(Caracas, Venezuela, 1955). Poeta, editor y promotor cultural. Curso estudios de Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello. Fue miembro fundador del grupo literario Tráfico. Ha dedicado gran parte de su vida a faenas del libro, trabajando como investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos y participando como colaborador de la Biblioteca Nacional, la librería Ateneo de Caracas, Monte Ávila Editores y la Fundación Kuai-Mare. Ha sido incluido en diversas antologías, entre ellas Antología de la Poesía Venezolana, de Rafael Arraiz Lucca. Es uno de los organizadores del Festival Mundial de Poesía de Venezuela.
Ha publicado Cosas por decir (Premio Fernando Paz Casillo, Celarg Arte 1982), Soneto al aire libre (Fundarte, 1986), La Casa, el paso (Monte Ávila Editores, 1992), Poemas de Berna (Pequeña Venecia, 1991), A salvo en la penumbra (Mucuglifo, 1999), Linaje de Ofrenda (2004), La memoria y el anzuelo (2006), entre otros.
Rafael Ayala Páez: ¿Qué es la poesía para Miguel Márquez?
Miguel Márquez: Esta pregunta, siempre necesaria, siempre resbaladiza. Cada quien en su momento la aborda y se desborda, ve cómo la percepción musical, sintáctica, visual, sensible de sus palabras, es una interrogación fecunda, pues le permite andar detrás de sí como anda uno entre los sueños, en otra realidad, en este caso hecha con palabras que de algún modo refieren a eso que está fuera de quien escribe, pero no hacen más que conformar, objetivar, dibujar, expresar, dar cuenta de lo que llamamos una interioridad, un modo de sentir, de pensar, de recordar. La poesía es la forma que algunos hemos conocido para vivir con una dignidad, con un tono, con una intensidad tal vez, que es de la mayor exigencia espiritual, pues nos conduce por momentos a una plenitud creadora, desde diferentes planos y enfoques, que le otorga al oficio una satisfacción imponderable, que por fortuna pocos ven. Pues se trata también del difícil arte de las imágenes, del resurgimiento, del renacimiento, de la aparición novedosa de aquello que conocimos bajo la intuición del presentimiento, y ahora, pasados ya bastantes años en su trato, es una experiencia caudalosa por lo que tiene de abundancia, y de síntesis provisional que nunca sabremos agradecer como queremos o es debido. Se da el poeta a ella, a la poesía, con desmedida atención, con pasión por la vida, con inventiva, rebeldía, inconformidad, crítica (de la irracionalidad del mundo, de su injusticia, de sus falsos lenguajes, de sus falsos orgullos, de la inmensa hipocresía, de la falta de autenticidad, de la avaricia, de los discursos institucionales que buscan la legitimación de las desigualdades entre los hombres y mujeres, de la poesía que trata de pasarnos gatos por liebres). Poemas para entender qué nos pasa, para caer en la cuenta, para hacer conciencia, para admirar; es preciso dejar las respuestas usuales, la fofa inconciencia de no pensar, la esclavitud de quien no tiene cerebro y actúa como por costumbre, es necesario hundirse en la grieta personal y social (como decía Álvaro Mutis), en la separación, en la distancia, tener los ojos abiertos (ese es el título de la autobiografía de Margaritte Yourcenar) y con la fuerza necesaria para dar con el tono, para reflejar el movimiento de los astros que nos interesan y son nuestra verdadera familia.
RAP: ¿Qué poetas han influido en su obra como poeta? ¿Hay libros de poesía en particular que han tenido una profunda influencia en usted?
MM: Son muchos los poetas y los libros en las diferentes etapas de la vida, así como el cine, la música, la pintura. Yo creo, con tantos, que uno es varios y esto se multiplica a lo largo de la existencia. Entonces uno se convierte en caja de resonancia, de magnetismo y de revelación, en el sentido que uno afina sus palabras en el encuentro de esos otros modos de decir que parecieran nuestros, o mejor, que en ellos uno entra en conciencia de tantas cosas que buscábamos y ahora están ahí convocándonos, exaltándonos, convidándonos. Como decía Elías Canetti, lo importante es llegar a tiempo a los libros que aguardan por nosotros, y en las diferentes etapas de nuestra vida agregaría. Y más que libros, me gustaría responderte hoy diciendo que la poesía venezolana en especial me ha acompañado y me acompaña cada vez más. Adoro esta tradición de modulaciones preciosas de la lengua de la que yo quiero formar parte, para darle continuidad desde el lugar que me corresponda, y para satisfacción de mi propia vida.
RAP: ¿Cuál es la historia de la creación de la Fundación El Perro y la Rana?
MM: La historia de esta editorial, masiva y popular, nació del deseo de democratizar de manera efectiva el acceso al libro por parte de quienes estaban tradicionalmente al margen del circuito de la lectura. Con la llegada del pueblo al poder, después de muchos años de exclusión, Hugo Chávez, lector como pocos, le dio desde el comienzo una importancia, un sentido muy específico a la vida intelectual, en su sentido más abarcante, el de entrar la mayoría en contacto con las ideas, con las interpretaciones de la historia, con las raíces de la nacionalidad, con la conciencia de clase, con las tradiciones, con la historia patria y universal, con las ficciones que han interpretado su época, con la poesía, con la novela, con el teatro… Con Chávez conocimos la efervescencia del entusiasmo intelectual como patrimonio común, pues esta actividad, la de pensar, de leer, de escribir, encontró en él un gran pedagogo, y pronto fue reconocida Venezuela como tierra libre de analfabetismo, y comenzaron las otras misiones educativas, y creo que por primera vez en nuestra historia la imagen de alguien con un libro en la mano, digo, la de cualquier paisano, urbano o rural, se convirtió en metáfora de un país ganado para el entendimiento. Por esta vía, después de la donación que nos hizo Cuba de veinte millones de libros, justo después de la Misión Robinson, comenzó a gestarse, en las mentes de Farruco Sesto, Gustavo Pereira, Benito Irady, la idea de producir nosotros esos textos. Previamente hicimos veinte millones de libros de la Biblioteca Básica Temática, y luego Farruco me pidió que pensara en qué se necesitaba para montar una editorial que hiciera, con la gente y los equipos y las maneras de hacer las cosas, trescientos sesenta y cinco títulos al año como mínimo, “cada día un libro” y bueno, con este extraordinario impulso nació el año 2005 la Fundación Editorial El Perro y la Rana
RAP: Usted es uno de fundadores del Grupo Tráfico. ¿Puede hablarnos más acerca de este grupo? Y, ¿cuál cree usted que ha sido la contribución más significativa de Tráfico para nuestras letras?
MM: Después de treinta años de aquella experiencia, que muchos jóvenes creadores desconocen, me parece mejor traer acá el manifiesto íntegro y que cada quien saque sus conclusiones.
Manifiesto del Grupo Tráfico, originalmente aparecido en la revista Zona Franca, III Epoca, No. 25, julio-agosto de 1981, pp. 7-9.
Sí, Manifiesto
Venimos de la noche y hacia la calle vamos. Queremos oponer a los estereotipos de la poesía nocturna, extraviada en su oficio chamánico de convocar a los fantasmas de la psique o de lanzar hasta la náusea el golpe de dados del lenguaje, una poesía de la higiene solar, dentro de la cual el poeta regrese al mundo de la historia, al universo diurno de la vida concretísima de los hombres, en cuyo orbe cotidiano ningún fantasma enfermo moviliza más fuerza que el horror o la belleza encontrables en una acera cualquiera, y ningún aristocrático golpe de dados del verbo podrá abolir jamás el sabor sanguíneo de todas las palabras de la tribu.
Sí, Manifiesto
Representa una postura que, por inaudita que parezca en esta Venezuela de 1981 -donde la individualidad y la disgregación son el imperio sustentador de ese otro imperio, el real: económico, político, cultural-, quiere asumir la responsabilidad de ser la expresión del movimiento Tráfico. ¿Qué buscamos?: poesía. Y aquí está el dilema: inmersos en un ámbito cultural donde el poeta, lo poético, la poesía y el poetizar tienen una caracterización determinada, y por lo tanto normativa, lo que proponemos, no estando identificados con los parámetros de la estética imperante es -desde el punto de vista de nuestro contexto histórico inmediato- una nueva manera de entender la poesía.
Con Tráfico salimos del esencialismo y, como hemos dicho, nos reconocemos en la historia: menos mal que nadie puede calificar de «esencial» el tráfico; pasajeros, somos poetas de transición, como toda poesía es de transición, sólo que algunos siguen aspirando a esa especie de galardón que significa conquistar, con la palabra esencial, la salida de la historia, el supuesto hallazgo de la eternidad. Pasajeros transitorios, diurnos, poetas: nuestra propuesta nace de una necesidad poética -política- histórica, la necesidad que atraviesa nuestra Venezuela de hoy, confundida entre el marasmo y el derroche, entre el lujo fastuoso y las carencias apremiantes de la capa marginal. El silencio y el juego textualista no pueden ser una respuesta crítica a nuestro medio, en última instancia constituyen posturas que, si no de manera consciente, al menos en forma disfrazadamente ideológica, le hacen el juego a nuestra democracia petrolera.
La poesía que propugnamos servirá, en cambio, de percusión para enseñarle a la «Armonía» la inclemencia de la súplica en los botiquines del centro. Se trata de fundirle la caja en el Gran Prix de Caricuao, hacer estallar los radiadores de las letras a 250 Km. p/h. Reclamarle al cinetismo textual la burguesía óptica con la que pretende erigirse «críticamente» sobre una ciudad que se divierte, desde las mesas de Sabana Grande, con la ingeniosa geometría de los cultos. Nuestra calle no se complace en estos juegos de la noche ni tampoco en el silencio.
Los trapecistas de la imaginación suspiran por mantenerse en la «realidad» descrita por la ruta de sus acrobacias, en la medida en que se olvidan de la portentosa capa de la historia bajo la cual se desplazan. En el circo el mago es rey: basta un esotérico gesto para que proliferen los pañuelos (los duendes, la súbita aparición de los espíritus).
Pero, magos: ¿hasta cuando el engaño? Frente a ustedes surge nuestra mirada realista (no es un realismo inocente, de ojo adánico, de «inocencia objetual» y cosas por el estilo). Una mirada para la cual el poema traduce los olores más intensos de la calle. Un realismo, sí, pero realismo crítico. No queremos desobjetivar nuestras palabras, desdibujar nuestro paisaje, nuestra circunstancia histórica concreta, por cansados aquelarres. Además, ya lo sabemos todos: cuando se han ido los espectadores, cuando la carpa se hace alta, no hay hechizo: el elefante es elefante, los conejos son conejos, el trapecista es español, el mago vuelve al camerino. Los circos cierran a las 6.
Si hemos hablado de una nueva manera de entender la poesía, nos referimos también a otro tipo de poeta. Para nosotros ser poetas representa salir, en éxodo consciente, del monólogo dentro del cual quiere encerrarse buena parte de nuestros compañeros de generación. Creemos que en poesía no es la rotación de los signos en el texto lo que constituye la clave estética del poema, sino la forma en la que accede al oído de los otros la voz de una experiencia humana. Estamos hartos de combinatorias infinitas de palabras que se frotan para arrancarse chispas que no pasan de ser un fuego fatuo (sí, infatuado en su aspiración de hacernos creer que es el Fuego). Repetimos: contra el signo, el craso signo icónico del texto, optamos por la voz, por la interlocución que pone a circular el poema en el circuito de un diálogo concreto, no con un lector sin rostro, sino con los hombres y mujeres que en la fábrica y el rancho, la escuela y el cuartel, la universidad o la oficina, han perdido la costumbre (costumbre secular que extravió el rumbo) de escucharse a sí mismos en el vértice unánime de la voz del poeta. Este último siempre fue, antes de que la modernidad nos dejara hablando solos, el intérprete de vivencias colectivas, aquel cuya palabra congregaba los ecos de la ciudad y los caminos. En América Lartina, sobre todo, ¿qué escandalosa «profesionalización» del oficio poético quiere separarnos ahora de la más entrañable tradición moral de nuestras letras: la que concibe la palabra como quería Martí, echándose a la suerte de compartir su canto con los oprimidos de la tierra?
A una poesía que se ufana en la «gloriosa inutilidad», en la «casta ineficacia» que demasiados hombres confunden con la naturaleza misma del espíritu, deseamos oponer también, sin miedo al barro impuro del cual sale toda la epopeya espiritual de los hombres, la exigencia de una poesía que sirva, repleta de una contundente eficacia, la misma que ostentan un vaso, un arma o un automóvil, porque el arte empieza allí donde los hombres necesitan responder desde la plenitud de su conciencia a las exigencias de la situación particular, y no después, allí donde la cotidianidad dicen que termina y nace el reino abstracto -mármol y alabastro- de una trascendencia «noble» dentro de la cual sólo cabe una «gratuidad» que ya no acompaña a nadie en la tarea diaria de vivir, que ya no formaliza las experiencias del hombre común, que ya no constituye sino un vasto silencio donde bostezan el vacío o la «oquedad metafísica». Nos empeñamos, así, en promover una poesía necesaria, que nuestros interlocutores perciban como palabra de uso y compartida, palabra para la cual toda trascendencia anémica, dispéptica, se disuelve ante el poder de convocación que sube, por ejemplo, de las rocolas de los bares, palabra que tiene mucho que aprender de la imponencia con la que la línea exactísima de un hit congrega el gozo del stadium, haciendo levantar un eco humano que, en el fondo de los fondos, se parece al llanto o a la risa que todavía allá, en pleno siglo XII, podían recoger de su auditorio los versos de Berceo.
Por eso mismo, frente a la lírica de la subjetividad absoluta, y en este sentido cada vez más abstracta, lírica que tanto le debe a la racionalidad burguesa de Occidente, lírica cerebral de un eterno laboratorio de palabras en las que la situacionalidad y la carnalidad afectiva son mero vidrio de probeta -irreconocibles ya para sí mismas-, levantamos la causa de una poética que se atreva a explorar a fondo, sin batas ni guantes de químico incontaminado, pero también sin flux y sin corbata, la sentimentalidad que exhibimos frente al mundo nosotros, los bastardos latinoamericanos, los salvajes periféricos de Occidente: nuestra sentimentalidad de telenovela y de ranchera, nuestro viejo bolero emocional, nuestro tango impenitente, el patetismo que nos brota en procesión de Viernes Santo o en reyerta de taberna, la cursilería que se entreteje con la red social de nuestra manera específica de vivir el afecto. De este modo, asumimos el horror que siente la poesía tradicional frente a nuestro sentimentalismo híbrido, mestizo de puro guaguancó o quena indígena, con la ironía desdeñosa que nos inspira toda la discreción burguesa, quirúrgicamente fría para sentir relaciones viscerales con el mundo pero implacablemente «racional» a la hora de expoliar lo que no siente.
Contra la mampostería intelectualista que sostiene el mito del poeta solitario, tan caro a una modernidad que no sabemos por qué debe ostentar para nosotros el carácter de un paradigma único, insurgimos con nuestra apuesta por una poesía solidaria, repleta de humanidad latinoamericanísima, gozosa o doliente, una poesía que no teme subirse al último sector del cerro donde termina el barrio y no llega jamás la policía, así tenga que pagar peaje al pie de la escalera, como corresponde; una poesía que no se asustará ante la tarea de embadurnarse de salsa y de cerveza en al afinque; una poesía que buscará a los hombres de San Fernando o El Callao donde estén y como estén, sin exigirles que se presenten a la cita del poema con el traje «primitivo», «telurista», o ya neciamente «mágico» con el cual los disfrazaron las poéticas que sólo se veían a sí mismas cuando pretendieron mirar de frente a aquellos hombres; una poesía que intentando recuperar, como después de un largo entumecimiento gestual, los hábitos del habla y los ademanes concretos de las muchedumbres que nos rodean, opta por los grandes espacios donde todo narcisismo verbalista se revela pigmeo de la inteligencia y de la sensibilidad y del lenguaje: los espacios por los que la poesía puede oxigenarse de disonancias y de miseria irreductible, de sociología y de política, de economía y de historiografía, de giro de lengua oral y de estribillo musical, de estadística y argot de suburbio. Poesía, entonces, situada en el centro hirviente de la vida social y no en los desiertos ontológicos donde proliferan «breviarios de la podredumbre» (ah, el Cioran que hoy tanto acaricia el masoquismo de la pequeña burguesía intelectual) y ojerosas «culturas del desengaño» para las cuales la esperanza es un compañero cadavérico, muerto de bruces en una calle cualquiera a finales de los sesenta.
Nosotros creemos que la vieja consigna de Vallejo se mantiene: si el cadáver, ay, sigue hoy muriendo ante nuestros ojos impotentes, sólo será la masa compacta de los expoliados lo que lo resucite desde el único lugar donde es posible concebir el vértigo radical de las transformaciones: desde abajo, desde la base. Cuando Lázaro se levante otra vez de su sepulcro para movilizar, como hace dos décadas, las aspiraciones populares del país, nosotros sabremos que la poesía, la poesía concreta y no la virtuosista de los textos, estará gobernando la insurgencia. Mientras tanto, en esta hora incolora, a menudo nauseabunda, de la democracia petrolera, sólo nos queda sincerar al máximo la relación del poeta con Venezuela. Y es que sucede que, en épocas inmediatamente anteriores (allí tenemos a la generación de 1958, por ejemplo), el trabajo poético en nuestro país actuó sobre el fondo de un distinguido camuflaje. Poetas que en sus actitudes públicas mostraban un franco compromiso ético con la exigencia del cambio social, eligieron, sin embargo, para la voz de sus poemas las modulaciones más esencialistas de la lírica de la modernidad: la lírica que, nacida en parte como respuesta esteticista al mundo comercializado y banal de la burguesía, trabajaba no obstante secretamente a su favor, porque hablaba desde su marco gnoseológico profundo y con sus categorías. Se dio así el caso de que una peligrosa confusión, una trampa ideologizante vino a ocultar las verdaderas cartas con las que el poeta apostaba su palabra en el juego social de la cultura: Mallarmé fingió darle la mano a Marx, la opción rimbaudiana de «cambiar la vida» se olvidó de la matriz elitesca de la que había salido (y dentro de la cual aún pernoctaba su nostalgia de transformación) y pretendió que su causa poética podía conjugarse, sin más, con los paradigmas sociales y políticos de aquella marea de obreros, desempleados, liceístas, universitarios medios, marginales, que se enfrentaba a la represión gubernamental en las calles y avenidas. El lenguaje de esa élite poética había pagado demasiado tributo al idioma de una modernidad por esencia aristocratizante: la pequeña burguesía intelectual radicalizada que entonces quiere contribuir a la toma del poder por las masas no se sincera como tal ante esas mismas masas en el desamparo del poema. Disfraza su equivocidad, la artificialidad de su intento de integrar el arte y la vida sobre la base de la trampa modernizante, universalista y elitesca, con la magnificencia de su barco ebrio que zarpa al viaje sin regreso de la alquimia del verbo y la magnetización recíproca de todas las vocales, al final del cual, ya lo sabemos, espera la Abisinia donde el poeta convertido en comerciante hace el saldo de su asimilación definitiva al universo burgués. Nosotros no queremos, pese a la aparente magnitud que representa formular esta herejía, el destino de Rimbaud: no queremos que nuestra intervención en la Comuna -la cual, a pesar de todas las derrotas, nos sigue convocando- sea una simple escaramuza pequeño burguesa que termine en viaje de negrero, en escepticismo contante y sonante, en ebriedad que ya no ostenta el arma de los anticonvencionalismos sino que deviene ocasión de confraternidad con el Poder. Queremos para nosotros, para la vocación poética en Venezuela, un resultado diferente; por eso, elegimos sincerar desde ahora mismo la voz de nuestros poemas y decimos que, no pudiendo asumir como nuestro -porque sonaría a eterna impostación en nuestro textos- el timbre vocal de un proletariado, de un campesinado, de una población marginal de los que nos separó la sociedad clasista a través de familia, colegios y universidades, queremos y debemos hablar en nuestra obra como lo que efectivamente somos: hijos de una clase media cuyos paradigmas vivimos mitad como cómplices y mitad como renegados.
Venimos de la noche y hacia la calle vamos
RAP: También es licenciado en Filosofía. ¿Cuál es la dimensión filosófica y poética detrás de la «imagen»?
MM: Un licenciado en cualquier cosa siempre es un peligro público, así que prefiero abordar la pregunta como poeta sin más. ¿Detrás de la imagen? ¿La imagen entonces como simulacro, como apariencia bajo la cual reside, habita, existe una verdad? No es esta la forma de verla ni de entenderla, la imagen está allí como la combustión perfecta de un ser vivo, de otro ser más sobre la tierra. Por eso el peligro de endiosarse, de ver crecer los seres a nuestro lado, tan independientes, y mientras más existen y más autónomos son… La situación la entendió bien Huidobro, que creaba maravillas en torno suyo y se creía un pequeño dios. La imagen en sí misma es esa síntesis provisional a la que me referí antes, conjunción concreta de algunos de los que nos habitan en un momento determinado o en otro, prisma para interpretar las evidencias, lente para iluminar por fin esa pasión por la visión primaria, poderosamente atractiva que tropezamos antes de entrar a la escuela o incluso en esos primeros años, pero algo no sujeto a las capas de la neutralización, a las pinturas normalizadoras, de lo que quita y resta y nadifica. No, la imagen es justamente la recuperación de las percepciones en su primera sinfonía, la que escuchamos hace tanto y no ha dejado de sonar y darnos vueltas año tras año, día tras día, con nuevos desarrollos, distintas elaboraciones, otras sinfonías, pero es ese contacto con una verdad primera que nos ha indicado la ruta, los senderos, hasta en los momentos más confusos entrar en ella, en esa imagen, en esa vía, es agarrar norte, norte de uno, u horizonte cierto de los varios que viajan con nosotros. Sin olvidar tampoco que la poesía es un artificio, en tanto que arte, en tanto que supone un dominio instrumental, y se goza inventando situaciones paradójicas, personajes que nos despiertan una ternura infinita, monstruos aterradores de la imaginación. Un poco así diría, la imagen, entre el destino y la escaramuza.
RAP: ¿Cómo ve el estado de la poesía venezolana contemporánea?
MM: Yo leo muchos jóvenes poetas desde hace unos diez años, y veo muy buena poesía, poetas que quieren dar lo mejor de sí. Y esto es algo magnífico. Además, tenemos conciencia de esto gracias a editoriales como El Perro y la Rana, pues ha cambiado el panorama de la literatura venezolana de una manera radical. Hoy tenemos un catálogo muchísimo más amplio de la literatura venezolana.
RAP: Armando Rojas Guardia ha dicho que su libro Poemas de la Independencia y del escarnio se trata de “un experimento estilístico donde toma textos históricos y crónicas del período de la Independencia, y los somete a un tratamiento rítmico musical que los redimensiona, de la misma manera en que Cardenal toma algunos textos de los cronistas de Indias: Fernández de Oviedo, Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de las Casas, y obtiene de ellos un valor netamente poético”. ¿Es el regreso del poeta al mundo de la historia para reconocerse en ella?
MM: Ya lo que citaste de Armando me parece un inmenso elogio, gracias entonces. Y en cuanto a un regreso al mundo de la historia, creo, como dice el manifiesto, que toda poesía es de transición, jamás se queda inmóvil. Así que entiendo tu pregunta en el sentido de un reencuentro con los discursos de la historia, de lo narrativo, de la oralidad, de la conversacionalidad, y sin duda es así, sin olvidar que escribí un libro que lleva por título Fragmentos de la batalla, donde el tono y el tema es el poema no solo histórico, sino directamente político, militante, que me gusta mucho.
RAP: Finalmente, ¿en qué proyectos actuales está trabajando?
MM: En poemas muy breves, de cuatro y tres versos. Hay un libro en prosa onírica, a veces ficción, otras autobiográfica, como un collage, que espero salga este año, se llama Los eclipses también cantan. De los cuartetos (libres en su composición) ya publiqué un adelanto con Reserva y esplendor (2011), y los tercetos (más libérrimos aún) espero que continuemos un buen tiempo con este radical entusiasmo.