Una característica de esta novela es la manera tan fresca de leerse. No es una obra sencilla, es la historia de una familia, vista desde la óptica de la primera generación que se conoce de una manera romántica en medio de una protesta entre japoneses y chinos, ella, hija de un general de alto rango, él, un simple soldado italiano que cumple sus años de servicio.
Jaruko y Antonio vivieron un gran amor, lleno de obstáculos que echarían para atrás cualquier relación pero que afianzó el gran sentimiento que sentía el uno por el otro. Desde separaciones por largos meses hasta los fracasos económicos por los problemas políticos de la Segunda Guerra.
Susy Calcina, la autora, en el primer capítulo comienza a desplegar la historia, su pluma se siente temblorosa, como con temor, pero luego se afianza y comienza a desgranar con soltura una historia que atraviesa los paisajes de Japón, los problemas bélicos, la presión de Mao, la vida italiana, la dureza de Estados Unidos y los problemas raciales, donde no sólo eran desplazados los negros, sino también los blancos, para llegar a una Venezuela que daba tumbos políticos y todavía estaba en pañales en evolución arquitectónica, pero era mucho más estable que cualquier ciudad donde estuvieron, la historia de esta tierra que terminó siendo la que los acolchó cuando la paciente muerte los visitó.
Uno de los personajes más ricos y bien estructurados es Jaruko, quien también se llama Anna – nombre que recibió luego de casarse con Antonio – creció viendo a su madre domada y sumisa ante el carácter de un general japonés machista y déspota, esto la llenó de una rebeldía que la caracterizó toda su vida, su espíritu era intenso y lleno de vitalidad, jamás su condición de mujer fue obstáculo para sentirse inferior y enfrentó junto a sus hijas, hambre, necesidad, segregación racial y problemas políticos, mientras su esposo probaba suerte en otras latitudes, crió con voluntad de hierro y con carácter indomable a sus hijas, siendo temida por los jóvenes que intentaban acercarse a ellas, pero también tenía una delicadeza poética que la caracterizó como artista. Jaruko fue una mujer digna de haber sido inmortalizada en esta obra.
Antonio no deja de ser un personaje apasionante, a pesar de que la autora se centró más en Anna, este hombre es inmensamente rico espiritualmente, su ingenuidad lo caracterizó, envuelto en una fuerza que nunca lo hizo desistir, un poder para levantarse de las múltiples derrotas y terminar en la posición que siempre deseó. Sólo tuvo ojos para su esposa a pesar de los amoríos que lo envolvieron, un hombre que siempre quiso tener un hijo varón pero amó a sus hijas, un hombre que no vivió de los complejos morales y tuvo la inmensa suerte de poseer una esposa de tan alta talla.
Ambos formaron una historia de amor que atravesó la mitad del siglo XX, amándose con una fuerza apasionante y demostrándoles a los lectores no el simple amor del placer carnal o las flores sino el verdadero amor, el que enseña a aceptar el otro con sus defectos y virtudes, sin importar los problemas y obstáculos que atraviesen juntos en todas las etapas. Una verdadera historia de amor que nada tiene de novela rosa.
Barquisimeto fue la ciudad que recibió esta familia cuando llegaron de otras latitudes, la ciudad es retratada con sus pisos de tierra y pocos habitantes, pero luego fue evolucionando, fue mostrando toda su belleza y los hermosos atardeceres.
Antonio entre sus múltiples labores fue panadero, en Venezuela instaló una panadería, negocio hoy minado por extranjeros que desde estas épocas ya llegaban a este país que “brotaba dinero de debajo de la tierra” como denominaban a Venezuela antes del histórico “Viernes negro”.
Es una obra histórica, una novela de amor, una experiencia de constancia, escrita con soltura e incluso con un poco de humor, además de ser una historia verdadera.
Vídeo promocional narrado por la propia autora: http://www.spotwebtv.com/galeria/index.php/home?task=videodirectlink&id=403
Fuente: Richard Sabogal.