“Así estaba el señor P, deshecho de amor, hundido hasta el cuello de intrincados sentimientos. Alrededor volaban negros e invisibles gallinazos. Ya conocía ese dolor enquistado en el alma, esa impotencia, ese onanismo mental que casi paraliza la voluntad. Todo se vuelve heliocéntrico y se gira alrededor de un sol negro que no cambia de color ni de distancia”…Este apenas un breve abrebocas de lo que es la vida del señor P, un hombre feliz, realmente feliz y que aunque a veces caía en las profundas simas de las depresiones, volvía salir a flote renovado en su amor y amarrado de las delicias de Sabina para así seguir viviendo y enamorando no solo a ella sino también al batallón de féminas que se fueron cruzando en el camino como Juanita, Hilda, Emma, la hermosa Susana de apenas 26, caleña con sabor de su tierra espolvoreada de erotismo “que salió desnuda, P casi se desmaya. Se echó en la cama, alumbrada por una luz opiácea que entraba por la ventana con vista a la sexta (…) se desnudó y se lanzó al vacío, a una piscina llena de sorpresas. Fue una reacción torpe, sin tacto”…
Pero la vida de P, estructurada en cuatro hermosos movimientos para un gran concierto –sonata al fin y al cabo-: El poeta y la princesa, Desamor, Merodeando en la isla e Invierno en el alma, es un vida de altos y bajos, de logros y desamparos, desdichas y muchos años y en medio de ese fragor de sexo y despedidas, volvía Sabina, la gran Sabina, “porque Sabina lo había marcado. Sus espíritus traviesos se conocieron en la universidad, allí compartieron sus ideales, se mojaron bajo la lluvia y se rieron de atardeceres tristes, se buscaban, se atraían y durante unos años construyeron una sólida amistad”, pero apareció Laura, “una pelinegra de tez blanca, pequeña estatura pero de exuberante cuerpo, fina de nariz (…) él la cargó en sus brazos y entraron a las entrañas del bosque del monte, allá en la maleza se desnudaron, de sudor y tactos innombrables y se copiaron en uno al otro y la nulidad de los espejos, rellenaron de caricias, de gestos, susurros, de dedos nerviosos y se amaron o eso creyeron”…
Pero lo mejor de este viaje peregrino es esa búsqueda insaciable de P por acercarse a cualquier fémina y hurgar en los vericuetos del amor ese sexo que él siempre carga para no dejar escapar ninguna opción y cuando llega la decepción, abre su Casa de Pandora y resulta viajando a Ámsterdam, inclinándose piadosamente ante el gran Van Gogh, hurgando sus secretos del color y leyendo con ansiedad lo que fue su vida, torturado en una buhardilla de frascos, trementina óleos y soledad, luego encontrarse con una hermosa prosti de Natagaima, “una amiga holandesa me trajo a Ámsterdam y llevo tres años por acá, no me quejo, sostengo a mi mamá y tres hermanos en Colombia (…) se desnudaron y acostaron como dos hermanitos. Se hicieron el amor en paz, se consintieron, se dijeron palabras bonitas, compartieron con abrazos su exilio, qué hermoso culo le dijo P mientras besaba esas curvas suaves y recias”…
Dentro de las propuestas importantes de Alfonso Carvajal en su novela, es que no podía dejar pasar de largo una situación ni como periodista si que menos como novelista y fue la brutal matanza de El Salado, o si no las nuevas generaciones verían el hecho como un caso más, casi fortuito y tapado siempre por las cortinas de humo de los tejedores de triquiñuelas de siempre: “Sacaron cuerdas y estrangularon a dos hombres, a una mujer la desnudaron y la empalaron, hubo cortes de orejas, de dedos, a un hombre lo degollaron y a otro le clavaron una bayoneta en el pecho (…) Las monstruosidades se prolongaron durante tres días, 72 horas, 4.320 minutos, 259.200 segundos; 61 personas asesinadas, 61 colombianos masacrados ¿cómo aguantaron los sobrevivientes ese desquiciamiento se preguntará el inquieto lector?”.
Y estando allá, en la lejanía del exilio dos amigos se retuercen de dolor al saber que están lejos de lo que más quieren “el costo ha sido terrible y cínico para el país, yo que estoy allá vivo la vergüenza diaria de una democracia falsa, de una descarada treta de dominación e injusticia social, de un pueblo cómplice de sus perversos dirigentes, de un círculo de ignorancia impune y pasivo”…
Pero además de los desquicios emocionales de P y de la brutalidad inmoral de un Estado incapaz de detener a los bárbaros pagados por ellos, La sonata del peregrino, al igual que Hábitos nocturnos es un bello homenaje a la vida, a Humberto un ex militante del M-19 y que sigue enamorado de lo que hicieron y harán, a Magno Torres, un fuerte santandereano de una sola palabra, Dante Beccassino, un loco pero afectivo argentino a quien todos queremos con el alma, los días sin parar de hablar de Alberto Contenedor, un cubano esplendoroso, de Cornelia, amiga de P que visitó en Utrech o Ricardini fiel amigo con quien compartió vino y tapas en Barcelona. Y aun faltan más mujeres y amigos en este cálido mosaico de aventuras, de sexo, de política, de nostalgia, de eternas vivencias y enamoramientos, de traer a colación a los grandes rockeros de siempre, las divas que nos hicieron enamorar o esas Melisas entrañables… “Vivía sola con sus padres, una pareja de viejos cautos y tímidos. Esa madrugada no se detuvieron ante nada ni ante nadie; entraron al apartamento, entraron endemoniados al cuarto de servicio doméstico tocándose con celeridad, desvistiéndose sin pudores, ajenos a los límites reales, besándose, pronunciado obscenidades, el mundo era solo de ellos, y él sintió su vagina grande, húmeda e infernal, ella un miembro duro, penetrante y se confundieron en la combustión de los líquidos que salieron de sus cuerpos”…
Hay aspectos duros, durísimos… “Exijo el derecho a trabajar. Mejor dicho como puta una lleva siempre las de perder, nos miran como el óxido de la sociedad, como el cunchito triste en el fondo de la olla. La otra noche un viejo amargado casi me pega, me llamó pecadora, puta, blasfema, cosas hirientes, para una futura madre. Anciano con la cruz de ceniza en la frente”…
Y esta novela que es ciento por ciento maravillosa, tiene un ingrediente adicional: la música y con ella el gran Mahler ¡cómo olvidar al gran Mahler! El que tenía un impresionante parecido con Charles Aznavour y P fue a esos lugares “donde parió dolores Mahler: un edificio de cinco pisos de la Municipalité; sus ventanas yacían clausuradas por placas de cemento, y sobresalían pequeños balcones y las paredes recién pintadas de marfil (…): Me llevó la aventura, el deseo literario, la voluntad imperiosa de la juventud. Leía a Proust y a Faulkner como a dos dioses. Eran mis guías, mis maestros. Esas parrafadas de la memoria del francés movían mis pasos y los iluminaban, los zarandeaban con una envidiable destreza”…
Todas las comparaciones muchas veces llegan a ser fastidiosas y a veces odiosas, pero si me pusieran a darle rango a lo que hasta ahora ha escrito Carvajal, me quedo sin lugar a dudas con esta, pues es más política, más estructurada, más llena de vida y lenguaje, con más y más ganas literarias. Y luego me quedaría con Hábitos nocturnos una novela bien lograda con un personaje sencillamente inolvidable, el padre Saldarriaga, trepado en un árbol y haciendo de las suyas en todo lo alto de la copa saciando sus hábitos nocturnos y placenteros. Luego me quedaría con El desencantado de la eternidad, novela-reportaje que gozamos hasta la eternidad…
Termino diciendo que todos los personajes me fascinaron: Dante Beccassino, Gustavo Mahler, Homero, el acompañante de Laura, Francisca la hermana de P, Marco Aurelio y Simón, exiliados en Barcelona, Bustos el caricaturista, Laura, Karen, Conny, Susana, Moisés, el memorable Stalin, y tantos otros que en 320 páginas hacen realmente gozar a este peregrino incansable de la literatura como lo es Alfonso Carvajal.
Es una novela de amor, de desasosiego, de poesía en donde esos magos de los versos vuelven a sentirse como duendes volando por cada página, como lo hacen Velásquez, Rembrand y Picasso; es una novela sólida, sin fisuras ni recovecos, sin tantas ambiciones retóricas, sino siempre impulsada por un buen carpintero que sabe de su oficio.