Asumí la escritura como algo profesional, como destino
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)
– ¿A qué edad empezó a escribir?
– Digamos que escribía pequeños borradores desde muy temprano, desde que tenía diez u once años, en lo alto de un tanque de agua al cual me fugaba cada que mi madre amenazaba con una paliza por las pilatunas de un chico terriblemente inquieto. Más adelante, mientras cursaba pregrado, la escritura se me fue presentando como una posibilidad mucho más real, en ensayos y pequeños apuntes autobiográficos para clases específicas. Luego, en Ibagué, asumí la escritura como algo profesional, como destino, primero en notas críticas para un periódico local y, de forma paralela, dándole forma a mi primer libro de cuentos.
– ¿Qué temas abordó en sus primeros cuentos?
– La autobiografía, de forma ineludible. El homenaje y la extirpación de fantasmas de la niñez, de sucesos llenos de interrogantes a los cuales intentaba responder desde la escritura literaria. Cuentos poblados de personajes muy cercanos, la mayoría reales.
– ¿Qué es lo encanta de un cuento? ¿Su estructura? ¿Su extensión?
– Quizás tenga que ver con mi propio ritmo, con esa especie de tensión con la cual se vive en el mundo actual, lleno de pequeños o terribles contratiempos que debemos solucionar de manera muy rápida y corta. Es un género que revela, creo yo, la forma en que entiendo el universo, las fisuras de las cuales habla Liliana Heker, las batallas campales de seres a los cuales el sufrimientos les es dado de manera silvestre. Quizás, y esto apenas lo pienso, tenga que ver con una suerte de conmiseración con esos personajes que sólo el cuento es capaz de albergar.
– ¿A qué edad supo que quería volverse escritor?
– Profesionalmente, entre los veinte y los treinta años. No puedo hablar de una edad precisa, como si una epifanía sobreviniera y me dijera «debes, a partir de hoy, hacer esto o lo otro». Fue, más bien, una serie de pulsiones, de entresijos por la supervivencia, entrometerme más de lo debido en los asuntos del mundo, de mis semejantes.
– Usted ha ganado varios premios ¿eso lo compromete más con sus lectores?
– Desde luego, con los lectores y, en especial, con lo que escribo. Un premio abre pequeñas o grandes posibilidades (responder esta generosa entrevista es una prueba de ello). Se debe tener mayor consciencia del hecho de escribir, pues siempre, y eso está muy bien, quienes nos leen esperan al menos el sostenimiento de un nivel, y eso significa un reto en palabra mayor. Hay no sólo que escribir, sino seguir escribiendo, hacerlo muy bien, hasta donde se pueda.
– ¿Cuántos cuentos conforman el libro que envió a la UIS?
– Nueve.
– ¿Qué temas desarrolla en ellos?
– No sé si pueda hablar de unos temas en concreto, pues creo que ni uno mismo a veces es capaz de advertir lo que encierra un cuento, los senderos que abre, los rumbos que toma. Es un libro con una relativa unidad más bien proveniente de la época en la cual se insertan los personajes, de cierto espíritu de desazón que ronda, de alguna especie de melancolía que aparece subrayada. El título, y esto lo advertí después de otorgado el Premio, refiere la certeza de que siempre se debe volver, a una época, a una verdad dicha a medias, a una cita aplazada, a una intriga que no se terminó de resolver.
– ¿Tenía la ilusión de ganarse el concurso ante el número elevado de participantes?
– Desde luego, siempre que envío a un concurso tengo no sólo la ilusión, sino la certeza, como deben tenerlo los otros escritores que envían. También sé que envían muchos escritores, la mayoría muy buenos, y que perder está como primera opción. Desde que quedé finalista en el Hucha de Oro, en España, me repito esa bella frase de Jorge Zalamea que dice que «en poesía no hay pueblos subdesarrollados». Escribo siempre desde Neiva, desde mi casa, desde mi biblioteca, rodeado de la respiración de mi esposa y mi hija, mis primeras lectoras. Y con ellas comparto la ilusión de ver los textos terminados, de irlos corrigiendo, de irles dando forma. Luego, de ver si lo escrito se condice con algún concurso. Si es así, envío a uno, máximo a dos por año, y espero. Siempre con la ilusión viva.
– ¿Ha pensado en escribir una novela de largo aliento?
– Cada tanto me veo ante esta pregunta. Recuerdo una plática con Isaías Peña (el siempre querido Isaías) en un bar cerca de la Universidad Nacional. Las cervezas llevaron al tema de la literatura, al de la escritura, y al de la pregunta de Isaías: «¿Y cuándo me vas a dejar leer tu novela?». Y le respondí sinceramente que no, que no tenía una novela, que no había pensado siquiera en escribir una novela. No se fue muy convencido pero así es, Isaías: no he escrito novelas. No por esos hitos de Ribeyro, Borges o tantos otros escritores que conviven dentro del canon a punta de muy buenos cuentos. Es sólo que no he sentido las pulsaciones que sí tengo con el cuento. De pronto más adelante, quién sabe.