El director Editorial de Planeta se pasea por Bogotá como Pedro por su casa, pero a pesar de todo, de saborear el ajiaco santafereño, el juego de lulo, la arepa de chócolo, de comerse una arepa con queso y comerse un tamal santandereano, no deja de añorar su Perú del alma.
– ¿Qué recuerda más de Perú “La flor de la canela” o “Fina estampa”.
– La canela fina sobre de los postres de las abuelas limeñas. Aunque Fina estampa es siempre esa música de fondo de tardes de domingo, Caballos de Paso Peruano, almuerzos interminables.
– ¿Chabuca siempre Granda o grande?
– Una voz inmensa y de una elegancia categórica. Ella no cantaba: fundaba las cosas al nombrarlas.
– ¿Alguna vez pasó por “El puente de los suspiros”?
– He suspirado sobre el puente y también debajo de él. Mi casa quedaba a unas calles, en el barrio que tiene los años y el encanto de La Candelaria y que se llama Barranco, quizá porque mira al mar sobre el acantilado.
– ¿Qué leyó de Ciro Alegría?
– Los perro hambrientos, en los primeros años del colegio, cuando me aburría leer.
– ¿Es mejor El viejo que leía novelas de amor o Conversación en la catedral?
– Es mejor Conversación, pero mejor aún es La guerra del fin del mundo, libro inmenso, épico, emocionante desde la primera página hasta la última. Es el Nobel escribiendo una gran novela que ocurre en Brasil, probando que la imaginación no tiene patria.
– ¿Cómo llegó al mundo de los libros?
– Desde el periodismo. Fui editor de la revista de crónicas Etiqueta Negra y allí cumplí con el servicio literario obligatorio una buena temporada. La revista fue una escuela fantástica con maestros como Julio Villanueva Chang y Toño Angulo Daneri. A ellos debo mis ganas de apostar por contar buenas historias, por no dejar de sorprenderse, por estar convencido que en el periodismo la verdadera última tecnología es la curiosidad.
– ¿En su casa siempre hubo libros?
– Llegaban en cajas todos los meses, hasta la puerta de la casa. Mi padre es el lector más voraz que yo haya conocido. Entonces, mi padre ordenaba enciclopedias de arte, de historia, de música, libros con mapas del mundo, libros de ciencia, y luego el pasábamos horas abriendo las cajas y sacando esos pesados bloques que olían a tinta y a papel nuevo. Después nos echábamos en su cama y él me leía el mundo. Yo pedí que las cajas no las tiraran a la basura, y cuando mi padre estaba en el trabajo todavía, sacaba todos los volúmenes de las estanterías y los volvía a empacar. Luego quedaba todo listo para jugar con mi hermano a la librería. Él tenía su tienda improvisada y yo llegaba a ofrecerle las novedades. Uno de niño no tiene idea que con esos actos involuntarios va trazando un destino, una vocación.
– ¿Qué libro recuerda con especial cariño?
– El Diccionario geográfico del mundo que me regalo mi padre cuando cumplí 8 años. Todo lo que quería saber estaba en ese libro que me pareció perfecto. Los diccionarios no solo eran de palabras y sus significados. También uno podía buscar ríos, países, ciudades. Además el regalo me llegó con unos marcadores de colores, como una invitación a que fundara mis preferencias. Mi madre también me leía muchos cuentos y recuerdo uno en espacial que me leyó cuando era muy niño: La babuchas de la desdicha.
– ¿Por qué ancló en Colombia?
– Porque hay una industria editorial históricamente muy poderosa y porque hay una posibilidad enorme de desarrollar grandes proyectos editoriales. Siempre escucho que hay quejas de las pocas posibilidades, pero creo que es al revés. Colombia es un país culturalmente muy rico, con una tradición literaria magnífica y creo que está todo hay mucho por hacer y por supuesto queda espacio para innovar. Además, me parece muy familiar y a la vez asombrosamente distinto: chusca en el Perú es ordinaria.
– ¿Cómo se manifiesta la nostalgia de Perú?
– Cocinando. Comiendo. Cocinando. Volviendo a comer.
– ¿Ya empezó a cambiar la cumbia por la marinera?
– Sí. Y ya me a extrañar el jugo de lulo y la arepa de chócolo cuando estoy fuera.
– ¿Qué ha sido lo más gratificante de su trabajo?
– Ver a “no lectores” leer libros que pensamos que podían seducirlos y cumplir así el pronóstico. Poder ser editor de varios de los autores a quien uno admira como lector y ser un buen sparring. Crear proyectos editoriales que tengan gran repercusión entre los lectores y en los medios. Encontrar libros inspiradores para mucha gente. Aprender y descubrir nuevos mundos a diario y conocer gente fascinante. Viajar a ferias para alimentar la cabeza de nuevas ideas y nuevos libros.
– ¿Por qué mantenemos aún tan bajo el índice de lectura?
– Porque todavía los libros son solemnes y aburridos para mucha gente. Porque no hemos sabido conectar mejor con ese público “no lector”. Porque el libro aún es visto como una obligación escolar, una tarea por hacer para ser más culto. Y los libros no son eso. Son aventuras, son entretenimiento, deben despertar la curiosidad. Además, porque no hemos entiendo bien cómo llegar de manera más afectiva a los lectores potenciales.
– ¿Cómo se ve el índice de lectura?
– El índice de lectura siempre es visto como esa falta de voluntad de la gente por acercarse al libro. Pero creo que más que eso: los libros tienen que estar a mano, a precios adecuados para el mercado al que van, con temáticas que interesen al público y que le quiten la carga de solemnidad con la que se suele “vender” la lectura.
– ¿Se hace mal marketing?
– Hacemos un mal marketing del libro, asociándolo a cierta superioridad intelectual, y por eso la televisión, que no te obliga a nada ni te promete nada, seduce con mayor facilidad.
– ¿Qué propone para que los colombianos se habitúen más con los libros?
– Convertir los libros en un fenómeno pop. Poner de moda leer de un modo seductor, aprendiendo de los fenómenos que se gestan de pronto en las redes sociales cuando una imagen, un video o una canción emocionan a dos millones de personas en 24 horas. Buscar que además el canal de distribución crezca y los libros puedan estar en todas partes y no solo en las librerías y supermercados. Estamos en un país donde la mayoría de gente vive a varios kilómetros de un punto de venta. ¿Cómo queremos que la gente lea?
– ¿Cree que vamos a asistir a la muerte temprana del libro para leerlo en tableta?
– Como dice Umberto Eco: “El libro es como las cucharas o las tijeras: una vez inventados no se puede hacer nada mejor”. Creo en la convivencia del libro y de las tabletas. Como la bicicleta y la moto. Como el cine y la fotografía. Los libros serán los nuevos vinilos de la industria.
– ¿Sentirá nostalgia del olor a la tinta fresca y a las portadas y a los autores?
– No creo. Creo que el libro en papel volverá a hacer un trabajo de artesanos en todo caso. En un futuro donde cualquier podrá escribir un libro y subirlo a una tienda virtual para ser vendido, y donde el problema será la oferta infinita, el papel cobrará doble valor. Será muy caro imprimir libros y por eso todo aquello que se imprima a la usanza antigua será todo aquello de merezca la pena la inversión. Todo aquello que tenga más valor sobre lo digital.
– ¿Se comería una jalea marinera leyendo a qué autor?
– Literatura y gastronomía en cualquier parte. Sobre todo frente al mar en verano. Desde Balzac hasta Zambra.
– ¿Qué autor le gustaría tener en su fondo?
– A Vargas Llosa, a Sandor Marai, a Malcom Galdwell, y muchísimos y a varios colombianos que no mencionaré, empezando por el Nobel.
– ¿Por ninguna razón, a quién no le publicaría?
– No tengo prejuicios como editor. Pero si me preguntas a quién no leería, como lector si tengo muchos.
Fuente: Jorge Consuegra