Whitney Houston LA VOZ INFINITA DEL ALMA
“Bella amante, iré de tumba en tumba
tocando las manos de los difuntos,
besando los labios de todas las estatuas:
hasta reconocerte.”
Carlos Fuentes (Panamá 1928-México 2012)
Una mujer que comience a cantar a los 11 años de edad, y que haya contado con el reconocimiento unánime de sus mayores, con los aplausos solidarios de sus maestros: parecería destinada a triunfar en la música, a gozar de una victoria luminosa y duradera.
Es el caso de la niña prodigio Whitney Elizabeth, la morena prieta y espigada que cantaba en el coro de la Iglesia Baptista llamada Nueva Esperanza, en Nueva Jersey. Ella asombraba a todos con el portento de su voz, sorprendía por su afinación natural y absoluta, su oído armónico. Poseía una gran la calidad en su voz y con un gran fiato: la capacidad de administrar su respiración al cantar largas frases, sin perder expresividad.
En corista de góspel, Whitney Houston, aplicaba el principio de la genocultura, ella era heredera de la tradición de cantoras negras de la Costa Este de los Estados Unidos. Ese ciclo lo comenzó Cissy Houston, su madre, continuaron sus primas Dee y la célebre Dionne Warwick. Contó con la égida de Aretha Franklin “La dama del soul” la poderosa pianista y solista nacida en Memphis en 1942: su madrina inspiradora. En definitiva, su componente étnico la marcó para el canto, le dio apresto innato.
La joven Whitney era una afroamericana de fina silueta, turgente, de rasgos suaves, con una sonrisa luminosa: muchos vaticinaban que triunfaría como modelo, por su porte. Siendo apenas una adolescente, su madre la acompañaba a cantar al legendario Mikell´s Club en la calle 97 Nueva York, allí interpretaba soul para los melómanos que se daban cita, era un clan de cátaros jazzista de los años 80. La aplaudían al tiempo que la flirteaban, la torpedeaban con insinuaciones sexuales.
Por esos años le grabó coros al maestro cantor Lou Rawls, el gran barítono del jazz y la música disco. También participó en producciones de Chaka Khan con gran solvencia.
En una noche de descargas y soul en el Mikell´s Club, el gurú del sello Arista, Clive Davis la observó y la firmó como artista exclusiva de su casa disquera. Así comenzó su ascendente carrera, donde Whitney logró vender 170 millones de discos y obtuvo múltiples galardones: ganó dos Premios Emmy Awards, obtuvo seis Grammys, 30 Billboards Music y 22 American Music Awards.
En el año 1992 impactó en el mundo del cine con la cinta “El Guardaespaldas” co-protagonizada por Kevin Costner, actor que venía de obtener un éxito atronador con su película “Danza con Lobos” (1990). El filme “El guardaespaldas” recabó 710 millones de dólares en taquilla, y su banda sonora vendió cerca de 42 millones de copias. Esa película la catapultó mundialmente, le generó una fortuna en regalías. Se residenció en Los Ángeles, disfrutaba de su celebridad, se le veía por los bulevares soleados de la Costa Oeste tomando cocteles, siempre con garbo, luciendo como una fémina de belleza clásica, una diosa de ébano: segura, magnética y seductora. Todo en ella había sido un dulce sueño, hasta que llegaron las pesadillas de sus amoríos, el más aciago de todos; con el rapero Kevin Brown.
Con él se casó en 1992 y vivió 15 largos años de martirio. Fue una relación violenta e intolerante: ambos sucumbieron al inframundo de las drogas, se hirieron, se hicieron dependientes de la peligrosa combinación de pastillas y alcohol. Allí comenzó el declive de “La voz” como le llamaban, comenzó su penoso desvarío, sus miedos fuera de control, la ansiedad la perseguía a toda hora, era presa de una permanente sensación de ahogo: en fin, comenzó el deterioro progresivo de su salud. Su rostro lo cubría una pátina sepia de dolor. Comenzó a vivir la terrible situación de perder de forma paulatina su voz, eso suponía para ella: que la muerte avanzaba por dentro, en silencio e indetenible.
En los últimos tres años de su atribulada vida, Whitney mantuvo una relación con el cantante Ray-J (William Ray Norwood Jr.), producto del acercamiento sentimental del intérprete de rythm and blues. El romance partió de la admiración del joven cantante por la mítica vocalista: un amorío discreto y con rasgos edípicos. Cuando Ray-J nació en Misisipi en 1981, Whitney tenía 18 años de edad y llevaba siete años cantando en los templos y clubes de Newark y Nueva York. En una ocasión Ray-J confesó a los medios: “Estoy sintiendo un gran vacío sin mi novia, sin Whitney, pues era la mujer que amaba”. Fue su dulce amante y al mismo tiempo; su admirada musa.
Antes de comenzar a salir con Ray-J, la hermosa cantante neojerseíta tuvo crisis severas de alcoholismo, solía combinar el escocés con los ansiolíticos, arrastraba su creciente estado de depresión. Su tristeza la hacía desplazarse con una pesadez majestuosa por los escenarios. En ocasiones se le vio famélica, con un semblante de paciente terminal. Pero, a raíz de la nueva relación con el joven Ray-J, logró recuperarse, volvió a sonreír, sus habitáculos se llenaron de un nuevo resplandor, y apareció en su rostro la antigua luminosidad. Recuperó su peso físico, a poco iba saliendo del caos.
Dos años después, Whitney recayó, de nuevo se aferró a su vieja adicción de whisky y fiestas interminables. Volvieron los excesos de la bohemia, reincidió en el consumo de sedantes, la rutina mortal que la atrapó en la tina de la suite 434, en el Hotel Beverly Hilton. Allí terminaron sus días: su cuerpo azulado lo encontraron flotando boca abajo en el jacuzzi.
Su cadáver fue llevado a Nueva Jersey, ciudad donde nació el 9 de agosto de 1963, en una carroza dorada, acompañada por el canto de Alicia Keys. Fue sepultada un domingo glacial, el 19 febrero de 2012. El actor Kevin Costner, su amigo y consejero, dio las palabras de despedida desde el púlpito de la iglesia Nueva Esperanza, ante la tristeza y el llanto de una legión de amigos y seguidores que fueron a despedir al “alma del canto”. Con tan sólo 48 años de edad, se marchaba uno de los mayores talentos de la música contemporánea, mito de la canción. Se iba corroída por el oscuro placer de las drogas y las trampas insondables del desamor.
Los ladrillos rojos de la iglesia de Newark, donde ella fue la principal corista, guardan el eco de las palabras de Costner: “Ahora te vas escoltada por un ejército de ángeles, aunque te vas muy pronto”. Terminaba su camino una gloria del rythm and blues, soul, pop, blues y góspel. Whitney Elizabeth, una mujer nacida para el arte, destacada actriz, cantante, compositora, productora, empresaria y modelo. Ahora estaba en un ataúd de cedro, entre cirios y flores mustias, como su adiós. El coro de góspel, de un centenar de mujeres y algunos hombres, en su mayoría negros con togas blancas, cantó por horas en la iglesia bautista, en las exequias de la que fuese la cantante más destacada de su tiempo.
Finalmente Whitney Houston fue sepultada en el cementerio de Fairview, en la ciudad de Westfield, donde reposa el cuerpo de su padre John. Tal como lo describió el magistral narrador Carlos Fuentes: sus admiradores iremos tras sus huellas, iremos besando los labios de las estatuas, hasta reencontrarnos con su voz, con la energía sonora que fluía de su alma, iremos anhelando que no se extinga nunca.
Las cantantes que aprenden el secreto de su arte musical, en el interior de un templo llegan a sentir que la música es la voz de Dios. Y eso, sin duda, lo vivió Whitney Elizabeth Houston: la voz infinita del alma.
León Magno Montiel