El paisaje ya no es paisaje. Se ha convertido en otra cosa. Quiere ser orgánico, quiere ser una presencia fantasmal, quiere humanizarse pero en seres inasibles, quiere siempre postular una alteridad. ¿Chispas que semejan caballitos de mar pueden ser edificios nocturnos? ¿Palmeras que en otro horizonte hubieran sido de Reverón pueden resumirse a puro cromatismo? ¿Cocoteros que aparecen pulverizados o petrificados pueden aspirar a una playa? ¿Palmeras que son siamesas pueden crecer bajo estampas doradas o violáceas? El reflejo del agua tiembla, el follaje es un esqueleto, los lagos son pura nubosidad, la cascadas caen pero desde un sueño, los atardeceres son naranjas disecadas, un perro camina con lo que le queda de alma sobre la arena. El paisaje es borrón, el paisaje es simulacro, el paisaje es simiente para llegar a ninguna parte, el paisaje es pretexto. Pre–texto, se entiende bien, porque del referente clásico siempre saltaremos a otra fase, que consigo trae su propia disolución. Extraña operación la que exalta sobre el borrón, la que reconoce la belleza natural pero luego la desnaturaliza, la que tiene siempre en cuenta a diosa Natura pero luego la sacrifica en el altar de otras fidelidades.
¿Puede hablarse de artificio en esta secuencia de admirables fotos? Me parece más bien que puede hablarse de dolor, de profundo dolor, porque quien ve y retrata también ama, también padece. Quizás la elaboración tiene que ver con que la desnudez ya no es posible, como pudo serlo en la fotografía clásica. Del atardecer sólo interesa la veta ocre que lo hace perdurable, del mar sólo importa su inmovilidad, del sacrosanto Ávila sólo se rescata una flor referencial que en el conjunto sólo sirve de marco, del danzarín sólo se salva la zapatilla dorada que flota sobre un suelo incomprensiblemente rosado. Y así hasta crear puras abstracciones, una tras otra, que pueden ser pensamientos o imágenes congeladas en la memoria. Paisaje que termina siendo mental, preso en las circunvalaciones del cerebro.
Julio Iribarren apuesta a una desestructuración, a una caída, a un recomienzo. La belleza se descompone en pequeños trazos, en pequeños olvidos, en pequeños cabos. Y en todos, el paisaje muere, muere en nosotros, muere en el paisaje también perdido que es nuestra alma.
Fuente: Vilma Ramia.