Reiteraciones del bosque: la poesía de Rodolfo Moleiro
Selección: Rafael Ayala Páez
Rodolfo Moleiro, nace en Zaraza el 4 de septiembre de 1898 y muere en Caracas el 4 de marzo de 1970. Figura como uno de los más destacados representantes de la “Generación poética de 1918″, junto con Andrés Eloy Blanco, Jacinto Fombona, Fernando Paz Castillo, Enrique Planchart, Pedro Sotillo, Luis Barrios Cruz y otros. Fueron sus padres el general Rodolfo Moleiro y Petra Sánchez Ron. Su hermano era el compositor Moisés Moleiro. Cursa estudios primarios y secundarios en el colegio San Gabriel de su pueblo natal, mientras que el bachillerato lo culmina en el liceo San José de Los Teques. Al tiempo que estudia derecho en la Universidad Central de Venezuela, inicia sus actividades literarias (1914).
Abogado (1922) y doctor en ciencias políticas con una tesis acerca de la «Apropiación indebida en el Código Penal» (1925), regresa al estado Guárico a ejercer su profesión, abandonando por un tiempo, los círculos literarios caraqueños. Consultor jurídico del Ministerio del Trabajo (1936), es elegido senador por el estado Guárico (1937).
Colaborador de los diarios El Universal, El Nuevo Diario (desde 1916), así como de las revistas Renovación (1915), Actualidades (1918), Viernes (1939), entre otras. En 1942, viaja a Estados Unidos donde ejerce el cargo de cónsul de Venezuela en San Francisco.
En 1951, la Asociación de Escritores de Venezuela publica una colección de sus poemas bajo el título de Reiteraciones del bosque. En 1953, el Ministerio de Educación edita una segunda recopilación titulada Poemas. En 1955 publica Nuevos Poemas, merecedor del Premio Municipal de Poesía del año 1956. Ese mismo año sale publicado también El espejo y la nube. Las recopilaciones Poesía (1961), Últimos poemas (1964) y Tenso en la sombra (1968) completan su obra.
Individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, se incorpora a dicha institución el 28 de mayo de 1968, promoviendo un proyecto de ley de defensa del idioma, para evitar que las palabras extranjeras penetraran en el idioma castellano. En una ocasión Evencio Castellanos se refirió a su poesía en los siguientes términos: «no tiene nada ornamental, sólo la interna armonía adscribe a la textura del poema su esencia (…) Se despoja de las palabras falsas (…) utiliza la imagen, la metáfora, el símbolo para hallar la ecuación de la fórmula nueva«.
Los poemas presentados aquí fueron transcritos de varios folletos disponibles en la Biblioteca Pública Elsa Sánchez Risso (Zaraza, Guárico).
emas presentados aquí fueron transcritos de varios folle
Era así
Vivía sus memorias,
sus visiones creaba
noche y día.
Al espiar la luz
quería rasgar la sombra.
Iban sus ansias
de la nostalgia al ardimiento.
El mundo brusco y tierno
pasó por su sentir.
Al sosiego en la nada,
prefirió la zozobra.
Supo el terror del tiempo
y disipó dones divinos.
Cansado de su hora,
iba a buscar sorpresas
en lo más antiguo.
Tuvo el mirar y el gesto
del inconforme sonreído.
Pórtico
Galería del bosque
dulce a los ojos.
No se oyen las brisas,
son huellas.
Se quedan las miradas
en la luz mansa de las frutas.
Todo es mirar.
Aquí está entera la sombra.
No cae de las ramas,
no sube de la tierra,
es del bosque como el silencio
o el tiempo tardo.
El mundo profundo
es entrar y entrar.
Dejemos el mundo a la puerta.
Occidua
No inventes. Di la tarde
y su aura de asombro.
Fija esas rachas,
saetas de lo oscuro
sobre nostalgias y rutinas.
Di ese íngrimo vuelo
contra el véspero del retorno,
ímpetu enloquecido
ciega pasión de azar.
Di la sirena súbita,
enigma de tragedia o paz.
Y el desfile de rojas nubes
que sientes como pérdida.
Y la móvil visión de viaje,
entre penumbras y nieblas
del torreón agreste.
Di ese quiebro del canto,
voz de la pena innumerable.
Y el último haz de luz
caído en los abrojos
que ansías retener.
Tarde
Alma, río en ocaso, encantamiento
móvil de luz en los cristales rojos.
Que me sustraes de mi noche siento,
yo que vine del mundo hasta tus ojos.
Poniente, río y alma. Sólo intento
recoger ese lampo en los abrojos.
Que me recobra tu suspiro lento
de mi noche de muertes y despojos.
De júbilo, de formas codiciosas,
borra del día el pájaro y la rosa,
la tiniebla que gana los confines.
Mas tu voz de fulgores, tu presencia,
albas infunde de porfiada esencia
como de madreselvas o jazmines.
Llanura
Senda de arduo brillo
donde abren mis ansias.
Condúceme a mi tiempo
por ese claro abismo
de parajes extremos.
Sobre lo más agreste,
junto al árbol de humo
dame falaz albergue.
Dame lo proceloso,
lo bello tras el riesgo
y el miraje sin fondo.
En el seguir sin alto
me ofusque la luz neta
me abrace el viento largo.
Quiero la sed que crece,
el rumbo que fatiga
y en rojos del poniente
la ciénaga encendida.
Déjame en la zozobra
del insomne silencio,
del suelo que desborda.
Dame el desasosiego
de ir sobre memorias
si llego y si no llego.
Un país
Esta cima del monte
es para reducir a planos la mañana.
Lanzaremos cuesta abajo
dos balones invencibles,
uno hacia el llano
hacia el mar el otro.
Recorrerán siglos de distancia
dejando frondas alargadas
de polvo dorado y espuma.
En los puntos de parada
fijaremos postes de aire.
Y a nivel de esta cima;
sobre bases de nubes,
levantaremos un país
con piedras y láminas de aurora
para los pájaros y para nosotros.
Dones
Que el lírico te ofrece
el milagro del bosque en una hoja,
del huerto en una flor.
Y yo, tenso en la sombra,
frente al desnudo campo,
sólo te doy en pensamiento
aquella flor ardida
que abre entre las rocas.
O el rojizo brote
tierno sobre lo áspero
que trae del olvido
el más anciano ceibo.
Romance
Pasaba por el borde florecido.
La revestían luces de manzana.
El bajaba el sendero vespertino
a rescatar luceros en el agua.
Ella era la brisa en el retoño,
la luz de amanecer en el naranjo.
El, arpegios oía en el escombro.
Su corazón era un bosque de ocaso.
Ella incitaba pájaros del alba
y círculos de llamas en las rosas.
El sabía que todo es escapada
en el humo, las aguas, las alondras.
Ella inclinó, rendida, la cabeza
y fue como un albor estremecido.
El se alejó con su íntima guerra.
Huellas de luna fueron su camino.