Nada será igual después de Bernie (Bernard William) Aronson en La Habana. Sabe, por su papel en la paz (y la guerra) en Centroamérica; es de los dos lados, porque ha trabajado para demócratas y republicanos; y Colombia le interesa no solo por política: su firma tiene inversiones en petróleo, servicios públicos y finanzas en el país.
Ese es el gringo (modelo 1946) que Barack Obama designó el viernes 20 de febrero como enviado al proceso de paz criollo. Una figura curiosa, que no tiene ninguna función formal, pero tiene todo el contenido. Extradición (y devolución –término con el que habrá que familiarizarse–, entre otros de Simón Trinidad); narcotráfico; ayuda al posconflicto, y construcción de confianza con ‘el imperio’ serán seguramente algunas de las tareas sutiles pero claves de este nuevo actor del proceso de negociaciones de La Habana.
Ahora hay países garantes (Noruega y Cuba), acompañantes (Chile y Venezuela). Y enviado.Nunca Estados Unidos había participado directamente en un proceso de negociación del Estado colombiano con las guerrillas. Esa es la importancia y el mensaje que envía esta designación. Hecha, según el secretario de Estado John Kerry, a pedido del presidente Santos.
Por algo las FARC, en el que es, quizá, el primer comunicado en su historia en el que se muestran de acuerdo con el gobierno de Estados Unidos, saludaron velozmente la designación.
La Silla Vacía le hizo a Bernie Aronson el mejor retrato.