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In Arte & Cultura

El dulce néctar de la Huella del bisonte

9 junio, 2013

Por Richard Sabogal

En días pasados mi buen amigo, escritor y poeta Nesfran González, conociendo mi atracción por la escritura del escritor venezolano Héctor Torres, me envió en son de préstamo su novela La huella del bisonte. La cual por cierto no me había fijado era finalista del Premio de Novela Adriano González León 2006, mención que merece, y me obliga a pensar que la ganadora debe ser una cosa bárbara para haber superado esta. En el envío que me hizo Nesfran venia también el libro de Murakami 1Q84 libro1 y 2, pero Héctor superó el gusto y decliné por  penetrar sus páginas y comenzar a leer con voracidad semejante obra.

 

La novela está dividida en tres partes, comenzando con Karlita, o Karla como realmente la llamó el autor, pero yo prefiero decirle Karlita, así, si es en un susurro cerca de su oído pues mucho mejor, Karlita llevará la batuta a lo largo de toda la novela, explorándose desde ella misma, hasta el poder que emanan sus ojos para los del sexo opuesto. Algo que me impresionó de La huella del bisonte es que no es la típica novela erótica, es más bien una novela de amor desinhibida que aborda tabúes arraigados en nuestra cultura, pero sin caer en marcos moralistas o sociales. Me atrajo el modo como Héctor desnudó la feminidad sin morbo, con la curiosidad de una preadolescente que sale de la pubertad y sus hormonas la controlan.  La novela a pesar de parecer predecible tiene matices inesperados, juegos, un “no creo que vaya a pasar” te mantiene allí, aferrado al filo de la hoja.

La segunda parte se titula y la comprende: Mario, padre de Gabriela, la mejor amiga de Karlita,  del ojo de Mario veremos cómo aflora – aunque de un modo más taimado – esa pasión con la que Héctor demuestra su sentimiento hacia la voraginosa Caracas, tanto en sus crónicas que es el fuerte actual del autor, como de lo que vemos en esta novela, Caracas,  ciudad bendita pero llena de recovecos que dan miedo y atracción, la pasión de Héctor por la ciudad es como una relación amorosa con ese tipo de mujeres que no dejan nada bueno pero que son imposibles de abandonar. Mario, un cuarentón escritor de guiones para televisión que será en parte nuestro reflejo masculino, seremos su cómplice y de cuando en cuando nos provocara gritarle “¡Hazlo!” pero la idea de hacerlo será romper un vaso contra la pared y el cierre de eso que nos mantiene allí, ajados pero atentos.

 

La tercera parte la comprende Gabriela,  en esta parte veremos desde distintos ángulos la psiquis de la novela, y creo es una de mis preferidas, aunque toda fue un disfrute. Aquí, vemos el degrado de los personajes, que comienzan llenos de luz, libidinosos pero ya aquí una estela gris va tejiéndose en las nubes, como un cielo caraqueño encapotado de nubarrones negros a punto de reventar, para llevarnos a un cierre magistral, donde cada personaje quedó donde debía quedar,  aunque no es lo que debió ser. La vida pasa factura de cada acción.

 

La huella del bisonte es una novela actual, cada personaje es alguien que hemos conocido, desde las jóvenes a las maduras, la que no le aguanta un esposo, la que se siente sola y su casa es un peaje de amores que tarde o temprano se van, el hombre solitario, hasta personajessecundarios como Miguel, el cantinero. La ciudad se siente, se huele y se disfruta, desde la Baralt con tantos años de historia pero la misma violencia, o la Lecuna, llena de una tristeza en sus fachadas de pensiones baratas y borrachos. Su historia es seductora, una narrativa erótica pero donde la ficción poco se da cabida. El modo cómo se acercó a la psiquis femenina es magistral, a su vez el filosofar propio de quien conoce y persigue la escritura de Héctor se disfruta, se identifica y se comparte.

 

Ya conocía el estilo narrativo erótico de Héctor con una de las historias de uno de sus libros o fue de El amor en tres platos o fue en el Regalo de Pandora (el autor que me disculpe, me leí los dos a la vez y es normal la confusión) donde un personaje conoce a una joven anónima en una camionetica y de un hecho a otro terminó en su casa. Pero con La huella del bisonte demostró que es un terreno donde se siente cómodo y abordó con soltura.

 

 

Ahora me dejo caer en el dulce sopor de la ausencia en esta ciudad donde la soledad no es sensible y me escurro, una vez más por las páginas del bisonte, a ver cuántas huellas más quedan grabadas en mi piel.

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