NESFRAN GONZÁLEZ SUÁREZ
Por Manuel Cabesa
Con el correr de unos pocos años la obra de Nesfran González ha ganado cuerpo, no sólo en volumen sino también en la profundidad de su discurso. Desde los primeros textos titulados Entre huellas y grietas, (incluidos en la antología Los inquilinos) poemas densos, discursivos, donde se apela a esos
Paisajes espirituales (que)
ruedan por el contexto maquiavélico de las cosas,
para fundar un imaginario que será constante en la obra del autor; pasando por Profecías para Urbano cuyo hilo conductor, según palabras de Jorge Gómez Jiménez, son “la decadencia y en algunos casos la destrucción, como ritual iniciático que prepara al hombre, consuetudinario y rebelde, ‘discípulo amateur’ de la creación, para el estado superior en el que las heridas se corresponden con la sabiduría”; hasta llegar al presente Aquí todo es silencio, donde la expresión se vuelve minimalista pero no por ello desprovista de profundas significaciones, la obra de Nesfran debe ser leída como un conjunto coherente que merece una atención dilatada y reflexiva para obtener de ella su verdadera esencia, que como es el caso de otros poetas dedicados a indagar en la interioridad de lo humano va más allá de lo simple discursivo.
En el poemario que hoy nos ocupa, Nesfran ha buscado en el poema breve el recurso expositivo que mejor refleja las instantáneas formas de la fugacidad existencial:
Hipótesis
Si nuestra historia
ha tenido
sus altas y bajas
entonces
¿por qué resumirlo todo
en el valor de un instante?
Tal como lo ha expresado la poeta Yadira Pérez al prologar Los inquilinos: “Existen en estos textos que van madurando con el discurrir del tiempo una pulsión del elemento hermético en el que afloran algunos símbolos que se hacen constantes como la soledad, la noche, la oscuridad y la luz que siempre ciega o resplandece de una manera fulgurante y contrapuesta a las sombras”. Tal apreciación me parece válida a la hora de enfrentarnos a los poemas que componen su nuevo libro Aquí todo es silencio:
Cerca de la medianoche
los cuerpos se juntan
Siameses enloquecidos
se multiplican por la faz de la tierra
El canto del gallo
augura
el restablecimiento del orden
Hilos de colores ascienden a las alturas.
Lo amoroso transita por los versos de este libro de forma delicada, sin los aspavientos discursivos de la declaración amatoria. El autor nos va poniendo en la pista de los encuentros y desencuentros del deseo, a penas expresados en breves pinceladas de sutil armonía:
Ménage a trois
Pasen
las veces que quieran
las veces que puedan
No puedo cerrar este apunte, apenas transitorio, sobre la poesía de Nesfran González sin referirme a la última parte de Aquí todo es silencio. Bajo el emblema “Verde” el autor recoge cincuenta haikus de su autoría, luego de darnos una explicación bastante razonada de su acceso a este tipo de escritura tan alejada de nuestra tradición lingüística: “Dos sucesos ocurridos en el mes de marzo de 2011 resultaron decisivos en mi incursión en la poesía japonesa, especialmente en el terreno del haiku: el terremoto y tsumani con el consecuente accidente nuclear en Fukushima (11 de marzo) y el florecimiento de los apamates en la ciudad de Maracay y sus alrededores”, nos dice al comenzar la presentación de estos poemas:
la tarde llega
apamates florecen
alfombra rosa
En estos versos Nesfran demuestra un rigor y una profunda meditación sobre la estructura poética pocas veces vista en nuestras letras. Aquí todo es silencio: la mirada fija ante la fugacidad del tiempo, expresión de una interioridad apenas expresada en la sonoridad de unas pocas palabras:
nubes en tropel
viento que arrastra hojas
tarde de invierno
Estos haikus merecen leerse con el detenimiento que exige la más profunda meditación, pues como lo advierten Miguel Antolín y Alfredo Embid en su libro Introducción al budismo zen: “Será en la poesía donde descubramos con mayor facilidad esa ‘soledad eterna’ o ‘participación universal’ que es inherente a todo arte…”
un arcoíris
al final del sendero
llovizna y sol.