Santa Cruz de Tenerife, España, 1971). Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna (1989-1994). Fue lector de español en la Universidad de Jena (1995-1998) y en la Universidad de Leipzig (1998-2000). Dirigió entre 1993 y 1994 la revista Paradiso. Como poeta ha publicado seis libros: El canto en el umbral (1997), Llamada en la primera nieve (2000), Los párpados cautivos (2003), Premio Tomás Morales de poesía 2002, Moradas del insomne (2005), Antes del eclipse (2007) y Detrás de tu nombre (2009), Premio Pedro García Cabrera de poesía 2007. Un volumen titulado Le Crépitement, con prefacio de Philippe Jaccottet, recoge una selección de sus poemas traducidos al francés. También ha publicado entregas de su diario, entre las que cabe destacar La nieve, los sepulcros (2005). Ha publicado traducciones de los siguientes autores: Arthur Schopenhauer, Hermann Broch, Philippe Jaccottet, Gustave Roud, Pierre Klossowski, Jacques Ancet, Fabio Pusterla, Ramón Xirau y William Cliff. Como ensayista, ha publicado recientemente Rutas y rituales, una selección de sus ensayos escritos entre 1993 y 2003. Y, como narrador, acaba de publicar su primer libro de relatos, Algunas de mis tumbas y dos libros de prosas titulados, respectivamente Insolaciones, nubes y Disolución. Mantiene desde hace casi dos años el blog ‘Travesías’ (www.rafaeljosediaz.blogspot.com), en el que va publicando apuntes, relatos, poemas y textos misceláneos. Actualmente es profesor en el I.E.S. Pintor Antonio López (Tres Cantos, Madrid). Recientemente ha sido publicada su antología poética La crepitación (Poesía reunida 1991-2006).
Rafael Ayala Páez: ¿Podría platicarnos un poco acerca de su relación con la poesía?
Rafael-José Díaz: Sí, con mucho gusto. Se trata de una relación visceral. Algunos poetas se jactan de escribir desde la más tierna niñez (como si eso demostrara algo). En mi caso, intento olvidarme de cuándo empecé a escribir y no me importa pensar que lo que escribo hoy pueda ser lo último. La poesía a veces no es sino un lastre para vivir. Otras veces nos endosa una careta de santones de la que tardamos años en desprendemos (si es que lo logramos). A veces, muy raras veces, se escribe un poema como si se diera un pasito para acceder a un mundo un poco distinto del nuestro. Entonces hay que estar dispuesto a ver, a dejar de ver, a olvidar y, sobre todo, a no arrodillarse ante ningún dios instantáneo.
RAP: ¿Cuáles son sus influencias literarias? ¿Algún libro de poesía en particular ha tenido una decisiva importancia para usted?
RJD: No reconozco ninguna influencia literaria. Descreo de ese tipo de ansiedades. Fluencias, sí. Muchas fluencias, flujos y reflujos literarios. Se puede pensar que mi primera afirmación contiene una pizca de prepotencia. Que cada cual piense y sienta lo que en cada momento le apetezca —siempre que no pretenda que los demás piensen y sientan lo mismo. Cuando se escribe un poema —pero muy pocas veces se escribe un poema— se está creando un mundo nuevo de la nada. Una vida dentro de la vida. Ahí no hay influencias, dependencias o maestrías que valgan. Los maestros pretenden casi siempre imprimir las marcas de sus fustas en los lomos de sus sufridos discípulos. Estas relaciones sadomasoquistas en el seno de numerosas cortes literarias me producen verdadera repugnancia. ¿Libros de poesía que haya leído con agrado? Sobre todo aquellos que parten de la imposibilidad de decir y terminan en la imposibilidad de decir. O aquellos que, sin pretender decir gran cosa, dicen algo que en ese momento nos consuela, nos sana o nos enfurece.
RAP: ¿Considera que el lenguaje, en particular con respecto a su propia poesía, un acto íntimo?
RJD: Bueno, desde luego no es tan íntimo como otros actos… Y, por muy íntimo que sea, los poetas padecemos un exhibicionismo contumaz, estamos permanentemente deseando mostrar nuestras intimidades. Un lenguaje conservado en el desierto durante cuarenta días de soledad y de dolor sí que sería un acto auténticamente íntimo. Desde luego, la poesía se vive en una especie de clausura. Uno se emboza para alcanzar cierta separación de los demás, una particular ausencia de miradas ajenas que nos permita fijarnos exclusivamente en nosotros mismos. Entonces se saca lo que se pueda del interior —casi siempre es muy poco lo que se saca— y lo que se obtiene es un poema, es decir, un texto dotado del máximo grado posible de inutilidad.
RAP: Usted ha traducido la obra de Arthur Schopenhauer, Pierre Klossowski, Philippe Jaccottet, entre otros. ¿Puede describirnos brevemente el oficio de un traductor literario?
RJD: El traductor literario es un señor que siente cierta necesidad de leer textos literarios escritos en lenguas extranjeras y que, en un momento determinado, se atrinchera como un valiente entre diccionarios y gramáticas para ejercer uno de los pocos milagros que existen en este mundo: el de trasladar o transformar o reescribir o transcrear (dijo alguien) un libro escrito en esa lengua extranjera en la lengua propia del traductor. Se trata de una actividad que en pocas ocasiones se lleva a cabo con éxito rotundo. Es uno de los oficios más necesarios del mundo y, sin embargo, es de los peor pagados y de los menos reconocidos.
RAP: ¿Cree que el trabajo de los traductores a veces se ignora? ¿Qué podemos hacer para cambiar esto?
RJD: Creo que en la respuesta anterior contesté ya en cierto modo a esta pregunta. Yo no sé qué se podría hacer para mejorar las condiciones de vida de los traductores y la visión que se tiene de su trabajo. Como en casi todo, imagino que habrá que resistir y que luchar inventando permanentemente nuevas corazas y nuevas armas.
RAP: ¿Cómo describiría la poesía contemporánea española? En su opinión, ¿cuáles son sus limitaciones, sus profundidades con relación a las generaciones anteriores?
RJD: A la poesía española contemporánea la describiría como una señora con peineta vestida con un modelito de lo más fashion que cuando saca a pasear a sus caniches les recita haikus, alejandrinos o versos blancos para que mejoren en lo posible su forma de ladrar. A la segunda parte de la pregunta no sabría responderle. Las limitaciones que pueda padecer no le impedirán a esa señora, la poesía española contemporánea, seguir haciendo de las suyas en todos los saraos. Y en cuando a profundidades, no creo que disponga de ninguna, por lo que, pura superficie brillante como es, posee la virtud de reflejar todo lo que se le ponga por delante.
RAP: ¿Tiene usted algún consejo para los jóvenes poetas?
RJD: Que se alejen de los poetas y de la poesía tanto como puedan.
RAP: ¿Actualmente en qué proyectos literarios está trabajando?
RJD: En el ahora más inmediato, acabo de terminar una entrevista que muy amablemente ha tenido a bien enviarme un joven poeta venezolano y en la que casi nunca respondo a lo que me pregunta —quizá porque es quizá el único modo de responder realmente a algo. En otro orden de cosas, tengo dos libros de poemas huérfanos de editor y que muy probablemente enfermarán de falta de cariño paterno y terminarán sus tristes días en algún orfanato. También van apareciendo textos diversos, sobre todo en prosa, en el blog que desde hace dos años mantengo como un —discúlpeme la pedantería— laboratorio de escritura. Publico ahí no solo textos con los que abofeteo ciertas actitudes estéticas de lo más ridículas y pintorescas, sino también relatos, apuntes, poemas en prosa o fragmentos que recomiendo a todos aquellos que quieran comprobar el ruinoso laberinto en el que acaba convirtiéndose el jardín en el que una vez se creyó vivir en amena armonía.
Selección de poemas de Rafael-José Díaz
UNA MAÑANA
La luz de la mañana, plateada,
envolvía tus manos.
Mi despertar fue un grito
llevado por mis pasos hasta el cuarto
donde tú cosías
los bordes de mi ausencia.
La luz de la mañana era un sudario
que envolvía tu cuerpo.
Me deslicé en un llanto
hasta tu herida, hasta el borde
que tú cosías a otro borde
para formar mi rostro.
Tú estabas muerta para unir mi muerte
al ojo de la luz que era nuestra lengua
DESPERTAR
Despertar
es desplegar los bordes de tu sueño
en la cárcel de luz de la mañana.
Allí regresas a los nombres,
al páramo de la mirada,
al surco consabido de las horas.
Ves cómo se suceden las imágenes
y no las reconoces, porque adentro,
en la gruta del sueño, hablaban otra lengua.
Pregunta, al despertar, por el origen
de la luz. Tal vez si lo descubres
regresarás al centro de tu sueño.
Procura no olvidar cuando despiertes
el idioma que hablabas como un ángel
en su lecho de nubes.
REVELACIÓN
Antes de ver el brillo del plumaje
cegar dentro del viento
la luz del horizonte,
mis ojos no sabían lo que era un cernícalo.
EL LÍMITE DEL SUEÑO
El límite del sueño es tu mirada
impresa en mi mirada sobre el borde
de la luz aquel día en que corrimos
desnudos por la orilla hasta abrazarnos.
UN MUCHACHO, EN LA PLAYA
Un tatuaje de luz sobre tus hombros,
una mancha solar, tu suave nuca
mordida por el fuego del deseo
que nacía en mi espíritu y moría en tu cuerpo.
EL CENTRO DEL DESEO
El lugar
es alto, solitario. La memoria
no ha borrado una tarde de deseo,
pero sí el rostro que aquí ardió
en el centro del deseo.
No sé si el breve incendio transparente
de las flores de almendro en el fuego solar
recuerda aquel incendio
de unos labios rosados
en el fuego aturdido del amor.
El color es el mismo, y la pureza.
El regreso, tal vez, desnuda la mirada
y hace más silencioso nuestros pasos.
Estaba solo, y escuchaba
el tránsito del viento entre presencia y recuerdo.
El lugar
es un perdido caserío
abierto al mar y a las montañas.
Sobre unas nubes, en el horizonte,
flotan las cumbres de otra isla.
Unas flores violetas contra el cielo dorado
de la tarde, la voz de dos ancianas
entremezclada con mi soledad,
el nisperero humilde de aquel patio:
aquí todo recuerda la ausencia de tu rostro.
(Las Vegas, Arico)
LUNA
La luna de dolor impreso
sobre los cuerpos que se amaban
no escuchaba el jadeo, ni las súplicas,
ni el pozo goteante de la sangre:
anidada en el cielo,
levitaba descalza sobre el agua,
y era un manto de ojos o luciérnagas
tendido sobre el cuerpo de la noche.
Inmóvil aleteo silencioso
que no desgarra el aire ni el aliento
creado por las bocas que se buscan
para unirse, olvidadas, sin rozarse.
La luna llena que dejaba
un rastro doloroso en nuestros cuerpos,
¿sabrá que es el amor la fragua
que transforma el dolor en un gozo sin nombre?
UNA TARDE, MUY LEJOS DEL UMBRAL
Lengua de luz sobre los montes
que rodean la casa:
lenta como el recuerdo se desplaza
y toca cada árbol, cada hierba.
Escribo en la terraza; en otro tiempo
la llamé transparente, y aunque dudo
que fuera exacta esa palabra, sé
que hoy la mano y los ojos habitan entre sombras.
Sólo esa breve lengua de luz tenue
que va lamiendo la ladera
sin ardor aparente, con la delicadeza
de una caricia tras un llanto inconsolable,
parece transcurrir al margen
del tiempo destructor,
como si hubiera un tiempo que pudiera sanar
con nueva transparencia las heridas oscuras.
Sigo escribiendo, y las palabras son
en mi mano una danza de preguntas
y dudas, aún muy lejos
del umbral en que todo es transparente.
Va a acabar el verano. ¿Acabará
también la luz hundida en la memoria
sin dejar una huella, una palabra,
un signo de su paso tan cerca de las sombras?
ALMENDRA
La noche no ha caído
aún sobre los cuerpos.
Cómo podría el viento
atravesar los rostros
si los labios insisten
en unirse a los labios.
No hay palabras, ni aliento,
sino el viento que gime
por sembrar en la luz
su semilla, su sombra.
No te gires, no mires
ese bosque de almendros:
las flores aún no pueblan
sus ramajes sedientos.
Nace el sueño en las bocas
que se funden dormidas.
La noche aún no nos hunde
en su oscura morada.
Más allá de este instante
aletea otro instante.
En la almendra que muerdes
duerme, ignorado, el tiempo.
(Caldera de los Marteles)
ÚLTIMA MORADA
La luz crujía como si quisiera
rasgarse, engullir sombra o espesarse,
y era sólo el sonido de su vientre
que empezaba a entreabrirse para acoger mi cuerpo.
EL TRÁNSITO
Lo que quiero decir sobre la luz
dorada y envolvente de esta tarde en Las Manchas
no lo logran palabras ajenas a la luz
y lo dice mejor el canto de los pájaros.
Golondrinas, sabed
que el azul de este cielo es irreal;
en vano vuestros vuelos perforan mi mirada
y en vano mi mirada perfora la verdad.
Devorado, ahora mismo, por la boca voraz
del horizonte, el sol ausente,
que fue hoy transformado de amarillo en naranja,
inaugura el oscuro destino de la luz.
No ser, tumbado en esta hamaca,
frente a un mar que se adentra en las tinieblas,
más que un ojo que sigue atento los retozos
de unos pájaros niños en el paciente almendro
Y ya la noche cubre los rescoldos
de todo lo que vimos en el día:
libélulas, almendros, labios, risas,
y cubre la mirada y sus hogueras.
(Las Manchas, Isla de La Palma)
LOS PASOS Y LAS SOMBRAS
Verás caer la noche y a una niña
que sale de su casa y ve la noche
caer mientras tú pasas hacia algún
lugar fuera del tiempo y de la vida.
AVE PERDIDA
¿Y qué palabra, ahora, harás salir
de tu boca extasiada en el regreso
de la luz a la luz, ave perdida?
He venido a escucharte. Me he escondido
al final del sendero,
donde es raro que nadie aparezca a esta hora.
Tu hablar es una danza.
Giras y giras sin descanso, mientras
mi lengua entumecida olvida su lenguaje.
El viento disemina
tu voz hasta el naciente del barranco,
tu cuerpo hasta el naciente de la voz.
En el centro, totémico,
el árbol al que adoras con tus vuelos,
unida a él, ¿es cierto?, por un lazo invisible.
Vas y vienes, misterio del día que termina
y consiente en caer, ave, en un pozo
que conoce tu ardor mejor que mi palabra.
Olvidar es tal vez
nacer a otra memoria en la que todo
regresa transformado a nuestros ojos.
Tu ardor y las palabras que he olvidado
se buscan más allá
de este instante en que ardes perdida en mis palabras.
(Agüimes)
LA LÁMPARA
La tormenta llegó después de separarnos.
Entre un trueno y el otro, en ese espacio
de espera y de temblor, pienso en la noche
que cruzas con tu lámpara. Tus pasos temblorosos.
Habíamos hablado todo el tiempo
con palabras sencillas que tal vez
no volveremos nunca a intercambiar.
El viento en los postigos, la lluvia entre tus pasos.
Parpadean las lámparas, sigo despierto, es frágil
todo intento de ver
el mundo con los ojos de la luz.
Es frágil y es heroico. La lluvia entre tus pasos.
Parpadean las lámparas, estoy
en un pequeño hotel. Hace cincuenta años
que tú vives aquí. ¿La verdad de la vida
se esconde en nuestros pasos, dime, o duerme tras ellos?
(En Grignan, con Philippe Jaccottet)
BRECHA SOLAR
Pienso ahora
que ha sido sólo aquí, en este banco
de un parque en el que fui
un niño que corría, se internaba
entre las hojas de la tarde
y se escondía
tras los troncos de arbustos y palmeras,
fingiendo olvidarse de su madre,
pero siempre pendiente de sus ojos, su voz;
que ha sido sólo aquí, en tantos días
de veranos sucesivos, de brechas
abiertas entre tiempos de ausencia o de ceguera,
donde el sol descorría
las cortinas de nubes, delicado,
y bajaba hasta el cuerpo, hasta la ropa
ligera que lo cubre en el verano,
hasta el libro, hasta el iris
de los ojos que leen, hasta
las manos que componen sin saberlo otro libro,
menos luminoso;
pienso ahora, también, aunque tal vez
lo haya sabido siempre, que estas nubes,
en su danza, descubren
y cubren, o desvelan y velan la mirada
calurosa del sol, y con sus gestos
de nada hacen que el cuerpo todo
se estremezca y recuerde lo que nunca sintió,
sienta ahora lo que nunca ha pensado
y piense en este instante y más allá
de este instante, del sello
huidizo del sol sobre el espíritu,
que ha sido sólo aquí, en este banco
de madera ya casi despintada,
donde el sol se ha entregado de verdad,
donde el cuerpo ha sabido,
desde siempre,
que su carne es un mínimo fragmento
del sol que ahora se derrama, tímido,
por una brecha abierta entre las nubes.
(Parque García Sanabria, Santa Cruz de Tenerife)