Rodar “Operación E” fue una aventura magnífica. Una aventura de dimensiones insospechadas de esas que se quedan contigo para siempre y acaban por definir y moldear la personalidad de uno. Entre preparación, rodaje, cierre y vacaciones navideñas incluidas pasé seis meses seguidos en Colombia. Una experiencia así difícilmente se olvida nunca.
Lo que desde un principio me fascinó de este proyecto es que contaba la historia de un héroe anónimo, completamente desconocido pero directamente relacionado con acontecimientos que habían tenido gran repercusión mediática y de los que todos habíamos oído hablar. José Crisanto representa a todas las víctimas inocentes de los conflictos armados, a todos los desplazados del mundo. A través de una historia particular, se narra una historia muy universal. Es una historia conmovedora y al mismo tiempo llena de acción que te mantiene en vilo durante todo su metraje.
Inicialmente se planteó la posibilidad de rodar en México por razones de seguridad.
Yo me opuse. La única manera de hacer un retrato verídico y creíble de este viaje vital que es la película era rodando en los lugares reales donde habían tenido lugar los acontecimientos. Así que nos fuimos a Colombia, sin saber muy bien dónde íbamos a centralizar la producción. La película destila verdad y autenticidad por todos los poros de su piel, se puede oler y palpar la compleja realidad de este gran país. Fue una buena decisión.
Al poco tiempo de estar en Colombia, una vez dejada atrás la gran ciudad y en cuanto te internas por sus tortuosas carreteras una sencilla gran verdad te golpea de repente: es un país en guerra. Las FARC es la guerrilla más antigua de Latinoamérica y el país llevacasi cuarenta años inmerso en un conflicto armado. La presencia del ejército es patente en todas partes. Los soldados, fusil en mano, te saludan sonrientes desde el borde de la carretera con el pulgar hacia arriba, como diciendo, “tranquilos, estamos aquí”. Si los soldados no se dejan ver, puedes o debes empezar a preocuparte.
Decidimos centralizar la producción en Villavicencio, capital del Meta en los llanos orientales. Allí fue donde se reunieron los Jefes de Estado, delegados de varios países y cientos de periodistas durante la crisis de la liberación de los rehenes en el año 2008.
Los sucesos que sirven de punto de partida a nuestra historia. En nuestra primera visita nos presentaron a Alan Jara, que fue secuestrado por la guerrilla siendo gobernador del Meta y pasó siete años de cautiverio internado en la selva. Durante una cena muy amena nos contó fantásticas anécdotas sobre el secuestro. Nos hizo llorar de risa. Me impresionó su manera de transformar una experiencia tan traumática en un relato de aventuras lleno de un ácido sentido del humor. Siete años de cautiverio sufriendo terribles penalidades en lo más profundo de la selva colombiana, sin ver la luz del sol, no han podido doblegar su extraordinario espíritu. Su relato nos sirvió para darnos una idea muy vívida de la vida cotidiana en los campamentos de las FARC.
Uno de los grandes pilares de la película fue conseguir la colaboración del ejército para rodar algunas secuencias fundamentales. Necesitábamos helicópteros, soldados, vehículos, armamento, etc. Iniciamos las gestiones por varias vía, a nivel local en la base dela Fuerza Aérea en Villavicencio y a nivel estatal en las más altas instancias de Bogotá.
Todo parecía ir bien, lento pero seguro. El rodaje comenzó y para ganar tiempo movimos todas las secuencias que requerían colaboración del ejército al final del plan. Pronto nos dimos cuenta de que estábamos inmersos en un inmenso laberinto de burocracia militar que nos acabaría desquiciando a todos.
Ya con el tiempo encima, Juan Pablo Tamayo –el productor colombiano que nos hacía el service- y yo viajamos a Bogotá a entrevistarnos con la Jefa de Prensa del ejército nacional, quien tenía que dar el visto bueno al guión y aprobar la participación. Nos dijo que estaba todo aprobado. Respiramos aliviados. Que solamente faltaba la firma de un general y que era cuestión de un par de días más. Resultó que el día que le iban a pasar el documento a la firma al general las FARC asesinaron de un tiro de gracia en la nuca a cuatro rehenes policías y soldados, que llevaban más de 10 años secuestrados, durante el transcurso de una incursión del ejército para intentar liberarlos. Esto fue un auténtico drama nacional, además comprometía mucho al gobierno y al ejército pues este tipo de acciones son muy criticadas por la opinión pública y los familiares de los rehenes, pues ponen en peligro la vida de los mismos. Efectivamente, se les echó encima la opinión pública, el Presidente dela Repúblicay el Ministro de Defensa tuvieron que comparecer en televisión a dar explicaciones. La gente se echó a la calle a protestar y se organizaron multitudinarias manifestaciones en Bogotá. Como es natural, toda la cúpula mayor del ejército se volcó en esta crisis y nuestro permiso quedó olvidado. Entramos en un gran bucle de llamadas constantes, esperas llenas de angustia y gran desesperación.
Convoqué un gabinete de crisis y decidimos que había que marcharse de Villavicencio inmediatamente. Salir para Bogotá a rodar la última secuencia de la película. El equipo de producción colombiano se arremangó y sacando fuerzas de flaqueza se pusieron manos a la obra para lograr cambiar las fechas de los permisos y así de un día para otro estábamos listos para rodar en pleno centro de Bogotá con cortes de tráfico incluidos.
Mientras se rodaban las últimas imágenes de la película, los productores pasamos de despacho en despacho de general en general para conseguir agilizar el permiso para rodar con los ansiados helicópteros. Era ya prácticamente imposible conseguirlo y nos planteamos desde hacerlo en otro país a cortar el rodaje y volver después de navidad.
Cualquier opción era una catástrofe, en definitiva.Por fin logramos entrar en la base a localizar con Miguel y con Emiliano, el ayudante de dirección. Sin embargo nuestra odisea no había terminado, nuestro contacto de carne y hueso, el Mayor Quintero, no pudo llegar para recibirnos pues un helicóptero se accidentó y tuvo que dar la vuelta a medio camino y regresar a Bogotá. Un teniente nos paseó por la base, vimos un montón de helicópteros pero nos explicó que la mayoría estaba en mantenimiento y que no se sabría con qué helicópteros podíamos contar hasta el momento justo de rodar, pues podían estar todos ocupados en alguna misión. Tampoco encontramos un lugar dentro de la base que nos sirviera de casa de la fiscalía donde alojar a la familia como testigos protegidos. Una vez más, tuvimos que improvisar y lanzarnos a buscar casitas adosadas por las urbanizaciones de la zona a ciegas. ¡Al día siguiente llegaba el grueso del equipo y teníamos que rodar como fuera!
El mayor Quintero llegó por fin a las nueve de la noche y nos reunimos para concretar la entrada a la base y el rodaje al día siguiente.
Meter a 80 personas de equipo en una de la mayores bases del ejército colombiano con tan poca antelación no era tarea fácil, debido a las lógicas medidas de seguridad. Los tres días siguientes fueron una auténtica montaña rusa de emociones, adrenalina disparada, vuelos en helicóptero, dificultades de coordinación tierra-aire, convivencia dentro de la base de un equipo de rodaje completo con los pilotos, soldados y oficiales… Tanto unos como otros se volcaron y sacaron lo mejor de sí para darlo todo.
Fue un fantástico final feliz para nuestra aventura. En el momento en que se dio el corte al último plano de la película todos empezamos a abrazarnos y la gente se puso a llorar, algunos a lágrima viva, otros a duras penas lograban ocultar sus lágrimas por pudor.
Allí había gente muy curtida y bregada en mil rodajes que no se libró del llanto y que como yo nunca había visto un fin de rodaje tan emotivo.
Desde aquí quiero expresar mi agradecimiento a todo el equipo y especialmente a Juan Pablo Tamayo y Carmencita Pineda cuyo compromiso, dedicación y entusiasmo han hecho posible este rodaje.
fuente