Una novela cargada de suspenso y admiración por la pintura universal
Cualquier día Javier Sierra, el autor de esta excepcional novela, acude al Museo del Prado, en Madrid, para solazarse frente a decenas de pinturas que desde pequeño le han causado admiración y un día cualquiera, estando frente a uno de esos cuadros, se le acerca un hombre y entabla con él una interesante conversación sobre el origen de cada una de esas obras y los detalles que las conforman que son, sin lugar a dudas, una serie de símbolos que habían quedado en los lienzos a modo de “pistas” y que solo, muchos años después, los investigadores se dieron a la tarea de descifrarlos.
Cada encuentro es una novedad para Sierra pero de pronto, interviene un tercer personaje, alguien realmente enigmático que le advierte a Sierra que deje de ver al Maestro del Prado pues…algo oscuro se esconde tras sus investigaciones. La trama es realmente especial que cautiva a los lectores, no sólo por el suspenso que le imprime el autor, sino por la forma en que va mostrando, cuadro a cuadro –a todo color en el libro- y va explicando cada símbolo escondido.
– ¿Cómo surgió la fascinación por el Prado?
– El “hechizo” del Prado me tocó en la infancia, cuando con apenas 9 años visité el museo por primera vez. Sin embargo, cuando comencé a percibir el lugar desde una óptica diferente fue a partir del encuentro que tuve con el “maestro del Prado” en 1990, y que se produjo tal y como cuento en mi novela. Un tropiezo inesperado con un anciano que me enseñó a leer el arte, no sólo a mirarlo. Aquella visita cambió mi vida.
– ¿Qué es lo que más llama la atención del visitante ese museo?
– El lugar más concurrido del museo es la sala 12, donde se guardan las “Meninas” de Velázquez. Todo el mundo quiere ver ese cuadro, pero la mayoría ignora que la disposición de sus figuras esconde un talismán astrológico pensado en fomentar la fertilidad de la reina Mariana de Austria, de la que todos esperaban que naciera un hijo varón que continuara la dinastía de su anciano marido, Felipe IV. También ignoran que el cuadro al que miran las Meninas, al frente, es el retrato de “Carlos V en la batalla de Mühlberg”, de Tiziano, que esconde otro poderoso talismán. La mano del emperador sostiene una lanza que se ha identificado con una apreciada reliquia de su familia: la lanza de Longinos, la que según la leyenda atravesó el costado de Cristo en la cruz y daba poder omnímodo a quien la poseyera. ¡Todo es magia allí!
– ¿Cómo apareció la idea escribir un libro sobre búsqueda de claves para entender ciertos cuadros del Prado?
– Hace diez años escribí una novela sobre las claves que Leonardo da Vinci ocultó en su célebre mural de “La Última Cena”. Entonces descubrí que ese cuadro se inspiraba en textos apócrifos y prohibidos, algunos de procedencia cátara, que fue una secta exterminada aparentemente en el siglo XIII. Y quise saber si textos de esa clase, o los mismos, habían inspirado a otros pintores. Entonces descubrí que sí, y que las pruebas estaban en el Museo del Prado, la mejor colección de pintura del mundo, y me puse manos a la obra.
– ¿El señor Fovel es una disculpa para armar una trama de curiosidad y suspenso?
– En realidad, no. Fovel existió. Ese tropiezo se produjo. Y mi obra es fruto del desconcierto que causó aquel encuentro. Si ahora he decidido novelarlo es porque creo que la novela tiene más fuerza, es más eterna, para narrar esta clase de encuentros “fortuitos”.
– ¿El enigmático señor X que visitó a Marina es una opción para «amarrar» al lector hasta el final de su obra?
– Esa parte es más literaria. Héroe y antihéroe son elementos que deben estar en toda narración, pero te diré algo: el señor X representa obstáculos e incomprensiones reales que he sufrido en todos estos años de búsqueda del “maestro” y sus enseñanzas.
– ¿Marina es un ingrediente femenino vital en toda novela?
– Marina existió. Y se llama así. Fue una muchacha de la que estuve perdidamente enamorado en aquellos años de Universidad, pero que nunca me correspondió. Le perdí la pista después. Quizá ahora lea la novela y sonría como la Gioconda.
– ¿Lo angelical en Lucía Bosé y su compañero ayudan a entender más a estos seres especiales, los ángeles?
– Quiero creer que sí. Lucía Bosé es una mujer muy especial, que me recibió en su casa como una mamma italiana amorosa y preocupada por mi búsqueda, y me hizo ver cosas en el arte que hasta entonces me habían pasado desapercibidas. Hay mucho ángel, mucha alma, en cierta clase de pinturas.
– ¿Logró el objetivo de cautivar a sus lectores con una trama casi detectivesca?
– Eso lo deben decir los lectores. Yo sólo les he contado una historia que lleva años inquietándome y que tiene más de realidad que de trama de ficción. Ya sabes: la vida es más increíble siempre que la novela.
– ¿El eje central –Apocalipsis Nova– cumplió su objetivo de inquietar la curiosidad del lector?
– Sin duda. ¡Ahora es uno de los textos más solicitados de la biblioteca de El Escorial! Y ya sabes quién tiene la culpa…
Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)