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Un día en la piel de un «Coyongo»

13 febrero, 2013

Un día en la piel de un «Coyongo» Pin It

«Eche Baltasar, ¿por qué no nos dejas salir con los Coyongos durante los carnavales?», le pregunté disfrazando mi timidez de valentía y en tono de bacanería, a lo que al instante respondió: “¿y sí se le miden a volar con el pájaro?”

Baltasar Sosa, de 64 años, nacido en Palomino, Bolívar; serio, desconfiado y soñador, es el director de los Coyongos, una danza de relación de carácter imitativo, que lleva más de 35 años regalándole al Carnaval de Barranquilla un poco de la tradición de los habitantes de Mompox, quienes se mofaban de los españoles que los tuvieron sometidos, comparándolos con el cazador que sale a disparar a estas aves ribereñas de patas largas y cuerpo carnoso.

La garza gris, el gurullón, el pato cucharo, la gallineta, en fin, un inventario de aves que se posan en las orillas de la ciénaga para alimentarse, algunas en vía de extinción, son representadas en  esta expresión a ritmo de tambor, acordeón y guacharaca.

Desde el 2010, año en que el logo de las carnestolendas rindió homenaje a la danza, los Coyongos han gozado de gran visibilidad, razón por la cual no podíamos perder la oportunidad de experimentar ser parte de esta tradición por unos minutos.

El proceso de convertirse en un Coyongo es largo, incómodo en algunas ocasiones; pero que definitivamente vale la pena pasar:

El Esqueleto

Para poder estar a tono con la danza y conocer sobre los requerimientos esenciales que hay que cumplir para ser lo más parecido a un ave zancuda, hay que desplazarse a la ciudadela metropolitana de Soledad, más específicamente, a la casa de la familia Sosa Noguera.

Entre bicitaxis y la ansiedad por llegar al punto de encuentro, íbamos siguiendo la ruta de buses que Baltasar nos recomendó para poder ubicar la “Tienda Azul”, punto de referencia, en donde se mezcla el color amarillento y cálido del panorama con aquel punto frío en una esquina, adornado con una gran variedad de productos de la canasta familiar invitando a los vecinos y transeúntes a echarse una parada.

Y ahí estaban, en un playón expuesto al potente sol del medio día, 18 danzantes, 3 músicos, Baltasar y su nieto, prendiendo los carnavales del barrio con su música festiva.

Un paso hacia delante, un paso hacia atrás, el cuatro cajón, círculo, son algunos de los movimientos, parte de la coreografía de esta danza ancestral que debimos aprender, acompañados de una vara de madera de un poco más de 2 metros, y en su punta la cabeza del pájaro con una larga cuerda que permite accionar su pico para emitir el característico sonido de los Coyongos. Ni la inexperiencia, ni el sol, ni el peso de la estructura fueron impedimento para gozarse el inicio de aquella aventura.

A la hora y media de baile, se decide suspender el ensayo, recordar las próximas fechas y disponerse a tomar unos traguitos del licor que el bolsillo pudo costear; cada suceso acompañado por las alegres notas de los músicos de la danza, que de vez en cuando hacía alarde de sus aptitudes interpretando acordes con una hojita de laurel que portaban como uno más de sus instrumentos.

El Alma

Conocer a Baltasar Sosa, su familia y los 18 danzantes es toda una grata experiencia. Son gente pacífica, amable y respetuosa, que se da a la tarea de explorar las motivaciones de un grupo de personas ajenas a su entorno que añoran incorporarse y compartir con ellos el furor de esta expresión carnavalera.

Cada una de estas personas representa el alma de los Coyongos, los que con su entusiasmo han permitido que año tras año emprendan vuelo hacia el firme pavimento de la Vía 40 y logren ganarse las miradas y el aplauso del espectador, hoy en día, ávido de muestras despampanantes y estruendosas más que de aquellas que crecieron junto a la celebración, la nutrieron y la llevaron a convertirse en Patrimonio del mundo. Particularmente, la danza de los coyongos, fue declarada como una de las 10 manifestaciones amenazadas de nuestro carnaval por la UNESCO, y por consiguiente una expresión clave en el plan de salvaguarda de las fiestas. Saber que hay un semillero de niños y jóvenes interesados en preservar la danza es muy alentador. Hay Coyongos para rato!

La Piel

El disfraz de Coyongo consta de una estructura de poco más de 2 metros hecha en madera que, con el fin de aminorar costos, es recolectada por los mismos familiares de Baltasar.

Por esta misma razón, es que el conjunto en general no es nada ostentoso, pero si muy llamativo para el espectador.

El caparazón está construido como un túnel que lleva en el medio la viga con la cabeza del pájaro en la punta, permitiendo que el bailador permanezca dentro, lleve el peso en sus hombros y con sus manos sostenga la vara y la cuerda que permite abrir y cerrar el pico del coyongo, lo que conlleva a su particular sonido: clap, clap, clap.

Las Alas

Y llegó el momento de bailar, los nervios estaban a la orden del día.

Cada uno de los integrantes de la danza se responsabiliza de su estructura, mientras que Baltasar nos provee de los pantalones abombachados y zancones con encaje en las puntas.

Fotos por doquier, la botella de ron entera y completamente ignorada, y la atención concentrada en los benditos pájaros que permanecían a la expectativa y listos para darles vuelo.

“Después de la cumbiamba vienen los coyongos”, nos indicaron los organizadores, y al instante fuimos organizándonos en fila con un mapa mental de la coreografía aprendida, una oración en los labios que nos evitaría caer y la adrenalina al tope, la que permitió que no nos asfixiáramos dentro de las estructuras.

… y salimos al ruedo…

De ahí en adelante, la tensión se va. Lo que invade el cuerpo del bailador es la emoción de la gente, las caras de los espectadores son la vitamina del pájaro. Difícilmente se quiere abandonar el caparazón que inconscientemente va mimetizándose con su portador.

Estar en la piel de un coyongo es toda una experiencia; ahí dentro no se camina, se vuela.

por FERNANDO VENGOECHEA /@fvengoechea

#todomono

 

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