Entre las personalidades y circunstancias que han contribuido al brillo y conocimiento universal de Venezuela, sus pintores ocupan un lugar de primerísima importancia. Su obra nos ha hecho figurar con tal frecuencia en el vasto mapa del ingenio humano, que bien podría hoy hablarse de una “tradición artística” que iniciada a finales del siglo XIX no ha dejado desde entonces de renovarse puntualmente en cada generación.
Se trata de una verdadera saga de grandes artistas, como Arturo Michelena, quien en 1887 obtuvo la Medalla de Oro en el Salon des Artistes Français. Armando Reverón, nuestro gran maestro, creador de un fabuloso universo personal. Jesús Soto, Alejandro Otero y Carlos Cruz-Diez, grandes representantes del cinetismo y el arte geométrico; o Jacobo Borges, renombrado pintor figurativo y comunicador visual. Esto, por solo mencionar algunos artistas que han logrado ese amplio y sólido reconocimiento global, mientras aún se desconoce en dicho contexto a Bárbaro Rivas, excelente creador, sublime pintor; tal vez, el mayor y mejor guardado secreto del arte venezolano.
En la actualidad, el potencial artístico venezolano se desenvuelve y prolonga en múltiples cauces, tal como el delta de nuestro gran río Orinoco. Varias generaciones de creadores concurren y se expresan en multiplicidad de lenguajes y medios. Lo hacen en el país y alrededor del mundo, sorteando todo tipo de dificultades, pero manteniendo vivo el legado.
El asunto de esta exposición es la pintura. Se expresa, efectivamente, mediante una selección de pintura venezolana contemporánea que reúne los trabajos de 10 artistas pertenecientes a diferentes generaciones y tendencias, bajo la idea de establecer un conjunto de hilos conductores que revelen los vínculos existentes entre ellas, evidenciando un cuerpo plural y tendiendo los puentes que nos permitan transitar su diversidad. Creando una red de correspondencias; una cartografía, que pudiera tal vez servirnos de referente inicial, en la vía hacia una comprensión más amplia del arte contemporáneo en nuestro país.
Está presente en ella el ya clásico debate en el que se ha desenvuelto principalmente nuestra pintura, durante buena parte del siglo XX hasta nuestros días: la alternancia protagónica entre figuración, abstracción y geometría, pero observada a partir de una nueva perspectiva que busca enlazar contenidos, generar correspondencias que promuevan la generación de nuevos espacios significantes , nuevas prolongaciones de la razón y el gozo estético, a partir de conceptos, a priori, inconciliables.
Es así como podemos asistir aquí a un rico y fluido diálogo generacional, en torno a contenidos figurativo-expresionistas a través de las obras de Russo, Brines, Vivenes y Ferrer. Compaginar, entre la obra de Natalia Rondón y la de Paul Parrella, el mapa telúrico cargado de tiempo, y las anotaciones sobre elementos del paisaje, a manera de detalles sublimados. Encontrar entonces allí cierta relación de consanguinidad, respecto al trabajo de Baroni, o cómo la materia deviene paisaje y éste, a su vez, engendra figuraciones. Y luego asistir al proceso por el cual lo telúrico, intervenido por la razón, se convierte en paisaje urbano sin obviar, en el caso de Rugeles, la presencia del hombre atrapado en sus propios laberintos. Para entonces observar cómo ese espacio urbano se geometriza y desdice su carácter figurativo, buscando nuevos enunciados de la re-presentación, hasta devenir con Fermín un plano mínimo, cargado de potencialidades volumétricas.
La lejana, hermosa y milenaria China, se convierte en el escenario de esta reunión. Nos ofrece uno de sus más prestigiosos museos, brindándonos así una plataforma privilegiada. Es un verdadero honor que se nos hace y que agradecemos infinitamente, esperando que nuestra muestra pueda contribuir al mejor conocimiento de los pueblos venezolano y chino.
Fuente: Marisela Montes.