de la mañana cantaron juntas,
y todos los hijos de Dios gritaron de alegría».
Libro de Job (Capítulo 38:7)
Cuando se despedía el siglo XX, los cronistas comenzaron a realizar conteos sobre los “cien mejores” en cada campo del saber, del arte y del deporte en términos globales. Revisaron la línea de vida y la obra de cada creador, cada atleta o científico y establecieron su ranquin, su escalafón particular. Fue muy grata sorpresa para mí, ver a un merenguero en la lista “Los cien músicos del siglo”, a un hijo de la isla La Española, de la República Dominicana, dignamente ubicado en esa élite de los mejores de la música popular a lo largo de cien años de creación: era Juan Luis Guerra. Nacido en Santo Domingo el 7 de junio de 1957; su padre fue un jugador profesional de baloncesto llamado Gilberto Guerra y su madre Olga Seijas.
El respetado contrabajista y musicólogo cubano Antonio Gómez Sotolongo lo reitera en su libro “Los cien músicos del siglo” (Cañabrava, 2000); es un texto circunscrito al ámbito de los maestros dominicanos del pentagrama. Sobre Juan Luis afirma: “Su obra está más allá de los éxitos temporales, su labor musical vive independientemente de los vaivenes de la moda y las manipulaciones mercantiles. Enclavada en el centro mismo de la cultura dominicana, en el corazón de la cultura del continente americano”.
Juan Luis Guerra tiene la estatura de su padre basquetero, 2.00 metros, y el oído de la familia materna: los Seijas. Comenzó a tocar guitarra a los 10 años, recibió las melodías de las viejas bachatas que cantaban sus tíos, las que escuchaba en las emisoras pioneras de Santo Domingo, las aprendió de las notas que salían de los bares con velloneras cantarinas.
Sus estudios primarios los realizó en el Colegio La Salle, luego estudió un año en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la capital quisqueyana, cursó el primer año de la carrera de Filosofía y Letras, pero pronto entendió que su universo creativo lo conformaban los sonidos, la armonía, el ritmo. Comenzó estudios en el Conservatorio Nacional de Música, y poco después se marchó a Boston con una beca modesta y limitada, para matricularse en el prestigioso Berklee College of Music en 1982; esa es la escuela de música más grande del mundo, fundada en 1945. Así se formó en armonía y orquestación, era un joven con una marcada influencia de Los Beatles, del rock sinfónico y la trova latinoamericana. Además, un intenso amante de la literatura latinoamericana, en especial de Julio Cortázar, Pablo Neruda, César Vallejo, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier.
Al regresar a su patria, el joven Guerra Seijas actuó en los escenarios de Santo Domingo, como antes lo había hecho en “Casa de teatro”. Comenzó a cosechar admiración y aplausos por su estilo ecléctico, sus canciones poseían una lírica profunda y su puesta en escena era honesta y austera.
En 1984 nació su primer álbum, “Soplando”, obra donde logró reunir a los mejores músicos de su país junto al trío de cantantes conformado por Maridalia Hernández, Mariela Mercado y Roger Zayas-Balzán, los mismos con los que conformó su agrupación 4.40, en alusión a la sexta nota de la escala “La” con la que afina la orquesta sinfónica, su vibración perfecta, la que da el oboe. Esa producción es una inteligente fusión de jazz, merengue pambiche y magistral vocalización al estilo del cuarteto neoyorquino The Manhattan Tranfers, con una polifonía vocal exquisita, rasgos sonoros del blue y el soul; sin abandonar la tradición de la cantata romántica del Caribe.
Ese año 84 contrajo matrimonio con la diseñadora Nora Vega, a quien conoció en Boston, cuando fue a entregarle una carta que le enviaba una amiga común desde Santo Domingo. Le impresionó la elegancia y belleza de esa rubia, alta y turgente. Nora ha sido su principal crítica, siempre tiene la primera opinión sobre sus obras y proyectos. Tienen dos hijos, Jean Gabriel quien es cineasta, ha realizado los vídeos de dos álbumes de su padre, uno de ellos “A son de Guerra” en 2010. Y Paulina, nacida 13 años después; aún es una adolescente, la menor del hogar, ella ha dicho a su padre que quiere estudiar en Berklee College of Music, seguir sus pasos. Esa niña según Nora, fue un milagro, llegó cuando la pareja pensaban que ya no tendrían más hijos. La tarde cuando Nora le comunicó a su esposo que estaba embarazada, este cayó de rodillas y realizó una oración de gratitud, luego lloraron abrazados por la dicha que llegaba a su hogar.
Al comienzo de su carrera, Juan Luis tuvo un bajo perfil, era un compositor y arreglista que no anhelaba gran figuración, solo quería hacer música. Con esa modestia característica, produjo su segundo álbum “Mudanza y acarreo”. El tercero fue “Mientras más lo pienso tu”.
En 1989 se produjo un boom continental con su álbum “Ojalá que llueva café”, sus canciones sonaron en todas las emisoras de América y comenzaron sus giras más extensas:
“Ojalá que llueva café en el campo
que caiga un aguacero de yuca y té
del cielo una jarita de queso blanco
y al sur una montaña de berro y miel.
oh, oh, oh, ojalá que llueva café.”
A finales de los años 80 recorrió en autobús varias ciudades de Venezuela, quería conocer al país que le daba tanto apoyo. Luego de actuar en Maracaibo, fue víctima junto a su orquesta de un accidente de tránsito, con el saldo lamentable de un percusionista fallecido, a quien compuso un merengue-bachata de despedida: “Ángel para una tambora”:
“Nunca dejes de sonar mi tambora
archipiélago de toque escondido
eres trueno de una muerte sonora
muerte de madera y chivo”.
Nunca antes el merengue tuvo un sitial tan alto en la música mundial, ni sus líricas habían sido consideradas parte de la trova hispana, Juan Luis fue el artífice de ese logro, heredero de la gran tradición merenguística de su nación mestiza, que según el cronista Wilson Inoa: “nació en 1854”. Influenciado por los pioneros: Francisco Damirón, Joseíto Mateo “El negrito del batey”, y el gran Jhonny Ventura; hasta llegar a la primavera de los años 80 con los merengueros Wilfrido Vargas, Hermanos Rosario, Milly Quezada, Luis Díaz, Fernando Villalona, Kinito Méndez y Sergio Vargas.
Pero la formación literaria y musical de Juan Luis Guera fue más íntegra, determinante. Ese aprendizaje unido a su talento y creatividad, le dieron la superioridad artística y le propiciaron una mayor trascendencia. Además, Juan Luis ha sido investigador de las tradiciones tribales africanas de su isla, como los cantos y bailes de atabal, el baile practicado en todo el territorio dominicano, y por eso considerado “El baile nacional” según el etnomusicólogo, investigador Fradique Lizardo. Esa tradición se ejecuta con instrumentos musicales que reciben diversos nombres: palos o atabales, canutos, palitos, quijombos. Según la región que lo interprete, constituyen baterías de dos o tres instrumentos, que se tocan solos o pueden ser acompañados de panderos, guayo, maracas, coros y palmadas. Se asocia a las celebraciones del santoral dominicano, en cada lugar se hace una fiesta diferente.
Juan Luis utilizó los atabales o palos en su tema “Viene a pedir tu mano”, de 1990:
“Viene a pedir mi mano, viene
vamos a sonar unos palos
pa’ que me quiera por siempre
Que su amor sea verdadero, oh”.
En el año 1990 cultivó un género que tiene profundas raíces populares, la bachata. Es una variante del bolero-son que nació en la década del 50 en los caseríos más humildes de la nación insular. En los bares, las bachatas le cantaban al desaliento, al desamor, a la ilusión perdida. Era la lírica de los poetas entrópicos del cosmos dominicano. Juan Luis tomó sus sonoridades y su rítmica sincopada y les colocó poesía de esperanza, hizo odas al amor llenas de luz, cual serenatas. Al cantar bachatas él recordaba las jornadas familiares y los actos escolares, cuando conmovía a los adultos con sus interpretaciones, por ello lo llamaron “El niño prodigio de las veladas”. En esos años Juancito pedía a su padre un piano, el que nunca llegó, debió conformarse con la guitarra heredada de su hermano mayor. Los primeros acordes los aprendió a solas sacando las canciones de Los Beatles.
El álbum “Bachata rosa” logró vender cinco millones de copias, ganó múltiples premios, llegó a los salones más exclusivos con su nueva bachata dominicana: la que otrora fuera llamada “El bolero campesino de Quisqueya”.
El vocablo tahino “areíto” que significa danza ritual, le dio nombre a su álbum de 1992, donde cultivó el merengue campesino de su tierra, llamado ripiao o perico, que se ejecuta con acordeón. El tema incluido en el álbum “El costo de la vida”, que generó una gran polémica, lo tildaron de protesta anticapitalista, y se activaron los periodistas más retrógrados para atacar al cantor dominicano.
Siguieron álbumes muy exitosos como “Fogaraté” de 1994, con el nombre de una planta típica dominicana que causa picor, vocablo utilizado para denotar gente encendida, y mujeres sensuales. En 1998 publicó “No es lo mismo, ni es igual”; otro récord en ventas.
En 2004 la zozobra se apoderó de la vida del trovador quisqueyano y de su familia, Juan Luis comenzó a padecer una extraña patología ocular, que amenazaba seriamente su carrera, su calidad de vida. Con ayuda científica calificada logró superar el serio problema en su ojo derecho. Agradecido, realizó un álbum dedicado a Dios que tituló “Para Ti”, incluyó 11 canciones cristianas. Una de ellas, el track 11, es la celebérrima “Canto de sanación”, un testimonio cantado:
“En el nombre de Jesús recibo sanidad
he tocado el borde de su manto
sano estoy por su Espíritu Santo”.
Cada domingo en la mañana, muy temprano, Juan Luis Guerra asiste al culto en su iglesia cristiana, él dirige la orquesta del templo, allí realiza jornadas de sanación, ofrendas y practica el diezmo. Después suele almorzar con toda la familia y algunos amigos para agradecer las bondades recibidas. Quizá por ese talante hogareño, no es partidario de largas giras, prefiere las giras breves, que le permitan estar más tiempo en su hogar, su centro creativo, donde su mujer Nora se asegura de que nadie lo perturbe.
Con las generosas regalías obtenidas por la venta de 22 millones de álbumes, Juan Luis inauguró una emisora en 1995, la llamó Viva FM y un canal de televisión: Mango TV. Posee un moderno estudio de grabación y su hijo tiene una gran unidad de cine y video, con alta capacidad profesional y equipamiento de última generación.
Cada día le llegan invitaciones para realizar duetos con artistas importantes como Ivete Sangalo, la diva de Brasil; Diego Torres de Argentina, quien lo considera “una gran persona”. Con Luis Fonsi de Puerto Rico, Draco Rosa a quien apoyó en su lucha para superar un cáncer. Con Romeo Santos el ídolo bachatero de multitudes. Con Juanes de Colombia, a quien le produjo su triunfal Concierto MTV acústico. Este talentoso guitarrista antioqueño lo considera “El quinto Beatle”.
Juan Luis ha realizado colaboraciones que hicieron historia, con Maná, Enrique Iglesias, Miguel Bosé, la reina del merengue Milly Quezada, con el poeta Rubén Blades; entre otros.
Han interpretado sus composiciones artistas del tenor de Luis Miguel, Enmanuel de México, Café Tacuba, Gilberto Santa Rosa, Nelly Furtado, Pasión Vega y la española Rosario Flores.
Ha recibido múltiples premios, incluyendo 15 Gramófonos Latinos, dos Grammy Awards y el galardón Lo Nuestro.
En 2012, impactó con su actuación en el Festival de Viña del Mar. En la Quinta Vergara puso a bailar a 20.000 chilenos y se llevó los máximos honores, interpretando “Son al rey”, “La guagua va en reversa” y sus bachatas clásicas.
Aunque Juan Luis Guerra Seijas ha grabado temas en tiempo de salsa, mambo, balada, bachata y son con éxito; el merengue es su blasón, es su estandarte rítmico ante el mundo. Desde esa forma musical que representa el alma sonora del pueblo dominicano, con su hondura sentimental, ha generado una gran revolución, una renovación del género, y ha establecido su liderazgo mundial dentro de la música urbana.
En 2009, recibió el Doctorado Honoris Causa del Berklee College of Music en reconocimiento a su obra. El egresado de los tempranos años 80, prometió volver a sus aulas a estudiar orquestación para big band.
Al igual que el personaje bíblico Job, que fue sometido a duras pruebas de vida, Juan ha superado la adversidad, la ha convertido en música y en palabra de alabanza, ha sido perseverante. Él, en oposición a su respetado apellido, es un auténtico instrumento de paz.
El maestro dominicano, con su impronta JLG, ha demostrado que la música puede ser un vehículo de elevación que lleve hasta Dios. Y puede propiciar la conexión con todas las formas de amor.
León Magno Montiel
@leonmagnom
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