Amado y odiado, el grafiti llena las paredes de las grandes ciudades del mundo. De pinturas en los muros del Imperio Romano (el que quiera ir más atrás podría decir que sus antecedentes están en las pinturas de las cuevas de Altamira), a las pinturas de las paredes de Berlín, Nueva York o Bogotá, las pinturas hechas casi siempre de manera clandestina en paredes ajenas han acompañado la historia de la humanidad.
Al principio perseguidos con legislaciones rigurosas, muchos sus autores han dejado de ser ‘parias’ sociales para convertirse en estrellas del arte callejero, reconocidos, inclusive, por el establecimiento de las artes.
Basta mencionar al mítico grafitero Banksy, quien no solo se coló en los prestigiosos museos Tate (Londres) y Moma (Nueva York) para colgar sus obras (en el Colombo Americano de Bogotá aseguran que él mismo puso una en su fachada) sino que sitios como los museos de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (Moca) y el Pasadena de Arte de California (Pmca), por mencionar dos, han realizado dos exhibiciones dedicadas al tema, este año.
El asunto ha tomado tanto vuelo que una obra del Banksy pintada en el 2003, en Berlín, y que había sido tapada, acaba de ser restaurada cual obra del Renacimiento por la galería Kunstraum Bethanien y al artista estadounidense Brad Downey, según un artículo de El Mundo.es firmado por Rosalía Sánchez. No en vano, el Distrito busca en un proyecto de acuerdo crear normas que lo regulen e incentiven (VER NOTA RELACIONADA).
Pero para ser reconocido en el mundo del grafiti es mucho el aerosol que se tiene que aplicar, casi siempre, a escondidas. Para muestra el camino recorrido por Shaday, de 21 años, un artista de los muros bogotanos que grafitea desde los 14.
Un arte costoso
Su comienzo no fue fácil. “Yo era bueno para dibujar, desde pequeño. Eso ayuda. Pero al principio uno es inexperto y para que te conozcan hay que pintar. El problema es que los aerosoles son muy caros. Un muro de seis metros por dos se puede llevar 200 mil pesos en aerosoles”, cuenta Shaday.
Esto porque un solo tarro puede costar unos 15 mil pesos, pues son importados. Por eso para comprarlos trabajó en muchos oficios, desde lavar carros a vender chorizos. “Hacer grafitis es una emoción distinta, es una pasión. Es lo mismo que siente el que ama patinar o comer. Es como un vicio, pero sano”, compara el grafitero.
Eso sí, tiene un problema adicional: que no todo el mundo lo ve bien y que pintar muros ha sido visto como deterioro del espacio publico. “¿Qué pasa con los policías? Muchos son ‘todo bien’ y no dicen nada -dice Shaday-. Al comienzo, pintaba mucho ‘ilegal’: pintaba muros pintaba de todo. A veces me cogía la Policía. Unos lo tratan a uno mal o pegan. Otros quitan la pintura o lo llevan a uno a lavar el CAI o a cortar el pasto de afuera. A veces, uno dejan que les explique lo que estoy haciendo y les gusta y dejan seguir. En otros casos, lo hacen ir a uno y que vuelva cuando tenga permiso del dueño. Ahora yo pinto más muros ‘legales’, y con permiso. A casi todos les gusta”.
Como todos los grafiteros, Shaday se siente orgulloso de su trabajo. Admite que buena parte de pintar un muro tiene que ver con el ego y la fama de artista callejero que va creando, porque para él es claro: “El grafiti es una cultura, una forma de vida, una forma de arte moderno”.
Por Diego Guerrero
Para entender el grafitiEn el prolegómeno del proyecto de acuerdo 127 de 2001 que busca regular el grafiti en Bogotá se explica qué es un grafiti (remite a páginas como www.valladolidwebmusical.org). Aquí algunos apartes.
►Se llama grafiti, grafito o pintada (del italiano grafiti o del graff) a varias formas de inscripción o pintura, generalmente sobre propiedades públicas o privadas ajenas (como paredes, vehículos, puertas y mobiliario urbano, especialmente pistas de skate). |