Una casa que nos habita: la poesía de Rafael Ayala Páez
Gregory Zambrano
La escritura propicia una forma de estar en el
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La escritura propicia una forma de estar en e
Este libro primigenio de Rafael Ayala Páez (Guarico, 1988), contiene la materia aluvional de la poesía, y recorre las rutas ancestrales del arte verbal. Propone, desde una experiencia de lenguaje, asir la realidad desde sus inquietantes contradicciones, resumirla en trazos limpios, y ponerla frente a si mismo despojada de artificios retóricos.
La escritura propicia una forma de estar en e
Bocados de silencio es un collage de visiones, sensaciones, certezas y preguntas, es un libro luminoso que transmite el gozo ante la vida, aunque se refugie a ratos en la nostalgia. Poesía de la contemplación sin estridencias, del sosiego interior, de la fugacidad del instante que se borra y nos borra y, sin embargo, huella que se nutre de cada acto de vivir; paisaje de la vigilia, certeza del sueño posible que se afianza en los actos más simples del transcurrir cotidiano. Homenaje a la poesía en su sentido primigenio de nombrar las cosas del mundo y buscarle sentido a la existencia.
La escritura propicia una forma de estar en e
El pórtico del libro, titulado “La levedad de la materia”, propone esa mirada desde la ausencia. Parte de un homenaje filial para indagar profundamente en torno al silencio y la vacuidad; asume el impacto de la muerte como el paso necesario para la trascendencia. Como decía Heidegger, somos seres para la muerte, y el paso indefectible de la vida nos obliga a contemplar el tiempo desde lo ontológico. Pero esa certeza no se torna desesperanza sino mas bien reafirmación: “Soplo eterno portador de alivio” ―dice el poema. Entereza ante la perdida y compresión de la partida, homenaje de gratitud mas no lamento catártico todo se torna gratitud y ausencia sosegada en compañía: “Es difícil no escuchar/ el eco de su voz/ en las páginas que escribo/”. La poesía ha permitido conocer los profundos pasadizos de la psique y la sensorialidad humana, y por ello ha permitido construir racionalmente el testimonio de la huella que los otros dejan en nuestras vidas.
La escritura propicia una forma de estar en e
La segunda sección, “Sed de fuego”, se afianza en el renacer de un día nuevo, en el anhelo que deviene fuego, pues todo lo purifica o lo consume. El amor tal vez sea el retorno de la fe en el comienzo de cada día. Amor que impregna todos los sentidos, que se aviva en un espacio poblado de certezas: el cuerpo amado, el fluir de la vida en cada palabra, el deseo consumado y la alegría de vivir. Acto de celebración que abreva en el crepitar de los días, y en los secretos que guarda para siempre lo que el fuego consume: “El fuego par del universo/ forma un sol/ derramando llamas/ El fuego se mueve hacia el centro/ El soplo es viento/ que canta sin detener su marcha/ Los ojos/ madrigueras/ que se encienden/ en claridad entrevista”.
La escritura propicia una forma de estar en e
El poeta es Prometeo que contraviene a los dioses, trae el fuego y lo comparte; en el guarda los secretos o las certezas; el amor es fuego eterno que purifica. En estos versos de trazos finos el amor es encuentro celebratorio, ritual de los cuerpos que se desean, se tocan y consumen.
La escritura propicia una forma de estar en e
“Bocados de silencio”, la sección que da titulo al libro, se refugia en un verso de Paul Celan y desde el afianza su necesidad de decir mas allá de las palabras. Un coro de voces acuden al llamado del poeta, situado en un espacio cósmico, que parece contener todo el universo: la casa. «Con esperanza y sin esperanza/ siempre volvemos a casa”, nos dice el poeta checo Jaroslav Seifert, y con esa certeza, la voz en que confluyen las otredades de Rafael Ayala Páez, nos habla desde ese espacio que alberga todos los miedos, y también las esperanzas: “Esta es la casa de las alegrías perdidas /la casa donde confluyen todas las cosas/ Esta es la casa/ donde el zumbido del sol se oye/ a través de las rendijas de la puerta/ Esta es la casa/ donde la más profunda noche/ gotea de la pared/ Esta es la casa de los que a diario olvidamos/ donde confluyen todas las cosas”.
La escritura propicia una forma de estar en e
Al mismo tiempo, la casa es el cuerpo que habitamos y el cuerpo que nos habita. En ella también habita el cuerpo ausente, espacio de paradojas donde se recomponen el silencio y la voz; la oscuridad y el albor; la plenitud y el vació. En ella el hombre se sumerge en su interior, conoce los abismos y emerge de ellos fortalecido.
La escritura propicia una forma de estar en e
Cada palabra se despoja de estridencias, se acompasa en su fluir de horizontes despejados, llanura metafísica, innombrada, donde viven los ancestros y donde reposan los saberes de las estirpes antiguas.
La escritura propicia una forma de estar en e
Por estos versos pasan los vientos y las inundaciones, pasan los ríos y las humaredas, pasa la lluvia, como un animal que habita el cuerpo, pasan las estaciones vestidas de intemperie, solo queda la casa soportando en pie sus propias ruinas.
La escritura propicia una forma de estar en e
Versos tallados con cincel, a ratos aforismos, a ratos certezas contenidas: “El miedo es un país extraño/ un pez que sube desde las profundidades/ hasta la superficie de mis sentidos/…. el miedo asfixia las palabras/ solo las puedo escuchar dentro de mi”, versos lacerantes que quieren asir los objetos del mundo, conocerlos en su esencia.
La escritura propicia una forma de estar en e
Quizás muchos de estos elementos se decanten en el poema titulado “Impresiones”, con sus versos reverberantes, sus asociaciones insólitas que recuerdan la enumeración caótica de la poesía de Neruda en Residencia en la tierra, llena de imágenes vegetales, mundos en movimientos que pasan del sueno a la vigilia, y viceversa, apelando al desconcierto de los sentidos; búsqueda de sonoridades y juegos de palabras, divertimento aparente que revela un profundo desasosiego: “…Globos flotando en el cielo/ Aldeas insospechadas en la planta de los pies/ Anémonas gigantes en las nubes/ Seres que caminan de cabeza/ Soles como pupilas/ Buzos ahogados en un vaso de agua/ náufragos de la desesperación/ Locomotoras exhalando un enjambre de moscas/ Árboles que entienden lo que decimos/…”.
La escritura propicia una forma de estar en e
Este libro primigenio de Rafael Ayala Páez, poeta guariqueño de inquieta andadura en los predios de la palabra y la gestión cultural, nos permite augurarle un camino fructífero, porque tiene la catadura necesaria para asumir el reto de la poesía: darle sentido nuevo a las palabras, nombrar lo grave con sutil sosiego y dotar lo simple de belleza y profundidad.
Este libro primigenio de Rafael Ayala Páez (Guarico, 1988), contiene la materia aluvional de la poesía, y recorre las rutas ancestrales del arte verbal. Propone, desde una experiencia de lenguaje, asir la realidad desde sus inquietantes contradicciones, resumirla en trazos limpios, y ponerla frente a si mismo despojada de artificios retóricos.
La escritura propicia una forma de estar en e
Bocados de silencio es un collage de visiones, sensaciones, certezas y preguntas, es un libro luminoso que transmite el gozo ante la vida, aunque se refugie a ratos en la nostalgia. Poesía de la contemplación sin estridencias, del sosiego interior, de la fugacidad del instante que se borra y nos borra y, sin embargo, huella que se nutre de cada acto de vivir; paisaje de la vigilia, certeza del sueño posible que se afianza en los actos más simples del transcurrir cotidiano. Homenaje a la poesía en su sentido primigenio de nombrar las cosas del mundo y buscarle sentido a la existencia.
La escritura propicia una forma de estar en e
El pórtico del libro, titulado “La levedad de la materia”, propone esa mirada desde la ausencia. Parte de un homenaje filial para indagar profundamente en torno al silencio y la vacuidad; asume el impacto de la muerte como el paso necesario para la trascendencia. Como decía Heidegger, somos seres para la muerte, y el paso indefectible de la vida nos obliga a contemplar el tiempo desde lo ontológico. Pero esa certeza no se torna desesperanza sino mas bien reafirmación: “Soplo eterno portador de alivio” ―dice el poema. Entereza ante la perdida y compresión de la partida, homenaje de gratitud mas no lamento catártico todo se torna gratitud y ausencia sosegada en compañía: “Es difícil no escuchar/ el eco de su voz/ en las páginas que escribo/”. La poesía ha permitido conocer los profundos pasadizos de la psique y la sensorialidad humana, y por ello ha permitido construir racionalmente el testimonio de la huella que los otros dejan en nuestras vidas.
La escritura propicia una forma de estar en e
La segunda sección, “Sed de fuego”, se afianza en el renacer de un día nuevo, en el anhelo que deviene fuego, pues todo lo purifica o lo consume. El amor tal vez sea el retorno de la fe en el comienzo de cada día. Amor que impregna todos los sentidos, que se aviva en un espacio poblado de certezas: el cuerpo amado, el fluir de la vida en cada palabra, el deseo consumado y la alegría de vivir. Acto de celebración que abreva en el crepitar de los días, y en los secretos que guarda para siempre lo que el fuego consume: “El fuego par del universo/ forma un sol/ derramando llamas/ El fuego se mueve hacia el centro/ El soplo es viento/ que canta sin detener su marcha/ Los ojos/ madrigueras/ que se encienden/ en claridad entrevista”.
La escritura propicia una forma de estar en e
El poeta es Prometeo que contraviene a los dioses, trae el fuego y lo comparte; en el guarda los secretos o las certezas; el amor es fuego eterno que purifica. En estos versos de trazos finos el amor es encuentro celebratorio, ritual de los cuerpos que se desean, se tocan y consumen.
La escritura propicia una forma de estar en e
“Bocados de silencio”, la sección que da titulo al libro, se refugia en un verso de Paul Celan y desde el afianza su necesidad de decir mas allá de las palabras. Un coro de voces acuden al llamado del poeta, situado en un espacio cósmico, que parece contener todo el universo: la casa. «Con esperanza y sin esperanza/ siempre volvemos a casa”, nos dice el poeta checo Jaroslav Seifert, y con esa certeza, la voz en que confluyen las otredades de Rafael Ayala Páez, nos habla desde ese espacio que alberga todos los miedos, y también las esperanzas: “Esta es la casa de las alegrías perdidas /la casa donde confluyen todas las cosas/ Esta es la casa/ donde el zumbido del sol se oye/ a través de las rendijas de la puerta/ Esta es la casa/ donde la más profunda noche/ gotea de la pared/ Esta es la casa de los que a diario olvidamos/ donde confluyen todas las cosas”.
La escritura propicia una forma de estar en e
Al mismo tiempo, la casa es el cuerpo que habitamos y el cuerpo que nos habita. En ella también habita el cuerpo ausente, espacio de paradojas donde se recomponen el silencio y la voz; la oscuridad y el albor; la plenitud y el vació. En ella el hombre se sumerge en su interior, conoce los abismos y emerge de ellos fortalecido.
La escritura propicia una forma de estar en e
Cada palabra se despoja de estridencias, se acompasa en su fluir de horizontes despejados, llanura metafísica, innombrada, donde viven los ancestros y donde reposan los saberes de las estirpes antiguas.
La escritura propicia una forma de estar en e
Por estos versos pasan los vientos y las inundaciones, pasan los ríos y las humaredas, pasa la lluvia, como un animal que habita el cuerpo, pasan las estaciones vestidas de intemperie, solo queda la casa soportando en pie sus propias ruinas.
La escritura propicia una forma de estar en e
Versos tallados con cincel, a ratos aforismos, a ratos certezas contenidas: “El miedo es un país extraño/ un pez que sube desde las profundidades/ hasta la superficie de mis sentidos/…. el miedo asfixia las palabras/ solo las puedo escuchar dentro de mi”, versos lacerantes que quieren asir los objetos del mundo, conocerlos en su esencia.
La escritura propicia una forma de estar en e
Quizás muchos de estos elementos se decanten en el poema titulado “Impresiones”, con sus versos reverberantes, sus asociaciones insólitas que recuerdan la enumeración caótica de la poesía de Neruda en Residencia en la tierra, llena de imágenes vegetales, mundos en movimientos que pasan del sueno a la vigilia, y viceversa, apelando al desconcierto de los sentidos; búsqueda de sonoridades y juegos de palabras, divertimento aparente que revela un profundo desasosiego: “…Globos flotando en el cielo/ Aldeas insospechadas en la planta de los pies/ Anémonas gigantes en las nubes/ Seres que caminan de cabeza/ Soles como pupilas/ Buzos ahogados en un vaso de agua/ náufragos de la desesperación/ Locomotoras exhalando un enjambre de moscas/ Árboles que entienden lo que decimos/…”.
La escritura propicia una forma de estar en e
Este libro primigenio de Rafael Ayala Páez, poeta guariqueño de inquieta andadura en los predios de la palabra y la gestión cultural, nos permite augurarle un camino fructífero, porque tiene la catadura necesaria para asumir el reto de la poesía: darle sentido nuevo a las palabras, nombrar lo grave con sutil sosiego y dotar lo simple de belleza y profundidad.