Universalizar lo regional podría definir, sin enmienda calificadora alguna, la más alta virtud de las silvas de nuestro primer poeta de América. Ya su creación maestra, su Gramática, bastaría, estamos ciertos, para darle definitiva desmesura estética y humanística a su eternidad.
Pero es en las silvas La agricultura de la Zona Tórrida y en no pocos versos de laAlocución a la poesía donde se da con ventaja la invitación del poeta a que abracemos la causa de la naturaleza tropical, la defensa y provecho de su exuberancia verde y fluvial, la pasión por sus flores y sus frutos, la práctica de la cultura del arado y la civilización de la semilla y su transfiguración.
Bello se atrevió a llamar al ananás, al cacao, al maíz, a la maya, al tomate, con sus nombres náhuatl y tupí-guaraní, en alianza con las muy cultas definiciones grecolatinas con que la lírica europea bautizara a la naturaleza ataviada de retórica neoclásica que por entonces ejercía señorío en la lengua castellana del Imperio español.
El trasfondo de estas dos levantadas obras de la poética americana, así universalizadas, se sustenta en una gran metáfora de soberanía geográfica. Por vez primera —ya lo hemos dicho— las voces aborígenes de nuestras intemperies enriquecieron con un lenguaje poético más vario la poesía ecuménica, dándole inusitada belleza sonora y verbal.
“Libertador Intelectual de América”, ha llamado don Pedro Henríquez Ureña al Andrés Bello bolivariano. Libertador de nuestra geografía poética, nos provoca agregar a los muchos laudos que lo distinguen.
En este mes donde rendimos, una vez más, tributo al nacimiento de Andrés Bello, hemos querido exaltar su poesía de la tierra nuestra, la de su floresta y sus valles, la de sus blancuras heladas y su sol ardido, la del camino de sus arroyos y la del agua alada de sus cataratas.
Releyendo en estos tiempos las silvas, hallamos lo que toda gran poesía oculta: su lectura virtual, su voz secreta. Esta clara oscuridad que se sustrae a la visualización primaria, nos propone la otra lectura, quizás la verdadera, la de avivar, roturando los campos y segando sus sementeras, la sangre que sobre ellos derramaran los soldados de Bolívar y las huellas que hincaran sus caballos.
No basta con obtener la libertad política —pareciera sugerirnos el maestro Bello— y evocar a sus héroes y a sus mártires. Es preciso sembrar esa sangre y esas huellas mezclándolas con las simientes de nuestras Zonas Tórridas.
La geografía humana es sin duda la gran metáfora de la poesía de Andrés Bello. Es nuestra invitación a habitarla y a prodigar su fecundidad en cada uno de nosotros.
Fuente: Luis Alberto Crespo.