A Simone la mantuvo en reposo durante algunos años. Tres de sus libros nacieron durante el intervalo en el que la novela aguardaba inconclusa. Pero una realidad insoslayable sobrevino en sus cavilaciones: «Los libros tienen un tiempo», así que la opción era finalizarla o lanzarla al olvido de una primera versión engavetada. Optó por la primera y la culminó hace tres años.
Hoy Eduardo Lalo (1960), autor de Simone -relato que tiene a la ciudad de San Juan, Puerto Rico, con sus calles, bares y oscuridades profundas como escenario central, así como la reflexión sobre un amor a contrapelo- es el ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, en su edición XVIII, en la que participaron 200 obras de 17 países.
El escritor puertorriqueño se animó a postular su novela por la sugerencia de un amigo. Revisó las bases, buscó ejemplares de su libro y fue al correo con un poco de reticencia.
«Cuando me dijeron lo que costaba enviar los ejemplares a Caracas tuve un gran momento de duda: era 93 dólares mandar todo. La única razón por la cual la envié es que ya me habían hecho el paquete y me daba vergüenza no hacerlo y cogí la tarjeta de crédito», contó el autor, en visita a Venezuela para recibir el galardón literario, un diploma, la publicación del libro en el país por parte de Monte Ávila Editores y 100.000 dólares, este próximo viernes 02 de agosto.
«No soy un escritor pop»
Aunque poco acostumbrado al frenesí mediático, Lalo concede entrevistas sin parar, en su breve estancia en suelo venezolano, esa otra orilla del Caribe que no conocía, pero que gratamente le parece similar a su Puerto Rico natal. En sus declaraciones no le da pie a las dudas. Para él la literatura no es un negocio es, tan sólo, un intento de entender y expresar la condición humana.
«Yo no soy un escritor pop. Yo hago un trabajo atado a la literatura, porque quiero que se preserve. Ese es mi trabajo, no salir entre los más conocidos. Yo llegué a este premio caminando y espero seguir caminando después de acá», expresa, dándole sustento a su tesis anti-marketing comercial de la palabra escrita.
En la conversación, su verbo, siempre sereno, presenta un punto de efervescencia al repudiar «la comercialización ciega de la literatura» por los grandes monopolios editoriales, que no permiten que los libros de autores latinoamericanos, no comerciales, salgan de las fronteras de sus países para dar a conocer en su extensión las obras caribeñas y del resto de la región.
«Los libros no salen de las fronteras. Así pasa con los peruanos, con los argentinos, en menor escala. Estamos regresando de alguna manera al período anterior al boom, en donde cada literatura estaba muy aislada. En el caso de Puerto Rico se acrecienta por su condición política, que tiene unas limitaciones de autorepresentación (por estar supeditado a Estados Unidos). No tenemos embajadas, por ejemplo, aunque el Gobierno está intentando hacer las llamadas Embajadas Culturales, pero hay una cultura extraordinariamente viva, igual la literatura, pero que no se conoce», explica Lalo.
No obstante, el fin último del intelectual caribeño no es precisamente dedicar su obra a la escritura de novelas, a menos que una idea cautivadora lo lleve a ello. Lalo tiene en el ensayo y en la fotografía las principales fuentes de inspiración.
Es también fotógrafo y documentalista. Dirigió dos mediometrajes Dónde yLa ciudad perdida, y es autor de tres ensayos y de la novela La inutilidad, publicada originalmente por la editorial argentina Corregidor. Además, tiene un libro de ensayo y fotografía denominado El deseo del lápiz.
«La novela no fue lo que me interesó originalmente. Me interesa más la práctica del ensayo como yo lo hago, que puede volverse fotografía, que se practica con mucha libertad, donde no hay una escritura pura. No son ensayos académicos, sino una escritura transgenérica que produce un texto con una variación literaria», dijo y adelantó que de los cuatro proyectos que lleva en marcha ninguno es una novela.
Anteriormente, había ganado el Premio de Ensayo Juan Gil-Albert -Ciutat de Valencia (España).
La cultura de la supervivencia
La literatura puertorriqueña está profundamente marcada por temas que derivan de su sujeción neocolonial, no sobrevenida por voluntad popular sino producto de un proceso de imposición estadounidense.
Esas circunstancias históricas no han hecho mella en el fortalecimiento de la identidad de sus pobladores, que en boca de Lalo son tan latinoamericanos que se opusieron a la obligatoriedad de la educación en inglés.
«Puerto Rico es el único país de América Latina del que se olvida muchas veces que ha sufrido dos conquistas. El país se convirtió en un gran cañaveral durante los primeros 50 años del siglo XX. Se intentó imponer una educación en inglés, pero que no funcionó, porque nosotros somos tan hispanohablantes como el resto de la región, pero tenemos un país cuya existencia está comprometida políticamente», resalta el escritor.
Esa hispanidad defendida por el pueblo puertorriqueño cobra mayor relevancia al tomar en consideración que esa segunda conquista no fue hecha por un país pequeño, sino por el imperio estadounidense que dominó el siglo XX política, militar, económica y culturalmente. «La americanización no es un problema puertorriqueño, sino que es de toda la sociedad», resume mejor Lalo.
«En ese sentido, la cultura puertorriqueña es una cultura de la supervivencia. Estuvo sola y ha sobrevivido a más de un siglo de esa presencia (estadounidense). La literatura puertorriqueña es viva y está generando muchísimas historias», celebra, a pocos días de recibir el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, con el que sin ser escritor pop, traspasó las fronteras de esa su orilla del Mar Caribe.