“Gabo” está de cumpleaños
Dmitri Medvédev galardonó hoy al escritor colombiano Gabriel García Márquez con la Orden de Honor, esto por “la contribución al fortalecimiento de la amistad entre los pueblos de Rusia y América Latina”, señaló el comunicado.
Esta Orden fue creada en 1994 para galardonar a figuras en el campo de la ciencia, las artes, la industria, la cultura, la filantropía y la educación.
Por su parte México también celebra el aniversario del autor realizando diversas actividades en varias partes del país. Se han realizado exposiciones fotográficas “Gabriel García Márquez y sus 100 años de soledad” es una composición de fotografías, documentos, reportajes en periódicos y testimonios de otros autores que hablan del momento que el autor vivió para crear esta magna obra que trasciende las fronteras.
lectura ininterrumpida de la novela, lecturas colectivas, talleres, homenajes televisivos y demás. se hacen presentes en este aniversario del colombiano, no sólo hoy sino durante todo el año
Geograficamente el autor tiene en Aracataca una ruina donde se puede apreciar la habitación donde nació, llena de personajes solitarios, desgreñados, junto a una fabrica donde por primera vez Gabo vio el hielo. Y es que no solo se habla de la geografía física, sino la temporal, la celebración no es únicamente de su cumpleaños sino también de los 45 años del nacimiento de los Cien años de soledad, 60 del primer cuento, 30 del premio nobel y 10 de haber empezado sus memorias Vivir para contarla.
En conmemoración a esta gran fiesta aniversario también llegara a las librerías el ebook de Cien años de soledad con su primera portada: un galeón en la selva amazónica.
Les dejo este artículo de opinión publicado en El País de España a propósito de esta fecha
La máquina de reír. Cuando escribía con mono azul, en la calle Caponata de Barcelona, García Márquez tenía 43 años y ya era tan famoso como Cien años de soledad. Era, como dijo en 1966 Luis Harss, el argentino que estableció el primer canon del boom, “un hombre escrupuloso, intenso, voluble, que hará cualquier cosa para llegar a la gente, para que lo quieran, como dice, hasta escribir libros”. Y no había vencido, desde Aracataca, una timidez que combatía encerrándose. Cuando abría la casa, en Barcelona, había inventado un artilugio para simular que aquella timidez no le impedía aparecer como unas castañuelas. Era una máquina de reír que se accionaba en cuanto Mercedes, su mujer, o él mismo le abrían la puerta al visitante.
La conversación y el sueño. Ya no es el conversador que fue, pero eso sucede desde hace rato. Se rodea de los suyos, entre los cuales hay media docena de fieles que siempre han estado cerca, como Álvaro Mutis, que le dio a leer a Juan Rulfo. “Esto es lo que tiene usted que escribir”. Como conversador es más bien un introductor un preguntador. “Ven acá…”, dice, y suelta un asunto; luego ya pasea por las nieblas de sus otros pensamientos. Hasta que al final, satisfecho o quizá aburrido, introduce otro tema: “Oye, ven acá…”.
“Yo no quiero estar”. Nunca le gustó que le hicieran estar donde no quisiera. Quiere a sus amigos, los aplaude (adelantando las manos más allá de los palcos, como hace, por cierto, el actual director del Cervantes, Víctor García de la Concha) y los acompaña. A Carlos Fuentes vino a aplaudirlo así cuando al novelista mexicano le dieron el premio Príncipe de Asturias. Y acepta escribir fajas para algunos muy insistentes. Y siempre repite lo mismo: “Este es el libro que a mí me hubiera gustado escribir”. Cientos creen que la concibió solo para ellos… Uno de sus editores le recuerda gritar de rabia cuando se vio en la tarjeta de la presentación de un libro de uno de sus amigos: “¡¡¡Yo no quiero estar ahí!!! ¡Yo no quiero estar ni ahí ni en ninguna parte!”.
Autorretrato. Esto es de febrero de 1982, escrito aquí, en EL PAÍS: “He dicho por todos los medios que no participo en actos públicos, ni pontifico en la cátedra, ni me exhibo en televisión, ni asisto a promociones de mis libros, ni me presto para ninguna iniciativa que pueda convertirme en un espectáculo”. No lo hace por modestia, sino por algo peor, añadió: “Por timidez”. Y por timidez hacía que riera aquella máquina infernal cuando pasabas el umbral de su casa.