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In Literatura

El Arte de Insultar

17 diciembre, 2013

Untitled

El insulto en Venezuela y otras latitudes no escapa a los designios coloquiales de cada territorio. José Domingo Díaz,  redactor de la gaceta de caracas apuntó motes al propio simón bolívar los cuales fueron considerados como un ramillete de improperios biliosos: gavillero, sedicioso, déspota, burlón, impúdico, perverso, quien dijo José Domingo haber nacido para vuestro mal, aquel que ha llevado la destrucción desde  uno  al otro extremo de este continente, aquel para quien vuestras fortunas son un juguete, y las virtudes un sujeto,  aquel quien oprimiéndonos con el despotismo más feroz, osa llamarse vuestro libertador, el que en quince años de delitos ha insultado a los hombres con sus crímenes y a los cielos con su descarada inmoralidad, tan ignorante como presumido, tan ambicioso como disipado, y tan emprendedor como cobarde, el que apareció en el mundo para cubrirnos de vergüenza y deshonor y así una gran cantidad de ofensas propias de cada cultura cuyos eufemismos siempre buscan lapidar al sujeto.

No es menos criticable que el arte de insultarnos unos con otros, tiene su gran atalaya en el campo de la política, donde se han gestado las peores ofensas que a puño limpio a veces termina. Manuel Antonio Carreño en su Manual de Urbanidad (1853) cuestionaba la mala costumbre de satirizar a alguien en una conversación con la intensión de atacar la dignidad de esa persona o de dividir los ánimos en torno a ella. Ya vemos, por ejemplo, que el cotilleo es una forma tan peculiar dentro de las organizaciones públicas o privadas, cómo sus miembros hacen de las suyas cuando el supervisor no está o el gerente lleva días sin meter el ojo. A lo que el psicólogo José Garcés le llama norma extra institucional; esa de hacerse panas y compinches para comerse la luz, llegando tarde y hasta ausentarse si se puede.

Los insultos los hay de diversa gama y pelaje de acuerdo a la periferia donde lo ubiquemos. El insulto del territorio (regionalismo) cuyas gamas insultantes varían en grados y a veces se torna algo difícil de determinar. Basta con visitar una región llanera, cual sea, para darse cuenta en un mirar de ojos, las formas y estilos según el valor que cada civilidad genera sobre las cosas. Pela bola, jala mecate, juan bimba, gentuza, viva la pepa, peorro, percusio, niche, sifrino, lambeculo, hijo de papá y mamá, jalabolas, rastrero;son estilos referenciales sociales y económicos que sirven de ente denigrativo a la hora de menospreciar.

Por su puesto, la bilis execrable en personeros del poder, espacios donde las disquisiciones fruto de diatribas ideológicas, patriotas y realistas, godos y patriotas, conservadores y liberales, adecos y comunistas, castristas y gomeros, monagueros y guzmancistas y últimamente escuálidos y chavistas, son la fama que siguen preservando los insultos como su forma genuina entre pugnas que califican y descalifican lo que según unos dicen que debe ser y otros aseguran no puede ser. Zona de intolerancias, la acusación de protagonistas políticos se desarrolla bajo universos minados por la bilis de un verbo que solo arremete.

El insulto etnográfico tampoco pasa desapercibido. Testimonio lingüístico descalificador ubicado del lado blanco español, por mucho que se niegue, fue sembrado desde la colonización con aquellas sentencias como: “negros pa’ fuera y calderos a la cocina”. En épocas coloniales los negros o zambos criollos, mulatos y demás negruras acudían a iglesias alejadas de la casta dominante. Desde allí quedaron signados incontables laconismos contra el negro: negro es negro y su apellido es mierda, negro tenías que ser, macaco, negrear, negro bembón, pelo chicharrón, patizambo, zamarro o mulato, expresiones fraseológicas que todavía en tiempos populares rondan los discursos de unos y de otros aunque sea para echarnos broma. Si se quiere mayores expresiones busque a María Josefina Tejera en su Diccionario de Venezolanismos (1993); o por su parte a Rocío Nuñez y Francisco Javier Perez en Diccionario del Habla actual de Venezuela (1994).

El insulto del negro hacia el blanco no escapa a esta vieja tradición. Blanco leche, jipato, portu, rana platanera, blanco leche, catire y musiú, son calificativos usados contra la persona de tez pálida y cabellos rubios. Argenis Rodríguez en su novela 27 de febrero relata un episodio donde una mujer negra le cae a puños a una catira cuando un grupo de militares la noche del golpe, las dejaron desnuditas y la afro descendiente miró en la rubicunda gestos despectivos para al final tener la concha tan peluda y negra como cualquier mulata.

La pudibundez y lo sexual es muy recurrente en nuestro léxico que Marica, Marico y Maricón, poseen explicaciones diversas. Marica viene del empleo cariñoso hipocorístico sobre todo en mujeres amigas, pero cuya acepción proviene del español peninsular para designar a las personas llamadas María. Marico y Maricón, guardan vínculo con el tabú y se usa de forma insultante. –Si eres marico- para nombrar a un pusilánime, mientras que Maricón apunta hacia tendencias Sodomitas u hombre afeminado. Julio Calcaño hace la primera referencia en “El castellano en Venezuela” (1897). Lisandro Alvarado testimonia en su artículo «huevo» glosa esa palabrita tan venezolana como es Güevo, Güevón, Güevonada, ser un Güevo, Güevona, Güevita, y por su puesto ese tan recalcado mamaGüevo que designa a un ser torpe y bobo. Es glosario del bajo español en Venezuela (1929).

Por su parte Roberto Meléndez Badell en voces y modismos del Zulia (1992), o Víctor Guerra en Repertorio Popular de Palabras Falconianas, nos encontramos con «Bala baja»,, que es mujer ejecutora de actos sexuales ilícitos; cánula para el hombre que fornica con maricas y travestis.  «Cobijera», mujer liviana y provocativa, y para la callejera «brincoliona». Amplificaciones y diminutivos como recontraputa, recontra Güevón, hombrecito y cuartico de mujer caen en el mismo embrollo.

Fuente: Vautrin Morales.

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