Pocas veces nos hemos detenido a estudiar el papel protagónico que han cumplido en la literatura universal las mujeres: las escritoras y, sobre todo, los personajes femeninos. Así, por ejemplo, Safo(620-565 a.C.), la prodigiosa poetisa griega, se constituye en uno de esos paradigmas, confundido hoy con la leyenda, que marcó una época y fue, además, una de las primeras mujeres de Occidente que sufrió el exilio por cuestiones políticas, como lo demuestran los célebres “mármoles de Patos” que relatan la historia. Y, otras tantas, muchas de ellas no escritoras, como las emperatrices romanas Libiao las Agripinas, Popea Augusta, Octavia, para no hablar de la bella Cleopatra, la reina de ese otro mundo lejano, casi mítico, que era entonces Egipto. Y luego Juana de Arco, Isabel I, la reina de Inglaterra y María Estuardo, o Catalina la Grande, la zarina; María Teresa de Austria, madre deMaría Antonieta la reina guillotinada durante la Revolución Francesa.
Y a ellas se suman las mujeres que como Safo utilizaron la pluma para expresar sus sentimientos, sus ideas, su visión del mundo: la reina de Navarra, Margarita de Valois; sor Juana Inés de la Cruz,Teresa de Ávila, las hermanas Brontë: Carlota, Emile y Ana; Virginia Wolf, Gabriela Mistral,Alfonsina Storni, Margarita Yourcenar, Susan Sontag, Fanny Buitrago, Laura Restrepo, Alba Lucía Ángel, Piedad Bonnett, entre muchas otras.
Y ahora los personajes femeninos. Empecemos por Electra. Su carácter simboliza la lealtad femenina, una especie de conciencia familiar que identificamos gracias a tres famosas tragedias griegas: Las Coéforas, de Esquilo; las dos Electra, la de Sófocles y la de Eurípides. Electra tiene, entre nosotros, un significado profundo como madre, como hermana y como hija. Sobre todo en una sociedad como la colombiana con tantas viudas y huérfanas. Afectada por la muerte trágica de su padre Agamenon, asesinado por Clitemnestra, para casarse con Egisto, el amante, inicia una cruzada para vengarse y de paso proteger a Orestes, su hermano menor, y alcanzar la justicia que tanto desea. Es un personaje ofendido, enajenado por los trágicos acontecimientos que la convierten en un ser que vibra entre el odio infinito y el perdón, para concluir en un ejemplo de equilibrio y serenidad que asombran. Es también el personaje esencial del Agamenón y del Orestes de Sófocles, que luego ilumina a poetas como Hofmannsthal, con su obra Electra o a escritores más modernos como O’Neill en El luto sienta bien a Electra.
Y no puede faltar en esta relación Elena -o Helena, como se escribe en español-, la esposa de Menelao, hija del poderoso Zeus y de Leda, raptada por Paris, causa de la Guerra de Troya. Este personaje femenino, a pesar de las contradicciones, es modelo de las virtudes femeninas, considerada porHomero en la Ilíada, como una mujer de singulares dotes. Representa el ideal femenino de la nobleza griega, que se ve nítidamente en la Odisea, el gran poema homérico en que ella se resalta con más vigor. La otra Elena es personaje de Bien está lo que bien acaba de Shakespeare, un drama en que ella hace grandes esfuerzos para ganarse el corazón de su marido, hasta acudir a medios que para algunos resultan repugnantes. De todos modos, según Coleridge, una adorable creación del gran escritor inglés.
Uno de los personajes femeninos más controvertidos de la literatura universal es Emma Bovary, creada por Gustave Flaubert y protagonista de Madame Bovary, esa pobre adúltera enajenada, como donQuijote, por la lectura de novelas que la llevan a querer vivir un sueño que no puede cumplir y termina en una vulgar tragedia. De ella, de su historia precisamente, proviene el término “bovarysmo” creado por Jules Gaultier y que es “la tendencia y la actitud a concebirse y a concebir las cosas de un modo distinto de como son en realidad”. Flaubert reveló en Emma Bovary una parte de la común femineidad, carente de la energía y la cultura requeridas para tener puestos los pies en la tierra.
Naná, la protagonista de la novela de Emile Zola con el mismo nombre, es el contradictorio testimonio de la ingenuidad y la razón materna -que a veces vuelca en su hijo-, y de la mujer cruel y sin escrúpulos, convertida en una especie de cortesana de la aristocracia; fuerza incontenible e indiferente que acaba con la vida y la fortuna de los amantes que han caído ante su hechizo y belleza, la cual termina cuando es víctima de la viruela, y se hunde aniquilada por esas extrañas y poderosas fuerzas que sorprenden con frecuencia a seres mezquinos y despiadados.
Entre las heroínas de la literatura latinoamericana tenemos a doña Bárbara, a María y a la inolvidableAmalia, que protagonizan tres historias que vale la pena recordar en este homenaje. Doña Bárbara es el personaje central de la novela del mismo nombre que escribió el venezolano Rómulo Gallegos. Encarna a esas mujeres fuertes que deben vivir en un mundo cruel, lleno de maldades y de supersticiones, casi feudal, enfrentada a un hombre civilizado –Santos Luzardo– que representa a esa burguesía naciente de América Latina, heredera de una pequeña aristocracia decadente y conservadora que después se consideró liberal porque quiso acabar con el fanatismo y propuso el progreso a su manera, como creyeron haberlo aprendido cuando empezaron a dividir el mundo entre civilización y barbarie.
Éste es, precisamente, el leitmotiv de Doña Bárbara. En la protagonista, dominante y violenta, predomina el instinto y el deseo del poder que la vuelven codiciosa, y todas sus acciones se mueven para hacer posible una venganza largamente ansiada contra los varones, culpables de su dolor, de su tragedia, de sus odios. Tiene una hija con el rico terrateniente Lorenzo Barquero, que luego desconoce, “porque un hijo de sus entrañas, era para ella una victoria del macho, una nueva violencia sufrida”. Al final desaparece misteriosamente, empujada por el recuerdo de un amor verdadero, que le fue arrancado cuando empezaba a florecer. Y ahí la leyenda, el enigma que envuelve, curiosamente, aArturo Cova, el protagonista de La vorágine.
La protagonista de María, la novela de Jorge Isaacs es, al contrario, un ser ideal, desasido de la realidad, entre ángel y mujer, que sufre los tormentos de una enfermedad incurable, pero enamorada de Efraín, su primo, con una pasión serena, repleta de presentimientos fatalistas que despliegan un velo de tristeza y de dolor y la hacen digna de la compasión de quienes la rodean -y de quienes leen la novela-. Casi desde el inicio de la historia podemos presentir el final. María es un personaje fantasmal: su fragilidad, su impenitente tristeza, la convierten en lo que significa hoy para todos, una heroína romántica, melancólica, pesimista, sin capacidad de lucha. Es para Efraín, casi siempre, un recuerdo y todos presentimos cuando él se vaya a estudiar a Londres, María morirá. Sus cartas son lo único tangible que permite recobrar la presencia de ella, a pesar de su estéril lucha contra la muerte. Maríaes una de tantas presencias que apenas podemos vislumbrar en los objetos, en unas palabras en unos recuerdos que se van para siempre.
Amalia es la protagonista de la novela romántica del mismo nombre que escribió el argentino José Mármol. A diferencia de María, Amalia enfrenta su terrible realidad, aunque al final parezca derrotarla su sino trágico, ningún desastre logra forzar su externa e impasible serenidad. De todos modos, se transforma en el epicentro de la historia cuando, en un acto de solidaridad, refugia en su casa a un enemigo del dictador Rosas: Eduardo Belgrano, y luego se casa con él. El universo de los infortunios y de los pesares la hacen víctima de las circunstancias políticas que vive su país, y con ellas el dolor de perder a quienes quiere e incluso de sufrir ella la dureza de la repre sión que desata el gobierno, pues es herida el día en que asesinan a Eduardo Belgrano, su segundo esposo. Ahí están las características centrales de la mujer romántica: tragedia, tristeza, melancolía, lucha en contra de un destino manifiesto.
Muchas otras mujeres asombran a los lectores, por ejemplo, de la literatura colombiana: en Cien años de soledad, para no ir muy lejos, el trascendental papel de Úrsula Iguarán, la esencia misma de la obra. Ella soporta en sus hombros todo el trasegar de personajes y de hechos que se generan en esos años de su soledad, de su fuerte presencia para organizar el mundo mítico que era Macondo, hasta descubrir, en un largo peregrinaje, que las fronteras de la realidad están más allá de donde suponían todos. Úrsula es la conciencia del mundo creado por García Márquez. Tránsito es el nombre de la novela de Luis Segundo de Silvestre que nos muestra una mujer diferente, “una campesina inteligente e ingenua de corazón, que se enamora enloquecida y humildemente de Andrés y es correspondida por éste de manera delicada y caballerosa, pero aparentemente con inexplicable desvío; y en fin la trágica y abnegada muerte de la protagonista a los disparos de Urbano, el gamonal corrompido, que antes le había deshecho el hogar paterno”.
Faltan, sin duda, obras colombianas en que la mujer es la razón misma: sólo mencionamos novelas como La marquesa de Yolombó, Manuela, Diana Cazadora, Mercedes, Madre, Hija, Camila Sánchez, Lilí y, por ahora, pare de contar. Nos faltan obras latinoamericanas y universales de las que hablaremos en otra ocasión.
Artículo publicado originalmente en la edición Nº 67, marzo de 2007 de la Revista Libros & Letras