Activa desde la década del setenta, Ana María Mazzei (Caracas, 1946) es una de las artistas más consistentes de la generación postcinética, en la cual figura como pionera del conceptualismo local. En ese marco, sus búsquedas se han enfocado en la exploración de la naturaleza, indagación que ha desarrollado con diferentes medios: del dibujo a la gráfica y la pintura, de la instalación a la fotografía. En todos estos casos, el mundo orgánico aparece como un referente constante, ya sea aprovechando la matriz anillada de la madera o mediante la introspección en el paisaje.
En general, su obra esta impregnada por una pulsión alegórica que sintetiza sus preocupaciones ambientales, antropológicas y artísticas, sustentándose en una depurada estrategia perceptiva que, según palabras de la artista, propone un “diálogo entre el soporte y el contenido”. Con esa premisa, la serie de trabajos que conforman el proyecto Azimut enla Galería D´Museo (2012), retoma algunas de sus inquietudes precedentes.
En estas obras la rotunda homogeneidad de la superficie se interrumpe con leves hundimientos, generando ángulos discretos, cuyos vértices se hunden en el plano. Los cortes son limpios; asestados con precisión quirúrgica, pero sin dejar que las fisuras y quiebres sugeridos conduzcan a una fractura irreversible del soporte. A partir de allí, el sentido de la obra reside en la tensión generada por la alternancia de rupturas y continuidades, de ocultamientos y emergencias.
Frente a ello, queda en suspenso el estatuto ontológico de estas proposiciones, pues se hace difícil distinguir con claridad si son pinturas, objetos, relieves o ensamblajes. En realidad, se trata de dispositivos transmediales cuya configuración sensible excede las taxonomías tradicionales. El “cuadro” -esa denominación eufemística que identifica a la pintura en occidente- adquiere volumen, al tiempo que las líneas y ángulos que lo componen reniegan de la corporeidad, diluyéndose en una atmósfera monocroma. Precisamente por ello, estas obras ponen en cuestión el significado de los procedimientos artísticos y las declinaciones semánticas que las identifican.
De este último aspecto se desprende otro cuestionamiento relativo a la crisis del modelo artesanal y de toda la ritualidad que suele acompañar la cosa “hecha a mano” por el artista. Ya no se trata de representar o reproducir con precisión un motivo cualquiera, sino de evocar la cosa referida con elementos de reemplazo, más asequibles y de efecto similar. Y es que ya nada es puro, esencial o auténtico como antaño se suponía. Hoy todo es artificio, todo es construido. De manera que cualquier propósito o intensionalidad artística se concreta en una realidad de apariencia deseable, aunque no necesariamente sustantiva.
Eso es precisamente lo que ocurre con la idea de la naturaleza en la obra reciente de Mazzei, quien trabaja con materiales de reemplazo, en este caso chapilla de madera producida industrialmente. En vez de troncos y tablones macizos, lo que se ofrece son láminas de factura impecable, con betas y colores “diseñados” al gusto de los consumidores. Consciente de lo que esto implica, la artista nos coloca ante las coordenadas imprecisas de un paisaje artificial, donde la integridad de lo natural sufre un proceso de recodificación cultural y el ornamento se transforma en estructura.
Por Félix Suazo
Caracas, noviembre de 2012