Sofía Imber ha vivido 90 años bajo el mismo lema: “Soy una persona trabajadora”. Esa misma frase, así, escrita en presente, es la que le gustaría que la acompañe siempre. La tiene pensada para su epitafio y lo dice sin aspavientos. El mismo tiempo verbal, el llamado presente histórico, es una constante en el libro Mil Sofía, las memorias conversadas que presentará hoy junto con la escritora Arlette Machado.
Sorprende el tono personal en el que está desarrollado el libro, en especial si se piensa en Sofía Imber como la pluma detrás de Yo, la intransigente, la fundadora del que alguna vez fue el museo de arte contemporáneo más importante de Latinoamérica. “¿De qué otra manera se puede hablar de uno si no es de manera personal? No sé hablar de otra manera. De Carlos Rangel, mi segundo marido, hablo en presente, como si aún estuviera vivo”, dice.
Ese tono impregna las 253 páginas, definidas por Imber como una conversación cotidiana y habitual entre un par de amigas. Algunos de los temas: cómo conoció a Guillermo Meneses (el autor de La mano junto al muro fue su primer esposo), el psicoanálisis, su divorcio, el suicidio de Rangel, entro otros
El texto no busca romper con el mito de la dama de hierro del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas –una especie de hija menor que llevó el mismo nombre de su madre hasta 2006–, aunque el cuestionario de la autora es frontal. Incluso llega a preguntarle por la vez que siendo miembro del jurado del Premio Nacional de Artes Plásticas votó por sí misma. Sentada en su casa, rodeada de obras de Pedro Sandoval, Imber asegura que lo de intransigente fue un error de tipeo.
–¿Por qué la intransigente?
–Nunca he me considerado intransigente. El nombre de la columna me lo puso una compañera de El Nacional que se equivocó. Le mandé la columna titulada “Yo, la exigente” y ella se equivocó. Puso “Yo, la intransigente”. Así se quedó y así me llaman. De mí se ha hablado mucho y, como en todo debate, se ha hablado bien y se ha hablado mal. Por lo que veo se ha hablado mucho bien, porque no puedo caminar sin que me llamen por mi nombre y me digan cosas agradables.
–¿Está en paz con el país al que llegó en barco siendo apenas una niña, procedente de Rusia?
–Yo me siento en paz con el país; es el país el que no se siente en paz conmigo y mi generación.
–El fin de semana pasado estuvo en el Centro de Arte Los Galpones. ¿No ha dejado de visitar exposiciones?
–No, porque Los Galpones, los restaurantes y hasta las mismas calles están tomando el papel que antes tenían las salas de arte. Antes en los restaurantes no había ni cuadros, pero ahora que los museos están muertos puedes ver en ellos pintura, cerámica… He visto a excelentes bailarinas actuando en la calle. Esa es una manera de hacer patria.
–¿El Maccsi fue un proyecto largamente acariciado?
–Yo los proyectos no los acaricio; los hago. A mí me dieron un garaje. Empezamos poquito a poco a cogernos una sala, a cogernos otra sala… Así se hizo el museo y así se dejó, con casi 4.000 obras de primerísima calidad. Y dejó dinero en caja, cosa que casi ninguna institución hace.
–¿De esas 4.000, hay alguna favorita?
–Charles Chaplin tenía muchos hijos. Le preguntaron un día a cuál prefería. Su respuesta fue: al que tenga sobre las piernas en ese momento. A uno le pasa eso con las obras. La primera que compré para el museo fue Mamá y yo de Marisol. La vi expuesta en una galería en Chacaíto. Eran las siete u ocho de la noche y ya habían cerrado, pero yo metí un papel debajo de la puerta que decía: no vendan esa obra, porque pertenece al Museo de Arte Contemporáneo.
–¿Se arrepintió de haber comprado alguna obra?
–No. Estoy muy satisfecha por lo que he comprado. Eso me lo corroboran los grandes directores de museos, los artistas, ahí no hay obra perdida. Armar una colección es dificilísimo, y si la estás haciendo para una institución es una responsabilidad muy grande, porque estás comprando para el país.
–¿La colección es apreciada en su justa dimensión por el venezolano promedio?
–Curiosamente sí. El Maccsi, como lo llamaban, gozaba de una especie de amor que le tenía el pueblo, y con esa expresión me refiero a todas las clases sociales.
–¿Dónde terminaba el museo y empezaba Sofía Imber?
–La pregunta no es clara.
–¿Estaba involucrada totalmente en su trabajo?
–Yo por el museo hacía cualquier cosa, trabajaba todo el día, todos los días, En las noches también porque me ponía a leer, a ver fotos enviadas por artistas, las proposiciones de otros museos.
–¿Anhela volver a ver el Matisse en el museo?
–No volví al museo desde que el Presidente me botó por televisión. A mí me pareció muy natural siendo quien es la persona que me botó. Yo nunca hubiera podido trabajar con Chávez.
–Pasó de adquirir Picassos a interesarse por los llamados primitivos, como Juan Félix Sánchez.
–Porque tienen mucho en común. Una buena obra de Rafaela Baroni puede encontrar caminos en la de cualquier gran maestro, porque arte es arte.
Sofía no es una Carmelita Descalza
Arlette Machado conoció a Sofía Imber hace 20 años, cuando escribió un libro sobre Guillermo Meneses a partir de 75 entrevistas. “Me gustaba como escribía Meneses. Soy licenciada en Letras y se suponía que para escribir sobre el escritor había que entrevistar a la que había sido su mujer durante tantos años”.
Esas primeras sesiones de conversación duraron ocho meses. Imber la recibía junto con Carlos Rangel en su oficina, en el Museo de Arte Contemporáneo. Esa fue la semilla que gestó las “memorias conversadas” de la promotora cultural y entrevistadora de televisión.
El trabajo requirió cuatro años de conversaciones, en sesiones de dos horas o más, entre dos y tres veces a la semana. “Sofía me llamó para hacerme el encargo, pero le dije que no. ‘Si te cobro tú diriges el libro’, le protesté. Llegamos a un acuerdo: yo hacía las preguntas que me provocaba, ella las contestaba o no, y ella se podía corregir cuando quisiera”.
De esas conversaciones surgió una amistad muy sólida, indica Machado. En ocasiones a Imber le disgustaba su propio tono, su propia manera de hablar; en otras, le disgustaban las preguntas. “El acuerdo era que después de que lográramos tener 300 páginas cualquiera de las dos podía retirar el libro”.
El manuscrito estuvo alrededor de cinco años guardado en un clóset. “Un amigo de ella, Juan Martín Echeverría, le dijo: ‘Estás mayor. ¿Cómo es posible que no tengas una biografía?’. Ella le dijo: ‘Aquí está’. Él no me conocía, se la llevó y quedó encantado. Le sugirió que la publicara. Le dijo: ‘Tú no eres una Carmelita Descalza sino una mujer compleja y eso se tiene que ver reflejado en el libro”.
La autora está casada con el género dialógico. “Tengo cuatro libros publicados y ha sido siempre así porque me gusta llegar a la persona. Estoy peleada con la academia, me gusta la espontaneidad. Le quito la polilla ensayística a mi trabajo. Además, Sofía Imber es una gran conversadora y sí, tuvimos momentos intensos, algunos de pelea, pero creo que no es intransigente”.
Mil Sofía
Autora: Arlette Machado
Editorial Libros Marcados
Bautizo: hoy, 11:00 am
Galería G Siete, Centro de Arte Los Galpones, avenida Ávila con octava transversal de Los Chorros
Fotografia: Franco Mendoza