Renata Durán, en su biografía novelada Cuatro mujeres imprescindibles ( B ), traza un perfil alucinante de Isabel Eberhardt (1877-1904), suiza de origen ruso. Isabel, siempre nómada y audaz, tiene una vida frenética y fascinante, su fuerza poética es excepcional, mujer de rara inteligencia es ágil y hermosa, y la sensualidad voluptuosa la conduce a delirios místicos.
Si Alexandra David Neél vive obsesionada por el Tibet, Isabel se enamora del Sahara con un amor oscuro, misterioso y profundo. Su sed de infinito se sacia con ese océano de arena y peculiar silencio en el silencio. La amazona, lo describe así: el sueño mágico del desierto me subyuga, el indescriptible despertar ante la inmensidad, disolverme en su radiación vibrante despojada de cualquier atadura. Mujer como ninguna, enteramente dueña de mí. Soy esencialmente libre, cabalgando locamente en esos cielos nublados o dorados, cambiantes y efímeros como yo y sin embargo eternos. Y en ese cielo inundado de luz, ir siempre más allá. ¡Sí, siempre más allá!
Isabel atraviesa más de 500 kilómetros montando a caballo los países de arena. Vive en un éxtasis permanente al tratar de apaciguar su alma inquieta.
Isabel, cambia de nombre constantemente, le gusta vestirse de hombre como Manuelita Sáenz, la amable loca de Bolívar. Isabel de identidad múltiple y de espíritu bohemio, se hace a golpes, el sufrir mucho y el dolor le cincelan un carácter fuerte. Su sed de evasión la conduce a situaciones autodestructivas y depresivas que la llevan al fanatismo religioso y a los excesos del alcohol. Su alma es trágica. Se hace musulmana. La personalidad extrema le hace amar el riesgo y asume sin temor todos los excesos. El temperamento ciclotímico e hipersensible, hacen de ella, un volcán de emociones en contrapunto.
La viajera incansable es políglota, hambrienta del alimento celeste, cultiva el pensamiento, la ciencia y la poesía. Lee muchísimo. Nietzsche y Dostoievsky la apasionan. La prosa poética y metafórica la distinguen como escritora. Las descripciones son deslumbrantes, el lirismo erótico desmesurado. La intensidad vital, el desapego a lo material, la personalidad inestable, la fascinación por la luz, la voluptuosidad de una vida a contracorriente son visibles en sus espectaculares narraciones. Así nos dice,
¡Qué embriagueces, qué ebriedades de amor bajo aquel sol ardiente. El goce entre los goces!
Isabel, se desespera con el sedentarismo, tiene la fiebre de errar, es un ser romántico como Don Quijote, ama la libertad como el Caballero de la locura. Es inclasificable, sorprendente, caótica, impulsiva, el espacio sin coordenadas la embriaga.
Escritos íntimos es su libro más impresionante. Escribe como ama, así también lo expresa Simón Bolívar, tengo mi alma pintada en el papel. Isabel se desnuda, en sus obras, sin inhibiciones ni prejuicios. Quiere ser siempre extranjera, una mujer universal, enamorada de los horizontes cambiantes y más lejanos, se incendia con su propia llama.
La dama del Sahara, vive a su manera, a veces es Meriem, Mahmoud Saadi, Nicolás Podolinsky, Nadia. Se hunde en profundas introspecciones. En una de sus cartas, hay una confesión desesperada: odio el campo cultivado, los parajes verdes y llenos de trigo. ¿Por qué prefiero y tengo ese gusto malsano por las arenas y los pedregales de las tierras muertas y los lagos de sal? ¿Por qué prefiero a los nómadas? ¿Y a los miserables frente a los ricos? Odio la ley, sobre todo porque implica la indiferencia. Soy muy rusa en el fondo.
Isabel, la contestataria, aboga por un socialismo humanitario, reconoce que la vida real es hostil y la confronta, en mis relatos verdaderos no habrá nada de lo que estamos acostumbrados, ni fantasías, ni intrigas, ni aventuras. Nada más que la miseria cayendo gota a gota. Son las vivencias de un mundo colonial que humilla y somete al África árabe.
Isabel es el culto a la luz, es dormir en la frescura y el silencio profundo, bajo el vertiginoso derrumbe de las estrellas, sin familia y sin confidentes, en la soledad fiera y sombría de mi alma. Iré solitaria hasta la muerte.
Isabel Eberhardt, esa mujer original, pasional e irrepetible, muere a los 27 años en los mares de arena que tanto amó.
Por: Richard Brooks (Ciudad de Panamá)