Fue tal vez este apego al mundo lo que convirtió al arquitecto brasileño en un ser longevo y le permitió trabajar hasta casi el final en su pasión: los edificios de concreto con curvas libres de soportes,que sobresalen por su dinamismo y ligereza.
Niemeyer había nacido el 15 de diciembre de 1907en Río de Janeiro. Fue junto con el urbanista Lucio Costa el diseñadorde Brasilia, la moderna ciudad inaugurada en 1960.
De su tablero salieron el Congreso y los palacios Planalto (sede del Poder Ejecutivo), Alvorada (residencia oficial del presidente) e Itamaraty (Cancillería), además de la catedral.
Sus primeros encargos fueron, sin embargo, una iglesia y un casino a orillas del Lago de Pampulha, en Belo Horizonte.Las novedosas líneas de ese pequeño templo dedicado a San Francisco ledieron fama en todo el país. El casino fue transformado luego en un museo de arte contemporáneo.
«Este proyecto tuvo mucho éxito porque eradistinto: una arquitectura más leve y suelta, cuya forma intentabasorprender. Fue muy importante ese primer trabajo para mí», le dijoNiemeyer a BBC Mundo en una entrevista realizada en mayo de 2007.
De Nueva York a Argelia
El arquitecto brasileño también sorprendió con sus creaciones en el resto del mundo.
Por ejemplo, trabajó con Le Corbusier en eledificio de Naciones Unidas en Nueva York, e ideó la sede del Partido Comunista en F
rancia, la Universidad de Constantino en Argelia y la casa matriz de la editorial Mondadori en Italia.
Varias de estas obras las materializó durante suexilio en Europa, luego de abandonar Brasil en 1966 tras ser perseguidopor los militares que habían tomado el poder. Volvió a su país en losaños 80 y le devolvió la alegría con construcciones como el Sambódromode Río de Janeiro.
Niemeyer llegó a ser considerado uno de lospadres de la arquitectura moderna y uno de los mayores exponentes deeste arte en el siglo XX, pero su camino no fue nada fácil.
«Al principio me criticaron mucho -nos contó-,decían que lo mío era demasiado revolucionario, pero eso me impulsaba ahacer mi trabajo con más empeño. Siempre he hecho lo que me gustaba».
Sólo en 1988, a los 81 años, Niemeyer fuedistinguido con el premio Pritzker, el más prestigioso en laarquitectura, por el diseño de la catedral de Brasilia. Fue unreconocimiento tardío por una obra temprana.
En la intimidad
En ocasión de la entrevista con BBC Mundo,Niemeyer nos recibió en su casa en Río de Janeiro, ubicada en el últimopiso de un edificio de diez plantas construido por él frente a la playade Copacabana. Desde los balcones curvos se apreciaba una hermosa vistadel mar y de los morros de la ciudad.
El interior del apartamento era muy sencillo.Allí había varios tableros, planos por doquier, un escritorio flanqueadopor una biblioteca y una sala de estar con una comodísima silla parareposar diseñada por Niemeyer.
En un sector, paredes en zig-zag dondeel arquitecto había dibujado mujeres desnudas trazaban la separaciónentre un ámbito y otro. «Siempre me han atraído las curvas de losmorros, los ríos y los cuerpos femeninos», le confesó a BBC Mundo en laintimidad de su casa.
Esas formas fueron, precisamente, su fuente de inspiración.
A pesar del deterioro de su salud, Niemeyernunca dejó de trabajar con pasión, ayudado en su apartamento por ungrupo de arquitectos.
En los últimos años se dedicó a diversosproyectos en Brasil, un museo en España y otro en Italia, en medio de unsinnúmero de homenajes a su persona.
Además incursionó en la canción: estando enfermoen una cama de hospital, le puso letra y poesía a una samba de losmúsicos Edu Krieger y Caio Almeida. El título, «Tranquilo con la vida»,reflejaba su incansable optimismo.
Los pobres y la izquierda
Niemeyer siempre fue un idealista. En sujuventud militó en el Partido Comunista de Brasil, que llegó a presidirentre 1992 y 1996, y nunca claudicó en su defensa de los pobres y de losgobiernos de izquierda en Brasil y en el resto de América Latina.
En las últimas elecciones brasileñas apoyóabiertamente a la candidata del Partido de los Trabajadores, la actualpresidenta Dilma Roussef.
«El papel del arquitecto es luchar por un mundomejor, donde se pueda hacer una arquitectura que sirva a todos y no sóloa un grupo de hombres privilegiados», nos aseguró.
¿Pero, entonces, por qué él nunca hizo obras para los más necesitados?
«La arquitectura evolucionó a partir delprogreso técnico. Pero en el aspecto social es mala, porque nuestrotrabajo es para los gobiernos y los hombres ricos. El pobre no participaen nada», admitió.
«La arquitectura está ligada al régimen capitalista y eso va a continuar así, lo cual es pésimo».
Brasilia: ¿arrepentido?
Niemeyer lamentaba que Brasilia haya terminado dividida entre pobres y ricos, y que las favelasocuparan más lugar que la ciudad proyectada originalmente.
«Construí Brasilia con tanto empeño yentusiasmo. Era algo diferente (…) Hay quienes dicen que, mirandohacia atrás, volverían a hacer todo lo que hicieron. Yo creo que no, quecada día es diferente».
Para él, las ciudades debían tener una densidad demográfica limitada y a su alrededor contar siempre con un cinturón verde.
Cuando le preguntaban qué pensaba de la arquitectura contemporánea, Niemeyer prefería no opinar.
En cambio, recordaba un frase que había quedadocimentada en su memoria: «Una vez un arquitecto amigo mío dijo algo biencierto: que no hay arquitectura antigua y moderna, sino arquitecturabuena y mala».
Concreto audaz
Para él, lo que marcaba la diferencia entre unproyecto bueno y malo era la invención, el probar algo diferente:»Cuando la arquitectura no busca esto, queda reducida a una escalamenor. Si quiere tener el rango de obra de arte, debe ser audaz».
«Me gusta trabajar con las curvas porque aceptan más invención y sensibilidad», le dijo a BBC Mundo.
Le resultaba difícil saber si en el futurohabría algo mejor que el concreto para crear «sueños» arquitectónicosmás allá de las clásicas estructuras rectilíneas: «Hasta ahora no haynada que nos deje hacer lo que este material admite».
La fortaleza de ese elemento tan apreciado porNiemeyer contrastaba, en el tramo final de su vida, con la fragilidad desu salud. Diversos achaques lo obligaron a frecuentes estadías en elhospital y a someterse a varias cirugías.
Su puño tenía últimamente el temblor de los años, pero no importaba, porque ya había dejado un legado firme:verdaderos «santuarios» de la arquitectura.
Fuente. BBC Mundo