Una lectura desprevenida de los libros 1 y 2 de 1Q84 de Haruki Murakami, como la que hace la mayoría de lectores, revela a un escritor metódico, que descubre la esencia de la historia con la misma elegancia con la que luego encadena los motivos que lo han llevado a construir un estilo personal muy característico. Él mismo lo sugiere: “En la escritura, una de dos: o se nace con el don, o bien uno se deja la piel y se esfuerza para hacerse bueno” (p. 33) Y 1Q84, en ese sentido, es una develamiento.
Es una historia, una verdadera historia, con dos personajes esenciales, de una fuerza envidiable que, tras largas y complejas actividades, y exquisitas y refinadas reflexiones, se unen en una voz que se constituye en el leitmotiv de la obra. Tengo y Aomame, son los instigadores de la novela, y tras ellos, como en una tragedia griega, se unen Fukaeri, Komatsu, Ayumi, Tamaru, con quienes se devela la razón de la historia en la que el lector queda atrapada luego de cientos de páginas escritas escrupulosamente, aunque se encuentren errores sintácticos y ortográficos en la traducción. En esa narración se juntan, con refrescante sutileza, la concreta realidad y la abstracta quimera en que se nos convierte la vida.
“Lo que quiero decir es que la historia está narrada con minuciosidad y con un nivel de detalle extremadamente realista y que, para una novela, eso es un punto fuerte” (p.198).
Así, es el propio autor quien da las claves que se requieren para sentirse en ese mundo en que todos viven: “Conviertes lo que has visto en palabras y lo reconstruyes. De ese forma confirmas tu sitio en el mundo como ser humano” (pp. 69-70), dice Tengo.
También Aomame, como protagonista, enfrenta los dilemas de reinterpretación que con seguridad tuvo Murakami al darle el título al libro: “Me guste o no, ahora me encuentro en ‘1Q84’. El año 1984 que yo conocía ya no existe. Esto es 1Q84. El aire ha cambiado, el paisaje ha cambiado. Me tengo que adaptar rápidamente a la forma de ser de este mundo con signo de interrogación. Igual que un animal liberado en un nuevo bosque. Para protegerme y sobrevivir, tengo que comprender sin dilación las reglas del lugar y amoldarme a ellas” (p. 149). Una advertencia válida para entender la relación con la novela de George Orwell, 1984, esa profética novela que recorre un mundo global que hace unos años dejó de ser una ficción. Y luego la relación con unas sectas religiosas y políticas fundamentalistas, que tienen un horizonte y una mirada y quieren imponerla a la fuerza y que como la Little People (una especie de KGB o CIA), montan las estructuras de la sociedad y las constituyen en el único mundo posible.
Murakami sabe que “cuando en una novela se incluye algo que ningún lector ha visto en su vida, es necesario describirlo con todo detalle y precisión. Lo que se puede obviar, o lo que se tiene que obviar, es la descripción de cosas que el lector está harto de ver” (p. 229). Y en 1Q84, los pasos, las acciones se dan medidas y mediadas, precisas, como en una película que requiere de un escenario justo. Y los personajes se introducen en el relato con la misma fidelidad con la que los lectores van reconstruyendo la historia.
No se cuenta aquí la historia, simplemente se reseñan unas particulares reflexiones, la esencia de una lectura, de unas intuiciones. El libro da algunas claves que son especiales. Incluso frente a la lectura, en algún momento Tengo lo dice en forma atinada: “Leer novelas era, por supuesto, otro tipo de evasión. Cuando cerraba las páginas de un libro, tenía que regresar al mundo real. Sin embargo, un día se dio cuenta de que, cuando volvía a la realidad tras haber visitado el mundo de las novelas, no experimentaba esa dura frustración que sentía al volver del universo matemático”. Y la palabra evasión refuerza el sentido de las lecturas que se pueden hacer de esta novela especial y sugerente. Es una invitación a leer una novela diferente, un libro que contagia a los lectores por el universo que describe, por la historia que cuenta, por la belleza de sus protagonistas, por la interpretación de los odios y rencores que tiene el ser humano, por la pericia con que señala las monstruosidades de un mundo moderno en el que impera la soledad, la esclavitud y la más descarnada violencia. Es el terreno de lo tangible y de la experiencia humana trastornada por la eficacia de la nueva ciencia, es la revelación de que estamos en manos de unos espías sutiles que no vemos nunca, pero están ahí. Así que “¿No quieres ser novelista? Pues usa la imaginación. El cometido del escritor consiste en imaginarse lo que no ha visto, ¿no?” (p. 262).
Las muchas claves, las veladas críticas con las cuales sutilmente se constituye el patrimonio de la obra, se descubren a medida que se avanza. Por ejemplo, cuando dice “Los hombres que emplean la violencia en el hogar, con sus mujeres e hijos, son todos hombres de carácter débil. Es justo esa debilidad la que los obliga a encontrar a personas más débiles y victimizarlas” (p. 282). O esta otra “Pero las víctimas no pueden olvidar. No pueden mirar hacia otro lado. La memoria se transmite de padres a hijos. El mundo, Aomame, es una lucha eterna entre una memoria y otra memoria opuesta” (p. 377). Y la cita de Chéjov tiene, además, esa sutil idea de trasladar al lector el problema que genera la novela: “Un escritor no es quien resuelve problemas, sino quien los plantea” (p. 337).
Todavía falta reseñar el libro tres. Algo podrán atisbar los lectores, de tal forma, para concluir este avance, que se podrá pensar que “La causa y el resultado están vinculados de una forma retorcida. Ese retorcimiento nunca se anulará por muchos mundos que se superpongan” (p. 589). Hay que leer 1Q84.
Fuente: Ileana Bolívar.