Violette Bule (Valencia, 1980) no buscaba mostrar lo que ya todos conocen. Hace dos años decidió convivir cinco días, durante aproximadamente seis horas cada uno, con 170 presos de cinco cárceles venezolanas. Pero no entró a retratar las carencias… sino a captar sus virtudes. Fue a dictar talleres de fotografía en el Centro Penitenciario de Los Andes, en Mérida; en el de Occidente, en Táchira; en el Internado de Tocuyito, en Carabobo; en el Rodeo y en el Inof (Instituto de Orientación Femenina de Los Teques), en Miranda.
Llegó ahí en 2010 para documentar el trabajo que realizaba la Orquesta Sinfónica Penitenciaria. Y luego entró por instancias «no oficiales» para presentarle a los internos «el poder de la fotografía como una herramienta de transformación».
«Y cuando llego, son ellos quienes me interrogan. Me preguntaron: ‘¿Por qué trabajas con nosotros?’. Y la verdad, no lo sé. Si yo pudiera saber por qué carrizo voy para allá… ¡Quizás hay un malandro dentro de mí!», exclama Violette Bule.
Las miradas de la fotógrafa y la de los talleristas fueron seleccionadas, gracias a la curaduría de Helena Acosta, para ser expuestas, entre el 1 de diciembre de 2012 y el 14 de enero de 2013, en Tokio Wonder Site, un centro de arte contemporáneo adscrito a la Fundación Metropolitana de Historia y Cultura de Tokio, en Japón.
«Cada año abren un concurso. En este se tocaba el tema del rol de curador de arte. Soy bastante allegada el proyecto de Violette Bule, y comencé a desarrollar una investigación. Intento que el espectador pueda entender el trabajo de educación fotográfica como una herramienta para liberarse de la realidad tan cruenta, a través de dos miradas: la de Violette y la de los participantes del taller. Es una iniciativa para humanizar el sistema penitenciario venezolano», asegura Acosta.
La exposición, De la Lleca al Cohue (De la calle al hueco), presentará 15 imágenes tomadas por Bule y 72 hechas por los privados de libertad en el taller con 40 cámaras desechable. Además de un video documental que ahondará en las vivencias de las clases.
«Como no tenía cámaras profesionales, porque es autofinanciado, tuve que limitar el taller a la historia de la fotografía clásica y, un poco, a la historia de la fotografía en Venezuela. Hacíamos cine foros. Les enseñé la técnica de la composición. Aprendieron reglas de tercios; planos, ángulos y centrados; a leer la luz lateral, frontal y contraluz. En la mitad del taller ellos toman fotos con las cámaras desechable. Yo las revelaba y se las llevaba. Los resultados los exponíamos en el penal; y ellos, al final, se quedaban con las fotos», cuenta la artista.
En la cárcel de El Rodeo, por ejemplo, tuvo 57 alumnos. Todos asistieron sin falta a las clases. Además de que se trata de una actividad que los ayuda en los procesos penales que se les sigue, los participantes, cuanta Bule, se comportaron como si estuviesen en el patio de su casa y no en una cárcel.
«Trato de mostrar gente como yo, con las que me conecto; gente normal, que está ahí por situaciones de la vida, en muchos casos, injusta. Claro, hay documentación. Por ejemplo, hay unas fotos muy bellas, pero cuando profundizas en ellas puedes ver un montón de tiros en las paredes. En eso va, más o menos, el contraste del trabajo. Ellos buscan liberarse, se tratan familiarmente. Toman muchos símbolos: rejas y cielo», recuerda la fotógrafa.
En cada una de las cárceles a la que asistía como profesora, Violette Bule aprendía algo distinto. Para ella, simplemente, esta experiencia es la más significativa que ha tenido en toda su carrera como fotógrafa.
«He dado clases en escuelas que son muy buenas y costosas. Pero casi tengo que darle con un látigo a los alumnos para que me llevan la tarea. En este caso, los veías anotando en donde sea las clases. Me decían: ‘Proesora, cómo es que se llama el señol Bresson. Ese es arre……., proesora’. ¡Es demasiado gratificante! Desde la precariedad salen las mejores fotos», concluye la fotógrafa, que decidió mirar con otros ojos la realidad que todos conocen.
Fuente EL UNIVERSAL / DUBRASKA FALCÓN