Heredera de una de las colecciones fotográficas más importantes del siglo XX. Directora de la Fundación Leo Matiz, institución que cuenta actualmente con más de medio millón de negativos fotográficos de gran valor histórico. Restauradora de arte y de artistas. Dejó su carrera como gestora cultural para salvar a su padre, quien estuvo a punto de abandonar la fotografía y el mundo, tras perder su ojo izquierdo en un robo bancario en la ciudad de Bogotá en 1978. En su vida profesional, tanto como en la de su padre, confluye severamente la melancolía propia de la mirada del extranjero sobre uno de los periodos más ilustres de la historia latinoamericana, y el vértigo del exilio. Él, afuera de México tras ser amenazado de muerte y perseguido por Siqueiros, y ella, afuera de Colombia por la negligencia de las instituciones culturales nacionales.
Alejandra Matiz, México 2013. Cortesía: Fundación Leo Matiz
¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de su padre?
Sé que estuvo en Aracataca hasta los doce años y después se fue a vivir a Santa Marta, curiosamente hizo casi lo mismo que Gabo: Santa Marta y Barranquilla. Como mi abuelo era ateo, no quería que a mi papá lo bautizaran, el tema es que para poder entrar a estudiar, lo tenían que bautizar. Creo que ahí empieza a sentirse muy fuerte la influencia de mi abuela sobre él, porque la familia trabajaba en la zona bananera, y ella quien era tolimense, hacía jamones y comida que vendía a los obreros; mi papá aprendió todo eso siendo muy joven, hacía salchichón y jamón, le encantaba tener e imaginar todo tipo de negocios; fritanguerías y restaurantes, no sé de dónde sacaba tanta energía.
Mi teoría es que todo puede deberse a su nacimiento. Porque mi papá nació encima del lomo de un caballo. En Aracataca, el único medio de transporte era un burro o un caballo, él fue el hijo mayor de una familia de siete hermanos, cuando a mi abuela le comenzaron los dolores de parto, llamaron a alguien con un caballo para llevarla con la matrona. Mi papá que ya era impaciente se adelantó, posiblemente inducido por los movimientos del animal, y pues nació ahí. Creo que desde ese momento su visión estuvo marcada. No en vano, recién a los tres años de vida le dijo a su abuela que no entendía bien si su mamá era Eva –mi abuela–, o el caballo. Creo que su iniciación en la fotografía tuvo que ver con su capacidad para observar, porque hubo una época de su niñez salvaje, en la que apenas si sabría leer. Todo lo que podía hacer entonces, era observarse a sí mismo y a su caballo nadando en el río.
La vida de su papá es cinematográfica en muchos sentidos…
Es como una película de Buñuel, es increíble todo lo que le pasó. En 1948, mientras vivía en Nueva York, soñó que un ángel se llevaba su ojo al cielo y, por más que corría detrás de él, no podía alcanzarlo porque el ángel podía volar y él no. Curiosamente 30 años después, estando en Bogotá, recibió un golpe fuertísimo y perdió su ojo izquierdo tal como en el sueño. Él se quedó con su ojo en la mano.
¿Cómo manejó él esta pérdida?
Fue terrible. Mi papá decía si un ojo es importante para un caballo, imagínate para un fotógrafo. Él no le perdonó a la vida haberle robado su ojo. Además de una forma tan boba, estaba saliendo de un banco y para robarlo, le pegaron un golpe con un anillo de esos… sufrió mucho, mi papá se iba a morir, se iba a matar. Resolví salvarlo como fuera. Yo vivía en Nueva York por ese entonces y nadie me quería contar, después supe la historia y vine a Colombia. Él estaba encerrado en la finca de Fusagasugá, no salía.
Recién a los tres años de vida le dijo a su abuela que no entendía bien si su mamá era Eva –mi abuela–, o el caballo
Considerando el carácter de su padre, hacerlo salir por la fuerza no parece haber sido algo fácil de lograr…
Yo le dije tienes que salir y te tienes que dejar ver. Obviamente él estaba empecinado, entonces le dije voy a estar dentro del carro y frente a la casa, si no abres la puerta, estaré allí día y noche acá hasta que salgas. Le tocó abrir y lo llevé a Bogotá. Yo ya había hablado con Gloria Zea y con Consuelo Mendoza de la revista Diners, les dijeustedes me tienen que ayudar a salvar a mi papá, él se va a morir. Ambas accedieron, fuimos a Diners y le hicieron un reportaje bellísimo, Zea incluso manifestó que quería hacer un homenaje a mi papá y organizar una exposición en el Museo de Arte Moderno, eso ayudó a que él reviviera.
Leo Matiz visto por Solano, Costa Rica, 1940. Cortesía: Fundación Leo Matiz.
¿Qué pasó después?
Fuimos a Italia, allí empezaron los homenajes y una época muy feliz. Entonces se nos presentó una modelo italiana que quería hacer la película de Frida Khalo, lo obligó a hacer fotografía. Naturalmente, él se sentía muy inseguro haciendo fotos con un ojo porque le faltaba el equilibrio y la visión completa, entonces inventaba pretextos, decíaes que no tengo cámara, es que no tengo rollos. Llegó el punto en que ella le respondióyo te consigo todas las cámaras que quieras y todo lo que necesites. Así lo comprometió. Mi papá trabajó mucho para ella, le hizo más de diez mil fotos. Poco tiempo después me confesó yo esa noche pensé que vivía o moría. Las fotos quedaron perfectas, como si hubiera tenido los dos ojos. Eso lo llenó de seguridad, y así fue como volvió a hacer fotografía. Incluso, hizo un libro bellísimo que se llama Los hombres del Campo y volvió a viajar por todo México, auspiciado por empresas mexicanas.
Supongo que la finca en Fusagasugá fue en muchos sentidos, un refugio para su padre…
Claro que lo fue. Por fortuna hay muchos recuerdos felices. Él tenía un caballo árabe negro, lo hizo traer en avión en una época en la cual no habían mafiosos y él ganaba muy bien. A éste sólo lo podía montar él. En ese entonces, yo no sabía caminar así que me compraron un burro, me acuerdo bien de que el burro entraba a la sala de la finca. Sucedían cosas completamente surrealistas. Recuerdo clarísimas las fotos en las que aparezco amarrada al lomo del burro cabalgando junto a mi papá. Él en su caballo, yo en mi burro.
¿Aprendió el arte de la fotografía de su padre?
No, él nunca me enseñó fotografía, no sabía enseñar. Yo estudié restauración de arte en Italia, y allí tenía que hacer fotografía en infrarrojo ó ultravioleta para los cuadros. Así que era algo más relacionado con mi profesión. Lo que sí pudo pasar es que nací con un ojo fotográfico. Sé dónde hay una imagen e inclusive les digo a los fotógrafos tomen esa foto que ahí está, pero eso lo heredé o surgió de tanto ver fotografías. Hago algunas, pero no me considero una fotógrafa, soy más bien una restauradora aunque no esté ejerciendo.
En 1948, mientras vivía en Nueva York, soñó que un ángel se llevaba su ojo al cielo y, por más que corría detrás de él, no
¿Cuándo surgió el proyecto de la Fundación Leo Matiz?
Todo sucedió a raíz de la pérdida del ojo de mi papá. De alguna manera, me volví su ojo, tuve que tomar las riendas. No podía dejar morir a mi papá y su obra. Entonces creamos la Fundación Leo Matiz y él me nombró presidenta vitalicia. El objetivo era que yo no dejara morir su obra, él sabía que la única persona que iba a salvar su obra iba a ser yo. Eso se volvió la misión de mi vida.
¿Qué está preparando la Fundación en este momento?
Vamos a tener una exposición en Senigallia, en el centro de Italia. Esta ciudad es muy importante para el mundo de la fotografía porque allí nació Mario Giacomelli, que es como el Álvarez Bravo mexicano, el Cartier–Bresson francés o el Leo Matiz colombiano. Mi papá fue amigo personal de Giacomelli. Posiblemente por eso, los organizadores del evento se enamoraron de su obra y contrataron a un investigador que ha venido buscando, revisando periódicos y encontrando referencias de su obra en Italia y otras partes. Yo he aportado pistas sobre las películas en las que trabajó como El pez que fuma y otra donde participó Arthur Kennedy en la que él hizo la foto–fija. En este momento estoy escaneando esas imágenes.
Viñeta de la historieta de Tarzán y Leo Matiz, México. Cortesía: Fundación Leo Matiz.
¿Por qué habrían de hacerle un homenaje de esta naturaleza en Italia, a un colombiano?
Allá les fascinó que el apellido sea italiano. Esta sin duda, fue una estrategia política importante para conseguir fondos, porque supongo que ellos habrían de preguntarse lo mismo en algún momento, ¿por qué hacerle un homenaje tan grande a un colombiano? Todo el libro del homenaje se construyó a partir de testimonios italianos, con imágenes del pueblo Timau y de la gente que lo conoció allí, hay incluso fotografías con Álvaro Mutis en Génova y Florencia. Es un material increíble.
¿Qué dejó atrás, para salvar la obra de su padre?
Antes de todo esto fui galerista y restauradora de arte, trabajé para la Federación Nacional de Cafeteros como relacionista pública en Italia, Francia y Grecia. Pero dejé todo de lado porque quería salvar a mi papá, tenía que lograr que él fuera reconocido mundialmente antes de morir. Esto último es algo en lo que pienso mucho, habría querido hacer más por él en vida, logré sin embargo, que el gobierno francés lo condecorara, igual que el gobierno colombiano y el italiano.
Él perdió el ojo en 1978, fue muy difícil hacer que volviera a la fotografía y que viajara a Europa. Hice lo que pude hasta que murió. El último homenaje nacional se hizo en 1998, cuando el entonces ministro de cultura, Ramiro Osorio, promovió la publicación del libro La Metáfora del Ojo y la realización de un video. Hasta ahí llegó la etapa de mi papá en vida. Todo lo que hicimos con la fundación y su usufructo, era de mi papá. Si bien ahora todo está a mi nombre, desde antes de su partida yo tenía ya una responsabilidad muy grande, salvar ese archivo, su obra, recuperar negativos, fotos de muchas partes del mundo, imágenes de nuestra historia.
¿Tiene presente la última foto que él tomó?
Fueron las de México para el libro Los hombres del Campo, que se publicó en Japón. Son casi dos mil fotos fantásticas. Ganó un premio nacional y ése fue su último trabajo. Después, viajó de México a Colombia vomitando sangre. En ése momento no se sabía que tenía cirrosis hepática y en Colombia se descubrió la enfermedad. Papá ya no podía fotografiar y se concentró en el dibujo.
En ésa época distintos fotógrafos y gente vino a tomarle fotos y a hablar con él. Esa fue la época de su decadencia física, mi trabajo consistió en organizar las cosas para que viviera tranquilamente sus últimos días.
¿Cómo incursionó Leo Matiz en el cine?
En el México de los años cuarenta, los fotógrafos saltaban de la fotografía al cine todo el tiempo. La explicación es que era mucho más lucrativo. Incluso Álvarez Bravo lo hizo; Gabriel Figueroa aceptó a mi papá, quien empezó a hacerle foto–fija. Esas películas fueron enviadas posteriormente a Hollywood y allí fueron rechazadas. De esta experiencia, sin embargo, le quedó el manejo de la luz.
Después de su paso por México, ¿Matiz continuó involucrado con el cine?
Él quería montar una empresa de cine en Colombia aunque nunca lo hizo. En 1973 fuimos a vivir a Venezuela, esa también fue una época maravillosa. Le ofrecieron hacer cine y tenemos caricaturas de ese periodo, fue actor un par de veces. En El pez que fuma, por ejemplo, hizo de cura. Aunque después cortaron esa parte, es genial verlo disfrazado y en disposición actoral.
La historia de su padre es maravillosa, ¿existe el proyecto de hacer una gran biografía?
Está pendiente. No se ha hecho una biografía de verdad de Leo Matiz, es un proyecto que tengo guardado, hay muchísimos libros, pero que cuentan solamente episodios. Lo más grande que se hizo fue La metáfora del ojo. Ahora mismo estoy buscando a la persona ideal para que la escriba y por supuesto, los fondos.
Dibujo hecho por Leo Matiz para identificar uno de sus emprendimientos empresariales. Década del cincuenta. Cortesía: Fundación Leo Matiz.
¿Cómo organizar una colección que cubre un espectro tan amplio?
No es fácil, pero lo estamos haciendo con estos criterios: arquitectura moderna, arquitectura colonial, personajes, artistas, farándula, presidentes y políticos, momentos históricos, espectáculo, música, teatro, fotografía geométrica, fotografía vanguardista, retratos, niños, mujeres, paisajes, foto–fija; y naturalmente por países. Mi papá viajó por toda América, aunque los nichos más importantes fueron Colombia, Venezuela y México. Hay una separata especial de su paso por Medio Oriente, en la que está retratada la muerte del conde Bernadotte; en este caso específico, la clasificación es compleja porque todo esto por ejemplo entraría en personajes, pero también en momentos históricos.
¿De cuántos negativos estamos hablando?
Tenemos cincuenta mil negativos escaneados, de los cuales ya están clasificados y organizados unos diez mil. Sin embargo, hemos contabilizado cerca de cuatrocientos mil negativos. Además, hay aproximadamente diez mil positivos de la época.
¿Qué plan tienen para todo este material?
La idea del archivo es llegar a estandarizarlo con el mismo sistema que usan las grandes fototecas del mundo. Aún no estamos en ese punto, pero vamos por buen camino. Somos siete personas trabajando con el auspicio del gobierno mexicano, por eso estamos en México.
… lo mandaron entonces a hacer reportajes, entre ellos uno a Diego Rivera, de quien se hizo amigo, en parte gracias a su talento como dibujante.
¿Cómo fue que terminó trabajando con el gobierno mexicano?
Viví treinta años en Italia y aunque trabajé todo el tiempo en el archivo de mi papá, llegó un momento en que fue insostenible financieramente. Manejábamos un presupuesto aproximado de veinticinco euros la hora, con un equipo de tres personas. Fue muy difícil porque yo debía explicarle a los italianos dónde estaban los países y las ciudades en un mapa de América Latina. Hay mucha ignorancia con respecto a nuestro continente. A raíz de la muerte de papá y de mi divorcio, tomé la decisión de irme a México.
Había unos amigos de mi papá en México que me dijeron ven, tráete el archivo de tu papá, nosotros te ayudamos, lo hicieron y eventualmente fui haciendo contactos con el gobierno mexicano. Así, llegué a conseguir el apoyo necesario para formar el equipo que tenemos.
Leo Matiz por Enrique Riverón, México, CA. 1943. Cortesía: Fundación Leo Matiz.
¿Por qué no pasó nada de esto en Colombia?
En Colombia nadie me ha querido ayudar. Ofrecí incluso una donación y se negaron, le propuse la creación de una sala Leo Matiz al Museo Nacional, al Mambo, a todas las entidades que pude, nadie nos ayudó. Los mexicanos sí, por eso estamos allá. Gracias a ése país he logrado compilar diez volúmenes de Leo Matiz en México, siete más de cine, que provienen de las siete películas en las que trabajó mi papá. Me falta investigar Colombia, necesito ayuda con eso, no sabemos a ciencia cierta lo que hizo en este país, tengo bastantes libros de recortes; afortunadamente mi papá era muy organizado, entonces guardó muchas publicaciones que le mandaba a mi abuela.
¿Qué tan generosa es la contribución mexicana para esta iniciativa?
Muy generosa. Las alianzas entre la empresa privada y el Gobierno realmente han solventado muy bien nuestras necesidades. Mi equipo y yo tenemos que presentar documentación de todas nuestras actividades a final de año para mostrar los resultados de la investigación. Llevamos ya tres años recibiendo este apoyo que ha redondeará los cien mil dólares anuales. Todavía nos quedan por lo menos tres años más.
Colombia parece lejana a la obra de Matiz…
De Colombia no tengo nada, sé que mi papá trabajó en El Tiempo, El Espectador, El Heraldo,y en periódicos que había en Barranquilla y Santa Marta. Afortunadamente de Santa Marta tengo mucho material, pero de Bogotá casi no. Necesito investigar su relación con la revista Estampa que ya no existe más y de la que sé sólo por sus propios relatos, él tenía una memoria impresionante. Poco a poco me he ido formando una imagen de lo que podría ser su trabajo acá.
Dibujo hecho por Leo Matiz, Nueva York, 1947. Cortesía: Fundación Leo Matiz.
Encontré otras fotos de Álvaro Mutis, entonces hablé con Santiago Mutis y me dijo Sí, y hay más material en la Biblioteca Nacional, así que le pregunté si quería hacer una investigación sobre este tema. Tengo fotos de cuando Álvaro Mutis no era famoso y trabajaba para Esso como relacionista público.
¿Cuál era la relación de su papá con el clima cultural mexicano de esa época?
Él hizo un reportaje que se llamó Yo vagabundo, precisamente sobre los marginados de Ciudad de México. Ese reportaje le fascinó a Buñuel quien se inspiró en las fotos de los vagabundos para trabajos posteriores como Los Marginados.
El encuentro con Diego Rivera se dio a raíz de la revista Así. Porfirio Barba–Jacob le presentó al director de la revista, quien le dijo a mi papá que si él era capaz de hacer fotos como las que ya estaba haciendo en Colombia, quedaba contratado. Naturalmente mi papá enloqueció y empezó a fotografiar todo y a todos, lo mandaron entonces a hacer reportajes, entre ellos uno a Diego Rivera, de quien se hizo amigo, en parte gracias a su talento como dibujante, porque en ese caso, mi papá no hizo un reportaje normal.
Siqueiros era un tipo muy poderoso, y tenía a su disposición mucha gente. Así pues, empezaron a buscar a mi papá, lo querían matar.
¿Qué hay de su relación con Siqueiros?
Él siempre fue un tipo complejo. Entró y salió de la cárcel desde muy joven. Así como mi papá llegó a Diego Rivera, llegó también a Siqueiros, incluso fueron amigos. Él desde el principio se mostró fascinado por el trabajo de mi papá, y le propuso hacer murales cinematográficos sobre la Revolución Mexicana, murales gigantes por las calles. En un principio, mi padre era el director de fotografía del proyecto.
A mi papá le fascinó la idea y aceptó sin vacilaciones. Empezó entonces a buscar modelos y todo lo relativo a la Revolución, el mismo Siqueiros posó para mi papá, así como el pintor antioqueño Gómez Jaramillo. Hay aproximadamente trescientas fotos sobre la Revolución Mexicana, pero en ese momento a mi papá lo llamaron a cubrir un conflicto en Medio Oriente, razón por la que se fue y le dejó las fotos a Siqueiros.
Dibujo de Leo Matiz hecho por Fernando Botero, 1987. Cortesía: Fundación Leo Matiz.
¿Qué pasó entonces?
Cuando mi papá regresó a México encontró una exposición muy grande de Siqueiros montada en el Palacio de Bellas Artes. Fue a verla y enloqueció de rabia al ver sus fotos convertidas en cuadros, sin haber recibido un peso, sin haber dado autorización y sin haber recibido el crédito de su trabajo. Siqueiros dispuso un escenario en el que él era el inventor de todo eso, ¿y qué hizo? Proyectar las fotos en grande y llamarlas bicolor, ya por ese momento papá empezaba a sentirse lo suficientemente fuerte para demandar al muralista mexicano, después de todo ya se le contaba entre los diez mejores fotógrafos del mundo.
Llegada la confrontación ¿quién dijo miedo? Siqueiros era un tipo muy poderoso, y tenía a su disposición mucha gente. Así pues, empezaron a buscar a mi papá, lo querían matar, quemaron su estudio en la Avenida Juárez; y de no ser por el embajador de Colombia en México, que por entonces era Jorge Zalamea, no habrían podido sacar a mi papá a la frontera. En este incidente, perdió cantidades de cosas precolombinas, dejó México por cincuenta años. Por esta razón le digo hoy a los mexicanos culpa de Siqueiros que no soy mexicana.
¿Y qué descubrimientos ha hecho a lo largo de la investigación?
A medida que ha ido tomando cuerpo, han surgido innumerables proyectos hipotéticos, por ejemplo revisando un archivo de la época de Rojas Pinilla, encontré que el general hacía muchísimas fiestas y bailes a los que asistían mujeres elegantísimas. María Eugenia Rojas, que era la primera dama, tenía una colección de muñecas vastísima. Me imaginé que sería rico hacer una exposición sobre el voto en la época de la dictadura, ¿no? O sobre las fiestas durante su mandato, porque sobre el baile nunca se ha hecho nada.
Ahí van saliendo cantidades de temas, ver la ciudad después de treinta o cuarenta años es ver una Bogotá llena de afiches con la foto de Rojas Pinilla por todas partes, algo que ahora simplemente no puede ser, o encontrarse con buses con la bandera de Colombia cruzada, y ahí la foto del dios. Lo que me gustaría hacer en realidad es una muestra política, los dictadores.
Hay un momento en América Latina en el que pulularon los dictadores, lo que le pasó a Allende, ¡qué interesante poder revisar todos esos reportajes! Es decir, a medida que el archivo se organiza, aparecen posibilidades, por eso es tan importante que todo esto tome más fuerza.
Muchas de las cosas que yo no entendía de la historia latinoamericana han empezado a quedarme claras explorando la obra de mi padre.
¿Hay alguna noticia de una relación de su padre con Frida?
Sigamos con los descubrimientos, pero hablemos de Frida Khalo. El descubrimiento más emocionante de todos, fue el de las 78 fotos inéditas de Frida. Había un sobre cerrado con la inscripción, México amigos, estaba sucio y lleno de hongos, lo primero que pensé fue después arreglo esos negativos con hongos porque son muchísimos y los puse afuera para que no me contaminaran el resto de material, no sé por qué se me ocurrió abrirlo. Aparecieron de repente las fotos de Frida con Miguel Covarrubias, con Cristina, ¡Frida con el pelo corto! Casi me vuelvo loca. Eso sucedió el año pasado, este es un archivo infinito.
Al margen de todo, creo que muchas de las cosas que yo no entendía de la historia latinoamericana han empezado a quedarme claras explorando la obra de mi padre.
Leo Matiz y sus dos hijos: Leito y Alejandra junto a su mascota. Bogotá, 1966. Cortesía: Fundación Leo Matiz.
¿Quiénes fueron los mejores amigos de su papá?
Él tuvo un amigo en Colombia al que quería mucho, su nombre era Daniel Rodríguez, también fotógrafo, y bueno, en general tenía todo tipo de amigos, pero si eran bien raros, ésos le gustaban más. Entre más feo y raro, mejor para él.
A propósito de eso, una cosa muy interesante es que no le gustaba el lujo. En México por ejemplo, cuando lo invitaban a hacer un reportaje, él decía a mí que no me paguen esos hoteles elegantísimos porque no me gustan. No le gustaban las mujeres perfumadas aunque tomó fotos de divas y tuvo muchísimas amantes y esposas, con todas las consecuencias que eso implica; pero gustaba más de la gente sencilla. Hablaba con intelectuales o artistas, gente humilde, indígenas y mujeres negras. Conoció a Maudelle Bass, una modelo negra divina que enloqueció a Diego Rivera, y a quien mi papá le hizo unas fotos más impresionantes que el mismo cuadro de Rivera.
¿Se enamoró su padre de alguna de estas modelos?
Creo que de muchísimas, él tenía una relación muy fuerte con las mujeres. Pienso que eso viene desde su mamá. Ella fue terriblemente importante para él y de ella aprendió mucho, así como de sus tías y hermanas. De hecho, recuerdo una historia de su niñez en la que ellas lo bañaban en las aguas del río Magdalena y él decía sentir un placer incomprensible, aún siendo un niño. Y bueno, tuvo muchísimas mujeres, de todos los estilos y sabores. En eso jamás perdió el tiempo. Al fin y al cabo, regresó a sus orígenes macondianos, a las peleas de gallos, a todas esas cosas, amaba a Maqcrol y a Álvaro Mutis… a todas esas historias que también fueron suyas.
Redacción proyectodiseño
Fuente: http://www.proyectod.com/2014/02/27/pupila/